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El médico que lucha por sostener el tenis en silla de ruedas

Alta fue la expectativa en la humanidad ante la llegada del año 2000, el cambio de milenio que con un presagio apocalíptico prometía traer consigo un error informático que no caería tan bien en las computadoras que existían en el momento.

El famoso Y2K, que amenazaba con trastornar la información que estuviera en estos equipos no fue tan nefasto como se pensó, pero el 2000 si fue un año que al cirujano pediatra barranquillero, Carlos Hernández, le trajo una situación que le cambió la vida para siempre.

A sus 45 años, cuando alcanzaba su mejor momento de productividad como médico, disfrutaba de la realización como padre, esposo y demás facetas de la vida, una enfermedad neurológica conocida como Guillain-Barré se interpuso entre sus planes.

Se trató de un golpe que lo puso entre la vida y la muerte, incluso, como él mismo lo explica, lo llevó a conocer el túnel del que tanto se habla cuando se pasa de la muerte terrenal a la eterna. Hernández sostiene que fue testigo del momento en el que su alma salió del cuerpo que yacía en una cama de la Unidad de Cuidados intensivos de la Clínica del Caribe donde fue recluido de emergencia.

Iniciaba mayo de ese año 2000, cuando una claridad lo cegó en medio de un encuentro con quien Hernández describe como Dios y que le dijo que todavía quedaba mucho por hacer . Hasta ese momento los médicos que lo atendían confirmaron que estaba fuera de peligro, pero con un reto inmenso ya que el Guillain -Barré le había dejado graves secuelas.

“El cambio de milenio no dañó las computadoras, pero me trajo una enfermedad que solo le da a una entre 400.000 personas: mucha suerte la mía”, manifiesta Hernández con desparpajo.

El médico asegura que la fe en Dios y la familia han sido sus pilares.

Foto:

Carlos Capella/EL TIEMPO

Como médico, Hernández sabía que la enfermedad podía ser revertida en un alto porcentaje, y gracias a ese encuentro con Dios su sentido de superación se fortaleció en busca de la recuperación completa, sin embargo, tras 2 años de terapias intensas entendió que levantarse de la silla de ruedas era una opción no contemplada, por lo menos clínicamente.

“Estuve en Bogotá, en la Clínica de la Sabana, donde un neurólogo me dijo: ‘doctor, usted no va a volver a caminar’, y había avanzado, pero es que para que el cuerpo se levante juegan unas fuerzas que cuando se pierden recuperarlas no es tan fácil”, recuerda.

Era el año 2002, con el difícil momento de tener que reestructurar sus hábitos tras entender que había que seguir adelante.

Pero Hernández contaba con varios ases bajo la manga que describe con serenidad como el amor de Dios, el amor por él mismo y el amor de su familia y seres queridos.

Entonces consideró que pensionarse por invalidez tampoco era la opción: tenía que seguir trabajando, decisión que contó con el apoyo de las directivas del entonces Hospital Pediátrico de Barranquilla que adecuó las instalaciones para que pudiera desplazarse. También retornó a la docencia en la Universidad Libre y solo le quedaba una cosa por recuperar: el deporte.

El cambio de milenio no dañó las computadoras, pero me trajo una enfermedad que solo le da a una entre 400.000 personas: mucha suerte la mía

El tenis le cambió la vida

En 1992, a sus 38 años, con sus tres hijas, Paola, Nancy y Andrea, ya nacidas, Hernández tomó la decisión de comenzar a practicar tenis, un deporte que siempre le había llamado la atención, pero por la falta de escenarios distintos a los clubes sociales tuvo que esperar a que llegaran las primeras canchas públicas.

Desplazó el fútbol, pero había consolidado un punto de encuentro para compartir con sus hijas. Fueron ocho años, antes del Guillain-Barré, en los que se convirtió en un apasionado del deporte blanco.

Competía cada vez que podía e incluso organizó varios torneos para médicos hasta que tuvo que dejarlos por su situación.

En 2005, con las secuelas de la enfermedad, una invitación de la Liga de Tenis del Atlántico a una exhibición de Fabio Padilla, tenista bogotano en silla de ruedas y que era promovida en el país por la Federación Internacional de Tenis, por sus siglas en inglés, ITF, ‘Kike’, como le dicen de cariño, entendió que volver al tenis no sería imposible.

“Cuando vi a Padilla jugar de esa manera, me dije: ‘yo también puedo’. Veía como ese jugador se movía en la silla y ponía a correr a su contendor, una persona con sus piernas”, explica.

Como Cali era pionera en el tenis en silla de ruedas, Hernández, quien ya había comenzado a entrenar, asistió en 2006 para ver cómo en esa ciudad se organizaban las competencias con el fin de emularlo en Barranquilla. Por ser cuadripléjico, jugar fue mucho más difícil para él, pero fue otro obstáculo que con paciencia y perseverancia pudo superar.

Llegó el 2007, y Hernández estaba en capacidad de fundar el Club Deportivo Tensillar, al que hoy pertenecen 17 deportistas en silla de ruedas.

Ese mismo año, con 35 deportistas en estas condiciones, de los 50 que habían en el del país en aquella época fue posible organizar el primer Abierto Nacional de Tenis en silla de ruedas en Barranquilla.

Fue el momento para que comenzaran a brillar estrellas de ese deporte en el Atlántico como Eliécer Oquendo, quien ha logrado estar entre los 30 mejores del mundo.

“Hicimos el torneo nacional en 2007, en 2008 y en 2009, hasta que fui a Miami a ver el Abierto de Florida y decidí que quería que la ITF certificara que por mi condición de cuadriplejia debía estar en una categoría que se conoce como quads y en la que puedo competir con personas con misma condición. Regreso y además del torneo nacional hago el primero internacional entonces con cuatro países además de Colombia”, relata con orgullo.

Hernández había tocado puertas a la empresa privada, como Cediul, de propiedad de los también médicos Guido Parra y Eduardo de Nubila, dos de sus amigos más cercanos, quienes no dudaron en apoyarlo.

Desde entonces, el único año en el que no se ha realizado el torneo internacional fue en 2017, debido a que el Paseo de la Castellana, donde se realizaba, se remodelaba para convertirse en el Parque de Raquetas María Fernanda Erazo, de cara a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de hace un año.

“Hemos vencido casi todos los obstáculos: adecuar el escenario para discapacitados, convencer a los hoteleros de construir su infraestructura y además la manera de financiarnos, pues en la medida que el torneo crece, así también la categoría del mismo que se mide con el monto de la bolsa”, explicó.

En ese sentido, Hernández agrega que la ITF exige que los torneos sean de categorías de acuerdo a la bolsa que se ofrece. Dijo que se hizo en la que se conoce como Futuro, con un premio entre los 5.000 y 6.000 dólares, y varios ITF 3, de hasta 10.000 dólares. En vista de que el más reciente tuvo que hacerse en categoría Futuro, el torneo se ha visto en la obligación de buscar mayor patrocinio.

“Para categoría ITF 3 nos pidieron 14.000 dólares y ya quedó muy alto hacerlo, así que bajamos, de todos modos en esta década larga hemos tenido jugadores de alto nivel y en la última edición 12 países compitiendo”, destaca.

Hernández se considera realizado y un campeón de la vida, orgulloso de lo que ha conseguido de la mano de su esposa, la dermatóloga Liliana Anaya.

Asegura, feliz, que Dios le cumplió al dejarlo con vida ya que sus ojos han podido ver situaciones que lo han llenado de satisfacción y le han hecho reforzar que las vicisitudes que se presentan no merecen la pregunta ¿Por qué?, sino ¿Para qué?.

ANDRÉS ARTUZ FERNÁNDEZ 
REDACTOR DE EL TIEMPO
BARRANQUILLA