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El fuerte canto de resistencia que habita en los pasos de un Mapalé

Durante los tiempos de angustia y esclavitud en el Caribe, cuando los tambores y los peinados que llevaban las mujeres negras servían para marcar el ritmo y la ruta de la liberación, comenzaron a gestarse expresiones culturales afrodescendientes que hoy tienen su máximo punto de encuentro en el Carnaval de Barranquilla.

Cualquier lugareño o foráneo interesado en la fiesta currambera ha escuchado términos como congo, son de negro y mapalé, que más allá de diferenciarse en musicalización, vestuarios o movimientos, comparten códigos de origen, pues alguna vez, los ancestros que las hicieron nacer bajo la crueldad de la Colonia, las tuvieron como la única receta ‘mágica’ para tornarse visibles y entender que pese a las corrientes de azotes se mantenían con vida.

El presente es una conjugación eterna que jamás se desprende de la historia y siempre influencia más allá de los horizontes cercanos. Por esta razón, es fascinante conocer más a fondo la proveniencia de lo que hoy se baila, se vive y se goza.

El mapalé, un baile que comenzó siendo de afros y ya es de todos, tiene una historia que aquí se cuenta.

La tradición oral y los documentos entregan varias explicaciones acerca de los orígenes del mapalé, ese baile lleno de vigor y resistencia, en el que parece prohibido mantener quieto un músculo.

“Mapalé es el nombre que se le dio a un pez de mar, que al ser sacado del agua hace unos movimientos fuertes buscando sobrevivir. Muchas coreografías se hacen basadas en este animal”, explica Angélica Herrera, maestra de danza que lleva casi 40 años transmitiendo los secretos del baile en Colombia y el mundo.

Otra opinión tiene Abraham Cáceres, filólogo, sociólogo y folclorista. “La palabra mapalé es de origen africano y con esta se define el acto sexual. Al ver el pez moviéndose los ancestros comenzaron a decir que parecía que estuviera haciendo mapalé. A ese mismo pez aquí lo identificamos como ‘Chivo cabezón’”.

«La palabra mapalé es de origen africano y con esta se define el acto sexual».

Los esclavos transportados desde África hasta América, usualmente no habían nacido en un mismo lugar, por lo cual hablaban lenguas distintas, diferían en creencias religiosas y manifestaciones artísticas. “En tales circunstancias, el afro esclavizado debió reaccionar instintivamente ante el terror, el dolor, la flagelación y la prisión, pero también encontrar respuestas creadoras que le permitieran preservar su propia cultura”, manifestó el fallecido escritor Manuel Zapata Olivella.

La barbarie del yugo español en Cartagena y otros lugares obligaba a reuniones clandestinas. Desde el siglo XV, cuando llegaron los primeros embarques de esclavos, hubo dos maneras de definir a los mencionados. “Los que se escapaban de minas, haciendas, casas de amos, en fin, eran llamados negros cimarrones, porque habían sido sometidos. Mientras los que se escapaban en el momento del desembarco eran los bozales”, expresa el historiador y docente Martín Orozco.

Un pequeño pero denso espacio de selva, o un costado de playa, podían ser paraíso temporal para los nuevos habitantes, pertenecientes en su mayoría a la familia africana Bantú, oriundos del territorio que actualmente comprenden países como Camerún, Gabón, Angola y República Democrática del Congo.

Su condición de individuos sin derechos era más fuerte que aquella voluntad capaz de forjar fenómenos. Tocar palmas y cantar versos espontáneos era una proeza mientras se recibía el fuerte abrazo de la injusticia. Así, arrastrando la esperanza, llevando sobre alma y espalda cataratas de golpes, ríos de insultos y mares de burlas, la población negra de lo que en esta era se identifica como Caribe colombiano, fue ganando un terreno hacia lo que fue su escapatoria.

Cuando pasaban los instantes del siglo XVII, la corona española mantenía su proceso de ‘humanización’ con indígenas y negros, transmitiendo enseñanzas católicas en busca de homogenizar el pensamiento de las poblaciones. En el nuevo punto de la historia había autorización para que los negros fueran más parte que arte dentro de las fiestas religiosas. “El 2 de febrero se celebraba la Virgen de la Candelaria en Cartagena y se reglamentó la Tarde de Liberto, espacio en el que los esclavos podían salir a la calle con su música y sus costumbres, pero tenían una hora en la que ya debían volver a sus sitios de reclusión”, manifiesta Abraham Cáceres.

El mismo investigador argumenta que el baile conocido como mapalé tuvo su génesis a partir de los años 1600 entre las murallas y los vientos de Cartagena. A lo anterior se suma una observación tradicional, como aquella que señala que los saltos y otros movimientos del mapalé, fueron influenciados por los latigazos que los esclavistas hacían sonar sobre el suelo para acelerar el movimiento de sus subordinados.

El camino hacia una tierra prometida fue trazado por la convicción libertaria de Benkos Biohó, hombre que figura como fundador del Palenque de San Basilio (o San Basilio de Palenque) en 1603.

Hechos dignos de ser trasladados al cine y a la literatura se materializaron en aquellos días. “La oralidad fue vital, al igual que la música para liberar a mucha gente. En el peinado de una mujer podía mostrarse la ruta que llevaba hacia Palenque. También tres golpes a un tambor o a una mesa podían ser la indicación de que era el momento preciso para emprender la huida”, dice Angélica Herrera, quien ha expuesto el pasado de su etnia en Francia, Suecia, entre otros territorios.

Ya en Palenque, que debe su nombre a las empalizadas que lo rodeaban y sostenían antorchas, el mapalé y otras expresiones dancísticas aumentaron su solidez, preservando su esencia entre generaciones.

En el transcurso del siglo XX, con un pueblo afrocolombiano que seguía la lucha contra la segregación, el mapalé irrumpió en el Carnaval de Barranquilla y ratificó que es infinita la fuerza creadora de quienes lo edificaron y lo sostuvieron.

“Todo comenzó cuando Nelly Cáceres, mi hermana, vino de Cartagena en 1967 y por primera vez bailó mapalé en Barranquilla. Se creó entonces el grupo Estampas Negras de Palenque y comenzamos a ser parte de las fiestas, aunque en los desfiles nos dejaban de últimos, hasta que fuimos ganando relevancia”, recuerda Jairo Cáceres, quien fue Rey Momo durante 2011.

La aparición se convirtió en permanencia y llegó a ser huella indeleble en la fiesta de Curramba. En la Batalla de flores figuran múltiples agrupaciones de mapalé.

Más que una forma de bailar, mapalé es una fortaleza de ángeles negros, que expresa un pasado que no se olvida y revela un entusiasmo por la claridad que se anhela para el futuro. Es un motor natural capaz de confirmar, que la real belleza consiste en captar lo que dicen las almas a través de las formas.

Wilhelm Garavito Maldonado -Redactor ADN – Barranquilla.