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El Patio del Tango, el mítico lugar donde Gardel murió por segunda vez

En el Barrio Antioquia, calle 23 con carrera 59, al lado de una canalización lúgubre, la poca luz del sector la emana El Patio del Tango, un local que desde hace casi 40 años mantiene viva la tradición tanguera en este sector de la ciudad.

El letrero blanco tiene dos rostros dibujados con sus nombres: Aníbal y Carlos. Ambos fallecidos. El primero es Aníbal Moncada ‘el gordo Aníbal’, el alma que le dio vida al Patio hace unos 62 años en el sector Guayaquil, centro de la ciudad. El otro es Carlos Gardel, quizá el máximo exponente del tango en la capital antioqueña y quien falleció a pocos metros de donde hoy se erige este lugar que le hace honor.

Adentro, un hombre de edad avanzada, con motas de cabello blanco que rodean una prominente calva, mira complacido a Gardel quien le devuelve la mirada sonriente desde un enorme cuadro.

Es Luis Guillermo Roldán, propietario del Patio del Tango. Un tubo le pasa por debajo de la nariz y su voz rasposa parece agotarse.

Me saluda con amabilidad y de inmediato señala el fresco. Uno de tantos que hay del cantante gaucho. Cuenta que lo compró el ‘gordo Aníbal’ en el Teatro Granada de Guayaquil en la época de la primera sede del Patio del Tango, que duró poco más de dos décadas.

Hace 8 años el lugar tiene una nueva administración, que lo ha repotenciado.

Foto:

Johan López. Archivo EL TIEMPO

—¿Ve el hueco que hay debajo de la cara de Gardel? —Me pregunta señalando la pintura. —Se lo hizo un borracho hace muchos años. El hombre sacó un arma y dijo que quería matar a Gardel por segunda vez. Y ¡pum!, le disparó— narra don Luis Guillermo haciendo un ademán.

Este hombre lleva casi medio siglo disfrutando del tango y ha visto desde sus mejores años hasta épocas más aciagas.

Me dice lo mismo que me han dicho todos los propietarios de lugares de tango que he visitado: “Esto no da plata. Pero me he encontrado a la gente más increíble del mundo”. Me habló de la ‘Mesa de los Viernes’, un grupo de aficionados a esa música que sagradamente cada viernes acude al Patio del Tango a tertuliar y hablar de aquello que los apasiona: el tango y la milonga.

Hace una pausa y sonríe. Permanece por varios segundos en silencio mientras el ‘zorzal criollo’ toma la palabra con Tomo y obligo, la última canción que cantó antes del accidente. “Tomo y obligo. Mándese un trago. De las mujeres mejor no hay que hablar”. No hubo que decir más. Obedecí y ‘me lo mandé’. Obedecí varias veces más y a los pocos minutos otra media de aguardiente reposó en la mesa de madera oscura.

Esto no da plata. Pero me he encontrado a la gente más increíble del mundo

Don Luis Guillermo no tocó copa. Su estado de salud no se lo permite. Pero aquello no impide que disfrute el espectáculo. “Esta es la parroquia de Gardel. Es como una religión. También voy a instalar una estatua de ‘Carlitos’ que pesa 300 kilos y que el alcalde no quiso recibir”, indica el hombre con una enorme sonrisa.

La gente comienza a llegar y ocupar las mesas. Primero comen y luego los platos se cambian por botellas.

El escenario vacío –a excepción de una maqueta silueteada de ‘Carlitos’– fue ocupado por dos hombres vestidos de traje negro y brillante. Comienzan a cantar y en medio de cada tonada saludan y agradecen a don Luis Guillermo, quien solo responde con una venia.

Luego, el ambiente se anima aún más y en el escenario están algunos de los asistentes cantando y bailando.

No está muerto. El tango no está muerto. No en Medellín. Astor Piazzolla, bandoneonista y compositor argentino, dijo una vez: “En mi país cambian los presidentes y no dicen nada, cambian los obispos, los cardenales, los jugadores de fútbol, cualquier cosa, pero el tango no. El tango hay que dejarlo así como es: antiguo, aburrido, igual, repetido”.

DAVID ALEJANDRO MERCADO PÉREZ
Redactor de EL TIEMPO
Medellín