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El pueblo de Antioquia donde solo se enamoran entre primos

En medio de una tupida vegetación, en un cañón olvidado cuyo único acceso es un estrecho camino de barro y piedras, viven casi 200 personas de una sola familia que se han casado y reproducido entre sí en las últimas dos generaciones.

El matrimonio más antiguo de esta estirpe de campesinos y trabajadores, que llegaron hace 150 años a la vereda Amaranto, en Ciudad Bolívar (Antioquia), es el de Luis Aníbal Vanegas Galeano y Alba del Jesús Galeano Henao, primos hermanos, de cuyo matrimonio nacieron 11 hijos y decenas de nietos.

(Esta historia hace parte de la serie Pueblos Insólitos, la cual fue publicada en el 2017)

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Alba del Jesús, aún recuerda, a sus 85 años, cómo para poder casarse tuvieron que pedir permiso al obispo de Jericó, a través de la curia de Ciudad Bolívar, un tranquilo pueblo del suroeste de Antioquia, que les impuso como penitencia 50 padrenuestros, 20 rosarios y 6 confesiones.

“No había nada que hacer nos enamoramos, así fue mal visto. Es que fuimos criados en la misma vereda, nos veíamos casi a diario, por eso resultamos casados, de estar tan cerca, tan apegados. Pero también había algo, una atracción, porque a pesar de que yo me fui a Medellín unos meses, no me fijé en nadie más y cuando volví a la vereda nos ennoviamos”, dice Alba del Jesús.

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De esta unión, que era considerada pecado por la Iglesia católica, se cumplieron 50 años el pasado mes de marzo y la fecha fue celebrada junto a más de 100 parientes en el colegio de la vereda, ubicado en el fondo del cañón, una estructura de bahareque, mezclada con adobes y piso de tierra. Un sitio donde las flores y árboles frutales surgen espontáneamente, gracias a su clima primaveral, a una altura de 1.400 metros sobre el nivel del mar.

Tal vez es debido a esta casi inaccesible geografía que los Vanegas, Galeano y Henao, se siguen casando o forman uniones entre primos. Según Ana María Vanegas Galeano, líder comunal, esta tradición comenzó en 1890, cuando desde Jericó, el municipio vecino, llegaron casados Isaac Galeano y Eudoxia Vanegas. El padre de Isaac, Joaquín Galeano, fundó Amaranto.

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Isaac llegó con tres hijos de un matrimonio anterior y Eudoxia se trajo a sus cuatro hermanos, entre ellos Gregorio, quien también venía casado. De su unión nacieron siete hijos y Gregorio, por su parte, tuvo nueve, entre ellos Primitivo y Gregorio Vanegas.

“Los primeros primos en casarse fueron mi papá Gregorio y mi mamá Etelbina (hija de Isaac e Eudoxia). Luego, otros tres tíos hicieron lo mismo y yo, para conservar la tradición, me casé con Alba”, dice Luis Aníbal, para quien el enredado árbol genealógico aún no es claro y es tema diario en el pueblo.

El único miedo de Alba del Jesús y Luis Aníbal, al momento de engendrar, fue siempre que sus hijos nacieran con problemas genéticos y físicos, pero esto no sucedió. Esta misma suerte no la tuvieron los hermanos Orlando y Hernán Galeano. Ambos se casaron con dos primas hermanas hace más de 30 años.

Patricia, una de las hijas de Hernán, nació con un dedo de más en manos y pies y Orlando sufre porque sus seis hijos tienen problemas de aprendizaje.

“Los primeros primos en casarse fueron mi papá Gregorio y mi mamá Etelbina”

A pesar de los miedos, la tradición se ha conservado en las nuevas generaciones.

Para Angie Paola Galeano Henao y Cristian Alejandro Galeano Henao, primos hermanos, quienes llevan dos años de noviazgo, pero se conocen de toda la vida, su relación obedece casi a una regla de la naturaleza, un hecho normal y casi predecible.

“Estudiamos juntos, nos conocemos desde pequeños, además vivimos a cinco minutos, por eso nos podemos ver todos los días. La verdad, para mí es normal, no encuentro una explicación, es pura atracción y cercanía”, dijo Angie.

Otra de las razones por las cuales los primos se fijan en las primas, dice Umberto del Jesús Henao Galeano, es que las mujeres son lindas y si “las cosas quedan en familia todo es más fácil, no hay tantos problemas o envidias”.

Por eso, señala Umberto, hay solidaridad entre los integrantes de la vereda, el trato es amable, “la estima y el cariño se siente. Nos la llevamos bien entre todos, celebramos todas las fiestas juntos, somos la vereda más unidad y sana que tiene Ciudad Bolívar. Acá se puede decir, no hay riñas o peleas y hace años no hay muertes violentas, nos morimos de viejos”.

PAOLA MORALES ESCOBAR
Enviada especial de EL TIEMPO

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