Inicio Colombia En Moñitos aún veneran al narco que descubrió a Patricia Teherán

En Moñitos aún veneran al narco que descubrió a Patricia Teherán

Ya no pueden dormir tranquilos. Saben que están expuestos a un ataque en cualquier momento de la noche. La casa de una planta, que sirve de estación de policía de Moñitos, no es escudo protector de nada. Parece una vivienda familiar, tan vulnerable como cualquier otra, y además está en obras.

Cuando salen a patrullar, deben permanecer alertas. El 29 de agosto pasado los atacaron con granadas y ráfagas de fusil mientras se desplazaban por la vía que une la cabecera municipal con el corregimiento Paso Nuevo. Los cinco policías, incluido el comandante del puesto, reaccionaron a tiempo y salvaron la vida, pero los integrantes del ‘clan del Golfo’ tienen la orden de continuar el macabro Plan Pistola en sus áreas de influencia y volverán a intentar matarlos.

Es la peor instalación policial de las existentes en un triángulo costanero, conformado por Moñitos, San Bernardo del Viento y San Antero, que durante décadas ha sido corredor para el contrabando y el tráfico de drogas. Su privilegiada situación geográfica en el departamento de Córdoba, con salida al golfo de Morrosquillo y al corredor del Urabá, es el origen de su desgracia.

“Yo tengo 43 años, soy de la zona, y son 43 años de ilegalidad. Desde niño recuerdo que había contrabando”, señala un uniformado que pide no dar su nombre. “Aquí miran y no ven, escuchan y no oyen. La gente querría hablar, pero no pueden por miedo”.

Los contrabandistas empezaron a traficar con electrodomésticos, whisky, café y textiles, y con el paso de los años los narcos los desplazaron y se apropiaron de la ruta. Desde lugares escondidos en sus playas y manglares –solo Moñitos posee 42 kilómetros de costa– envían lanchas cargadas de polvo blanco con dirección a Centroamérica.

Si la geografía fue la raíz del problema, distintos aspectos sociales son la razón de que se perpetúe. Medio siglo enfrascados en una economía ilegal desdibujaron las fronteras que separan el bien del mal, y no ayuda el ejemplo de una clase dirigente local que ha hecho de una insaciable corrupción su medio natural de vida. Como apenas existen empresas que brinden buenas oportunidades laborales y la irrupción del turismo es aún precaria, son legión los jóvenes sin horizontes que encuentran atractiva la pertenencia a una banda narcotraficante. También contribuyen las leyendas románticas sobre algunos contrabandistas y narcos que quedaron grabadas en el imaginario colectivo. Traficar con cocaína y la violencia que conlleva se antojan pecados veniales si el capo es hijo de la tierra y no olvida sus orígenes ni las miserias de sus paisanos.

El héroe

No resulta extraño, por tanto, que en el pueblo de Juan Gossaín estén disgustados con la telenovela de Caracol, Tarde lo conocí. No solo aseguran que Patricia Teherán nació en el corregimiento Caño Grande del municipio y no en Cartagena de Indias, sino que fue Rodrigo Castillo, llorado narco de San Bernardo del Viento, quien la lanzó al estrellato. Y sienten que la producción mancilla su memoria y no refleja con fidelidad el papel que jugó en la corta y fructífera carrera musical de la popular cantante vallenata.

El recuerdo del capo mafioso que corre por las calles del pueblo poco tiene que ver con el tráfico de drogas e historias criminales. A Rodrigo lo rememoran como un ser humano extraordinario, de gran corazón y carisma, siempre dispuesto a ayudar al más necesitado. Lo de su pertenencia a la mafia es un aspecto al que no conceden relevancia.

“Iba a Moñitos, a isla Fuerte, aquí en Viento, y cualquiera que le pedía ayuda se la daba. Cada vez que venía al pueblo se organizaba una manifestación, todos iban a su alrededor, la gente lo protegía porque era humilde, colaborador, sencillo, elegante, bien parecido, sabía tratar al de arriba y al de abajo”, asegura un habitante del barrio Rodrigo Castillo, bautizado en su honor porque lo fundaron en terrenos que él regaló a la orilla de un brazo del río Sinú. “Nunca desamparaba a nadie”.

Muertes inesperadas de estrellas de la música

La cantante Patricia Teherán nació en 1968 en Cartagena y murió en un accidente automovilístico en 1995.

Foto:

Archivo / EL TIEMPO

La madre de Rodrigo, asesinado en noviembre de 1996 en Medellín, reside en Viento, como llaman a San Bernardo los nativos, en el edificio de nombre Castillo, construido por el narcotraficante, si bien no alcanzó a terminarlo. Por las tardes se sienta en el antejardín de su apartamento para tomar el fresco y entretenerse con quien pase por la calle. Suspira y con un deje de tristeza y voz apenas audible, admite que cada día lamenta el asesinato no solo del mayor de sus cinco hijos, sino de los otros dos varones, también metidos en el narcotráfico. Lucho, primer alcalde electo de San Bernardo, fue tiroteado cerca de Montería, y a Toño, el menor, lo asesinaron en Honduras.

La mujer omite la referencia a un nieto, Luis Alberto, hijo de Lucho, al que segaron la vida en un billar de Lorica en el 2006, municipio limítrofe. Un vecino contó a este diario que le gustaba asesinar a cara descubierta para que todos supieran quién era el duro y en una pelea lo mataron a bala. Pero ni siquiera las andanzas del sobrino salpicaron la memoria de Rodrigo.

“Los 25 de diciembre traía dos mulas completas de juguetes para regalar”, apunta uno de sus conterráneos con admiración. “Gracias a él, las alcaldías de la zona se vieron obligadas a organizar fiestas gratis para la gente. Antes solo tocaban los mejores conjuntos en las parrandas de los ricos, y él fue el primero que los trajo para todo el mundo. Rodrigo decía que los ricos eran humillativos, que solo la diversión era para ellos. Y ya no les quedó de otra a los alcaldes que seguir haciéndolo”, comenta un mesero.

Él ponía alcaldes, prestaba maquinaria para abrir trochas y arreglarlas, decidía todo, era un patrón muy querido”, agrega un comerciante. Además de conseguir la alcaldía para su hermano Lucho, del que todo el mundo habla pestes por patán y avaro, los Castillo impusieron con su dinero a otros dos alcaldes.

Presentó a Patricia Teherán a Poncho Zuleta porque estaba perdidamente enamorado de ella. Lo triste es que la conoció cuando ya estaba casado y con hijos

Rememora un lugareño que trabajó con Rodrigo por más de tres años. “Yo lo conocí muy bien, caminé con él por todos estos pueblos”.

Su afán por agradar y ganarse a su pueblo, por dar pasos cada día más llamativos, lo puso en el radar de la Fiscalía. En julio de 1996 financió toda una semana de fiestas en San Bernardo con los mejores conjuntos vallenatos del momento. El propio Rodrigo entregaba canastas de ron desde la tarima. “Uno no gastó un solo peso, fue espectacular. Pero eso lo hundió porque las autoridades de fuera empezaron a preguntar de dónde sacaba tanta plata”.

Cuando lo mataron solo tenía 36 años. Su esposa decidió enterrarlo en Medellín y a los pocos días, sus paisanos celebraron en San Bernardo un sepelio simbólico en el parque principal para honrarlo. “Salió todo el pueblo porque todos lo queríamos”, asegura su antiguo trabajador.

Las tempranas muertes violentas de los Castillo no sirvieron de argumento preventivo para los jóvenes de los municipios costaneros. Ser campanero (o poste, como también les dicen), primer eslabón en la cadena de la banda, es más fácil que otros trabajos y la escasa preparación académica les impide tener grandes aspiraciones de un empleo formal y bien pago. En San Antero, por ejemplo, solo el 38 % de los jóvenes estudian bachillerato, según la Secretaria de Educación. El caldo de cultivo es infinito.

Vi unos chicos con arma corta y radios en zona rural de Moñitos, cerca de la vereda Manantial, en un punto donde siempre se instalan. El ‘clan del Golfo’ les entrega moto, celular y un salario, y pasan el día vigilando una trocha que atraviesa El Rodeo, otro caserío clave para las bandas mafiosas, y desemboca en Moñitos. “Es un trabajo suave”, comenta un mototaxista.

“En Moñitos no hay ley”, sentencia un funcionario local al que entrevisto off the record, la condición que ponen todos. Uno de los inconvenientes para defender la legalidad es que el pueblo monta enseguida una asonada si a la policía se le ocurre detener a uno de ellos. De hecho, si en Moñitos el alcalde está preso, acusado de ser el presunto autor intelectual de la muerte de un concejal, es por la intervención directa de la Fiscalía General.

El fallecido lo señaló en secreto de tener nexos con el ‘clan del Golfo’ y, por alguna filtración, llegó a oídos del alcalde, quien lo mandó matar supuestamente en represalia.

Frente a la costa de Moñitos se divisa la silueta de isla Fuerte, un pequeño pedazo de tierra que ejemplifica la dificultad de asumir el control estatal de algunas áreas. Pese a que el turismo va ganando terreno a pasos agigantados, apenas son 3 kilómetros cuadrados; la habitan menos de dos mil almas y cuenta con un puesto de la Infantería de Marina; sigue siendo para los narcos un puente hacia el mar abierto.

“En la isla ocurre lo mismo que en Moñitos. Si la policía o la infantería detienen a un nativo, la gente se te echa encima y hay que soltarlos”, cuenta un uniformado.
Los apresamientos y asesinatos de líderes políticos locales son un nuevo síntoma del matrimonio entre la clase dirigente y los sucesivos grupos criminales.

El senador Martín Morales, quien fue también alcalde de San Antero, está detenido por sus vínculos primero con las Auc y luego con las ‘bacrim’, y lo señalan de ser el cerebro del crimen de otro alcalde, Wilmer José Pérez, al parecer por no pagarle una deuda de narcotráfico.

Para el ‘clan del Golfo’, el creciente consumo de drogas y el control de las ollas, cada día más numerosas, representan otro foco de poder en los municipios costaneros donde las vacunas son moneda corriente.

También el clan se ocupa de dirimir los conflictos cotidianos de vecinos cuando recurren a ellos. “Son autoridad porque las instituciones son débiles, y ellos resuelven más rápido y hacen cumplir su ley. La gente les tiene mucho temor”, afirma un funcionario.

“Estos pueblos están condenados por la politiquería, la corrupción, la drogadicción y la falta de oportunidades”, sentencia un alto funcionario. “No hay futuro”.

SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO