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Fabiola Lalinde dona archivo de desaparición de su hijo

Casi 34 años después de empezar la lucha para encontrar a su hijo, víctima de desaparición y ejecución extrajudicial por parte del Ejército Nacional, Fabiola Lalinde relata fragmentos de los episodios que cambiaron su vida y la de su familia. Mientras mira fotografías, recortes de prensa, diarios personales y afiches, cuenta las historias como si hubiesen ocurrido ayer, si bien, por momentos la memoria le falla. Pero conserva clara la esencia de su apuesta: combatir la guerra y la desaparición forzada con esperanza y persistencia, y ser tan incómoda como el canto de un sirirí, ese pájaro de pecho amarillo y alas cafés.

Nunca ha descansado. Ni siquiera después de que en 1996, 13 años después de la desaparición, lograra la entrega de los restos plenamente identificados de su hijo Luis Fernando Lalinde Lalinde. Su trabajo ha sido insistente y quiere que sea un legado para la sociedad colombiana. Por ello, el pasado 23 de abril, Fabiola donó sus archivos personales al Laboratorio de Fuentes Históricas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional sede Medellín.

Una parte del archivo ya está sistematizada, son alrededor de 5 cajas con 112 carpetas que agrupan unos 1.200 folios. Sin embargo, ese es solo el 30 por ciento del fondo documental. Están en proceso de clasificación videos, audios, fotografías, expedientes judiciales, mapas y otros elementos que dan cuenta no solo de la operación Sirirí, como llamó Fabiola a su lucha, sino también de los casi 80 años de su vida, desde la infancia, hasta formar parte de una familia común y corriente que se vio inmersa en el conflicto armado colombiano.

Los restos de su hijo fueron encontrados en la vereda Ventanas del municipio de Riosucio, en Caldas.

Foto:

Jaiver Nieto / EL TIEMPO

En la Universidad Nacional sede Medellín hay siluetas negras de pájaros Sirirí adheridas a algunas paredes que forman el camino hacia el laboratorio, en el cual está parte de la colección del archivo de Lalinde, una recreación del que fuera su lugar de trabajo, compuesto por un computador, un pequeño televisor, imágenes de santos, libros y documentos que retrataron el caso de su hijo. También pende de uno de los muros la colorida máscara que recibió en 2015, cuando fue una de las ganadoras del Premio Nacional de Derechos Humanos.

Los estantes de madera, rodeados de cristales, dejan a la vista álbumes de su vida: su primera comunión, los días previos a su matrimonio, el nacimiento de sus hijos, la época del colegio. Cajas organizadas por fechas contienen decenas de libretas de todos los tamaños, que fueron por años diarios de Fabiola. En ellos se dedicó a escribir detalles de la desaparición de su querido Luis Fernando, a quien se prometió que nunca dejaría de buscar.

Fabiola recorre su propio archivo y por momentos se sorprende. Cuando ve una imagen que la transporta al pasado o cuando lee reflexiones que ella misma escribió pero que tal vez había olvidado. Los recuerdos se agolpan en su mente: las veces que le dijo a su hijo que en Colombia no había desaparición forzada; cuando sintió el dolor de las Madres de Plaza de Mayo de Argentina, al verlas en televisión clamando por la verdad sobre el paradero de sus hijos; el día que Luis Fernando, estudiante universitario y militante de las juventudes comunistas de Antioquia, no regresó tras salir hacia Jardín (suroeste antioqueño) para ayudar a un guerrillero herido en combate; todas las veces que le negaron información sobre el paradero de su hijo.

Fotografías, recortes de periódicos, cartas inéditas, audios y mapas hacen parte del archivo.

Foto:

Jaiver Nieto / EL TIEMPO

Su lucha para encontrar verdad, justicia y reparación de parte del Estado también está vigente en su mente y en el fondo documental que hoy custodia la Nacional. Relata que el primero que le brindó ayuda fue el médico y defensor de derechos humanos Héctor Abad Gómez y que gracias a la insistencia de ambos lograron que en 1988 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA emitiera la primera resolución sobre el caso de su hijo, la primera sobre una ejecución extrajudicial en Colombia. Tampoco olvida que pocos días después las autoridades allanaron su casa, le guardaron cocaína en uno de sus armarios y luego la enviaron a la cárcel del Buen Pastor, de Medellín.

Supe que a mí hijo lo desaparecieron en la operación ‘Cuervos’, así que yo dije que iba a tener la operación Sirirí

Eso tampoco la detuvo. No duró mucho en prisión y salió para continuar la búsqueda de su hijo, a quien para entonces hacían pasar por un guerrillero conocido como ‘Jacinto’ y quien había supuestamente muerto en combate. “Estando en el Buen Pastor volví a la infancia, cuando mi padre me decía que las guerras no se gana con las armas sino con las estrategias. Supe que a mí hijo lo desaparecieron en la operación ‘Cuervos’, así que yo dije que iba a tener la operación Sirirí”, describe Fabiola.

En 1996, 13 años después de ver por última vez a Luis Fernando, logró que le entregaran los restos identificados. Entonces, su lucha se volvió la lucha de muchos y hasta ayudó a las madres de soldados secuestrados y a otras víctimas del conflicto.

Todos estos relatos pueden verse, oírse y leerse en el centro documental que donó Fabiola, quien expresó que en la recta final de su vida tiene más claro que nunca que esa es la herencia que quiere dejarles a las personas.

De acuerdo con Óscar Calvo, profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional, Lalinde había hecho acercamientos con el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) para preservar sus archivos, sin embargo, pese a que no nació en Medellín, se siente paisa y quiere que estos reposen en esta ciudad. La importancia de su archivo también fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), al incluirla en 2015, en el Registro Regional del Programa Memoria del Mundo.

Heidi Tamayo Ortiz 
EL TIEMPO
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@HeidiTamayo