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El drama familiar que llevó a un hombre a querer parecer una calavera

“Le habla el mismísimo Kalacas”, dice el joven Eric Hincapié desde Cartago, Valle.

Kalacas camina por su pueblo, en el norte del valle, con su camuflado militar, botas y camisa negra, exhibe algunos de sus más 200 tatuajes y saca su lengua bífida ante las personas que lo miran con cierta precaución al ver su aspecto de calavera en su rostro.

Hace cuatro, Kalacas, quien dedica su vida al tatuaje, decidió mutilarse la nariz para parecerse a la propia imagen de la muerte. En una clínica de Armenia, Erick se sometió a la primera transformación tras llenar unos papeles que le pedían en el centro de salud.

Cuando era un niño sintió el impulso para parecerse a una calavera. A los 12 años la muerte de su madre generó en él un profundo sentimiento de unión con la muerte y desde ahí empezó a tener sueños y pensamientos sucesivos caminando por el mundo transformado en calaca.

“Siento la unión con la calavera, con la muerte, me siento como si fuera mi hermana, mi propia familia. Quiero buscar cada día más la forma de parecerme más a ella, hasta que sea la propia calavera andante”, dice Eric, quien se hace llamar Kalaca Skull.

Tras ese fallecimiento, Kalaca decidió abandonar el colegio y solo llegó al octavo grado, para meterse de lleno al mundo del tatuaje y pronto se hizo su primer dibujo en la piel. Un pentágono con una cruz invertida fue pintado en su pierna izquierda, imagen a la que sucederían otras marcas hasta tener un número mayor a 200 por todo su cuerpo.

Su apariencia llama la atención por donde camina. Confiesa que cuando sale a algún lugar, las personas lo miran “feo” y lo terminan discriminando, “pero eso se siente bueno (risas). Me gusta cuando la gente lo mira a uno todo chistoso, todo paniqueado (con temor). Pensarán, seguro, que ese man (yo) está muy loco”.

Kalacas tiene 22 años y un hijo con quien no vive, pues asegura que no se la dejan ver por su apariencia. “Sería bueno tener a mi hija y darle amor de padre. Creo que  alejan a mi niña por mi apariencia, es una discriminación”, añade.

Cuando falleció su madre, sus abuelos quedaron a su cargo y aún vive al lado de ellos.
Al momento de la primera cirugía, sus abuelos le señalaron que se había tirado la vida y duraron casi un mes sin hablarle. “Yo pienso que no es así, escogí un estilo de vida muy diferente al que ellos piensan”.

Pero esa mutilación de la nariz solo fue el inicio en el camino de parecerse a una calavera. En los últimos años ha tenido otras cinco intervenciones, como el recorte de orejas, la lengua bífida, la pigmentación de los ojos y la implantación de pómulos.

“Me falta acabar la calavera en la cara y terminar el cuerpo llenito de tatuajes, que no se vea ni un pedacito de cuero”, dice.

Reconoce que todos esos cambios en su cuerpo lo hacen sentir fastidiado, pero ya se acostumbró a estar sin las partes del cuerpo que ha decidido intervenir.

Kalacas cuenta que ya ha cambiado ciertas cosas de sus locuras por amor. “Estoy muy enamorada. Ella sobre mi lengua bífida dice que es muy rico. No importa cómo se vea sino como se trate, si uno sabe respetar a una mujer, ella lo acepta como es uno”.

Cuando mira sus fotos a los 16 años, sin modificaciones en su rostro, asegura que se ve mejor como está ahora, un momento cuando sueña con ser reconocido por su talento como tatuador y viajar a encuentros para exhibir sus modificaciones, hecho que ya lo hizo llegar hasta Ecuador.

El joven asegura que su “locura es natural y no necesita consumir alguna droga” y sobre si estas modificaciones le han traído dificultades en su salud responde: “yerba mala nunca muere… ni se enferma”.

CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de NACIÓN