Inicio Colombia ‘Iba a cumplir seis meses cuando sobreviví a la avalancha de Armero’

‘Iba a cumplir seis meses cuando sobreviví a la avalancha de Armero’

Un día antes de cumplir seis meses de vida, Marcela Gamboa estaba con sus padres en casa, en el barrio 20 de julio de Armero, cuando su padre escuchó un bramido que parecía venir de las profundidades de la tierra y que iba a cambiar sus vidas para siempre.  

Marcela, quien hoy tiene 33 años de vida, compartió su testimonio con la App de ELTIEMPO.COM y narró cómo vivió su familia la noche en que la erupción del volcán Nevado del Ruiz produjo una avalancha de lodo y lava que cobró la vida de más de 23 mil personas y dejó alrededor de 263 niños desaparecidos.

Marcela nació el 14 de mayo de 1985. Era hija única y cada mes su mamá le hacía una celebración. El 14 de noviembre iba a cumplir 6 meses, pero el día anterior le dio una fiebre bastante alta, por lo que su mamá, Martha Lucía Jiménez, la llevó al médico de Armero quien le diagnosticó amigdalitis y le pidió a Martha Lucía resguardar a Marcela en casa.

Ese 13 de noviembre salieron juntas del médico hacia la casa de sus abuelos maternos, doña Ofelia y don Uldarico, quienes vivía en la calle principal de Armero, donde tenían una panadería y heladería bastante conocida en el municipio y a la que nombraron El Nevado. «A mi abuelita todo el mundo la conocía como la ‘Mona Ofelia'», señala Marcela a la App.

«Mi mamá le contó a mi abuelita que yo estaba enferma y que por unos días no iba a poder ir a visitarla. Luego nos despedimos y mi abuelita le dio a mi mamá una cadena y una pulsera de la virgencita para que me la diera a al día siguiente por mis seis meses», añade Marcela.

Según la joven, su madre recuerda a la perfección las últimas palabras de su abuela: «Mija póngale a la niña esta cadena y esta pulserita por sus seis mesesitos y pues bueno, será verla en estos días para que me la traiga».

Acto seguido las dos salieron de la casa de doña Ofelia para ir a la suya que quedaba bastante alejada en el barrio 20 de Julio de Armero, un lugar que en distancia podría semejarse con la que hoy en día hay entre Bogotá y Soacha.

Marcela cuenta que ese día llegaron a casa y su mamá inmediatamente se puso tapabocas porque el olor a azufre y las cenizas que caían del volcán se habían intensificado. «
Esto para la gente del pueblo era algo normal porque el volcán a cada rato soltaba ceniza y olía a azufre. Pero a muchos nunca nadie les dijo que era peligroso vivir junto a un volcán», recalca Gamboa.

Marcela vivía junto a sus padres en la casa de sus abuelos paternos: Gregorio y Elvia, donde también vivían tres hermanos menores de su papá: Elvia, Martha Yaneth y Gregorio, a quien llamaban cariñosamente Goyo. 

Escuchó un bramido impresionante que parecía venir del fondo de la tierra

En la foto, el papá de Marcela (izquierda), junto con su tío Goyo. 

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

Martha Lucía, la madre de Marcerla, era ama de casa, y su papá, Julio Gamboa, trabajaba con su padre (abuelo de Marcela) con un camión que tenían para transportar algodón o sorgo de las fincas que había alrededor de Armero.

Ese día era la final de un partido importante (Millonarios Vs. Deportivo Cali), por lo que el padre de Marcela llegó a casa corriendo para sentarse a verlo. A eso de las 7 de la noche, según don Julio le contó a Marcela, empezó a caer un aguacero tremendo.

Tras el partido don Julio se fue a dormir en un colchón que había puesto junto a la cama de su esposa. Había cogido ese hábito desde que Marcela había nacido para que su esposa pudiera dormir bien junto a la bebé. «También guardaba siempre una linterna a su lado». 

«Lo que él cuenta es que al momento de acostarse y poner la cabeza sobre la almohada, escuchó un bramido impresionante que parecía venir del fondo de la tierra. Justo en ese momento se fue la energía eléctrica y todo Armero quedó a oscuras», narra Gamboa. 

El silencio no duró mucho tiempo pues un vecino llegó a golpear fuertemente una de las ventanas de la casa y a gritarle a al abuelo de Marcela: «Gregorio, salgan que el volcán se explotó».

El padre de Marcela automáticamente se levantó y le dijo a su esposa: «Martha, coja a la niña que nos vamos. Esto se acabó»…. La mamá de Marcela hizo eso exactamente y solamente se la llevó a ella. «No tuvo tiempo de sacar ropa, ni comida, ni nada, hasta se fue en pijama y sin zapatos».

El papá de Marcela empezó a correr a los cuartos de sus hermanos para gritarles que salieran corriendo. Pero cuando llegó donde su padre, don Gregorio, él se negó a salir. Le dijo: «eso qué cuentos de volcán, mañana madrugan es los ladrones a robarle a uno las cositas. Yo mejor me quedo y si algo me subo a la terraza de la casa, que eso seguro debe ser el río».

Mientras tanto, don Julio le indicó a su hermano Goyo que fuera por el camión que estaba parqueado cerca a la casa. «Ellos cuentan que lo único que se empezó a escuchar en ese momento fueron los gritos de la gente. Después, mi abuelo observó cómo los postes de electricidad empezaron a caerse y que la tierra se empezó a abrir como si fuera un terremoto. Ahí sí se fue para el camión».

«Mi papá dice que a él nunca se le va a olvidar ese sonido que a continuación escuchó, que era como cuando una volqueta descarga piedras y que se hacía cada vez más fuerte, como si se estuviera acercando».

Este camión azul fue el que sacó a la familia Gamboa de su casa, junto a varios vecinos, hasta ser arrastrado por la avalancha y estrellarse contra un cerro.

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

Justo después llegó Goyo con el camión y se parqueó para que todos  se subieran, pero los vecinos que vieron el carro también empezaron a encaramarse. «Ese camión se llenó de gente».

En la cabina iba Goyo manejando y luego se subió doña Elvia. De repente la mamá de Marcela le pasó a la bebé a su suegra y le dijo atacada llorando: «señora Elvia, cuide a Marcela que yo me voy a ir a traer a mi mamá».

En cuanto el papá de Marcela escuchó eso empezó a sacudir a su esposa y a decirle: «usted qué va a hacer, si su mamá vive arriba y eso ya tuvo que haberse acabado todo». Finalmente, don Julio la metió al carro a la fuerza.

Aprovechando que vivían a las afueras de Armero, tomaron carretera destapada que lleva a una vereda que se llama Maracaibo. El papá de Marcela le contó que anduvieron más o menos 10 minutos por esa trocha, a oscuras y a toda velocidad, cuando pudo ver lo que él compara con una máquina trituradora de cemento o un remolino, acercarse tan rápido que alcanzó el carro. «Era una avalancha de lodo que nos arrastró más o menos lo que corresponde a siete cuadras».

El carro iba patinando en el lodo y don Julio pudo ver por las luces traseras rojas cómo la gente y los animalitos se revolcaban entre ese lodo. El camión finalmente patinó y se estrelló contra una montaña que allá se conoce como el cerro del Alto de la Cruz.

«En ese momento todo el mundo empezó a lanzarse del camión hacia ese lodo hirviendo y lleno de escombros, para tratar de subir la montaña. Todos gritaban desesperados y trataban de encontrarse para huir de la avalancha».

‘La Mona Ofelia’, abuela de Marcela y conocida de la gente de Armero por su negocio Panadería y heladería El Nevado.

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

La familia se divide en tres

Por su parte, el papá de Marcela subió la montaña, hasta que más o menos 7 minutos después se dio cuenta de que iba solo. En ese momento él dio por hecho que toda su familia había muerto.

«Mi papá dice hoy en día: «que Dios me perdone, pero en ese momento yo solo pensaba en subir esa loma y tirarme porque ya no tenía motivos para seguir viviendo».

Por otro lado, Goyo le arrebató de los brazos de su abuela (Elvia) a Marcela, la alzó y decidió llevarla junto a su tía Martha Yaneth en brazos. Ambos empezaron a subir el cerro, pero por otro camino.

«Ellos cuentan que el aguacero no paraba y que cuando ya iban en cierto punto de la montaña y mi tía Martha empezó a gritarle a mi tío Goyo: «no me suelte». Es que íbamos por una loma peligrosa, era una pared de piedra y no había casi de dónde agarrarse».

El grito

Justo en ese momento el papá de Marcela escuchó el grito de su hermana y le pidió a un señor que acababa de encontrarse que le prestara la linterna que llevaba para bajar a buscar a su familia, pues creía que estaba viva. Bajó corriendo y el camino halló a su hija Marcela, su hermano Goyo y su hermana Martha Yaneth. Pero todos iban convencidos de que el resto estaban muertos.

«Mi papá Julio cuenta que era tanto lo que yo lloraba que tuvo que ponerme su pecho para calmarme, así no me alimentara, él me ponía el pecho y yo me calmaba. Iba totalmente mojada y asustada».

Ahí mi mamá empezó a gritar, a perderse, a sacudir a mi abuela y a reclamarle que le entregara a la bebé, que ella se la había dado. Empezó a perder la razón.

Por otro lado, la mamá de Marcela salió del camión con su suegra, su suegro y su cuñada, también llamada Elvia. A su lado también huyeron más vecinos, todos rumbo a la montaña.

Cuando llegaron a determinado punto, la mamá de Marcela le dijo a su suegra: «señora Elvia, venga yo le ayudo a cargar a Marcela, venga le tengo la niña».

En ese momento su suegra le responde: «no mija, pero si yo la niña que tengo no es Marcela, es la hija de Eugenia, la vecina, ella me la pasó».

«Ahí mi mamá empezó a gritar, a perderse, a sacudir a mi abuela y a reclamarle que le entregara a la bebé que ella se la había dado. Empezó a perder la razón. La gente cuenta que ella decía que me escuchaba por todas partes».

En ese momento se escuchaba el llanto de los que habían podido salvarse y los gritos de los que se habían quedado abajo en el camión y se estaban muriendo. Nadie bajó a ayudarlos por el miedo a que llegara una nueva avalancha y se los llevara.

Más o menos a las dos horas la mamá de Marcela decidió volver a bajar hasta el camión e ir a buscar a la bebé. Todo el mundo intentó convencerla de que no fuera, pero ella dijo que iba así fuera sola. Entonces su cuñada, Elvia, decidió acompañarla y ambas bajaron con una linterna prestada.

Al llegar, Elvia le dijo a su cuñada: «Martha, yo no me meto allá, me da miedo, desde aquí le alumbro para que usted pueda ver». Ahí la mamá de Marcela atravesó una cerca que había arrancándose la ropa e hiriendo su cuerpo. Dio un salto y se subió a al camión, pero cuando pudo asomarse a la cabina, lo único que vio fue la cobija que debía estar arropando a Marcela.

«En ese momento ella dedujo que yo había dado el bote y que me había ahogado en ese lodo. Volvió a subir al cerro llorando, se encontró con mis abuelos y le reclamó nuevamente a mi abuela el por qué me había soltado».

El desierto de Armero

Amaneció. Eran más o menos las 5 de la mañana cuando el papá de Marcela pudo finalmente observar el desierto en el que se había convertido Armero. Todos los demás lloraban de lo impresionante que era ver una masa infinita de lodo en el horizonte.

Decidieron bajar la montaña y empezar a caminar hacia algún lugar donde pudieran ayudarlos. Llegaron a una finca que quedaba en el camino hacia la vereda Maracaibo, también en el Tolima, donde los acogieron y donde ya estaban personas de las Defensa Civil haciendo un listado de los sobrevivientes. La dueña de la casa les dio ropa y comida, a ellos y a muchas personas más que llegaron al mismo punto.

Acto seguido, los hombres de la Defensa Civil le pidieron al papá de Marcela inscribirse en la lista. «Mi papá alcanzó a leer los nombres de mi mamá, mi abuela (su mamá) y del resto. Les preguntó a los funcionarios dónde estaban esas personas que se habían anotado en la lista y le respondieron que en una finca más abajo».

Los cuatro salieron camino a la siguiente finca, donde efectivamente se reencontraron con la mamá de Marcela y los demás.

De vuelta a la vida

«Mi mamá cuenta que en ese momento le volvió la vida, que corrió a cargarme y me apretó en su pecho y no quería que nadie más me tocara».

Los dueños de esa segunda finca le regalaron a la mamá de Marcela ropa para cambiar a la bebé. Recuerdan con claridad que eran prendas de un niño y que inclusive le dieron tetero, pero Marcela solo quería recibir la leche del seno de su mamá. «Ella estaba preocupadísima por mi fiebre en el día y temía que fuera a empeorar, pero sucedió todo lo contrario, me puse bien».

Martha Lucía Jiménez, (izquierda), con sus padres Ofelia y Uldarico, desaparecidos de Armero.

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

Una larga búsqueda

Desde ese día comenzó la búsqueda de los abuelos maternos de Marcela. su madre salió en todos los medios de comunicación pidiendo información de doña Ofelia y don Uldarico, pero ellos nunca aparecieron.

«Mi madre volvía cada 13 de noviembre, como muchos sobrevivientes de Armero, a buscar a su familia. Hasta que un día se encontró con una vecina de mi abuelita, quien le dijo que ella misma había ido a tocarle la puerta para que saliera, pero que ella y mi abuelo nunca respondieron».

En la foto, Marcela Gamboa, de 5 años, junto al padre García Ramos quien decidió volver a Lérida, en el Tolima, para visitar a todas las personas que ayudó tras la tragedia de Armero.

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

El nuevo comienzo

Por esos días empezaron a llegar camiones que iban para diferentes destinos, unos para Medellín, otros para Cali. «Nosotros nos subimos en el que decía que iba para Bogotá. Eso fue más o menos 3 o cuatro días después de la avalancha».

En Bogotá llegaron a la iglesia que queda frente a la estación de Transmilenio del Ricaurte, donde las monjas los ayudaron y les dieron comida, vestuario y luego una casa para vivir.

«Pero al tiempo mi papá quiso que nos fuéramos para Lérida, en el Tolima. Allá el padre García Herreros, el del Minuto de Dios, decidió regalarnos una casa en la que vivimos por mucho tiempo». Sin embargo, los padres de Marcela tuvieron otras dos niñas y, cuando Marcela cumplió 14 años, decidieron devolverse a Bogotá para buscar un mejor futuro para las niñas.

Rosa Obando, bisabuela de Marcela y última sobreviviente de Armero rescatada. Doña Rosa fe encontrada en el techo de su casa 27 días después de la tragedia y vivió hasta los 101 años.

Foto:

Archivo de Marcela Gamboa.

La última sobreviviente de Armero

La bisabuela paterna de Marcela, doña Rosa Obando, en cambio vivía sola en su casa en Armero. Ella tampoco quiso salir el día de la tragedia y prefirió resguardarse en la terraza de su hogar.

27 días después de la tragedia, Jorge, un tío abuelo de Marcela, tuvo el presentimiento de que su madre estaba viva, y decidió volver a Armero a buscarla.

Con ayuda de la Defensa Civil y de la Cruz Roja, Jorge llegó al lugar en helicóptero, porque no se podía ingresar a Armero por tierra, pues todo estaba inundado de lodo y la gente podía hundirse.

El helicóptero fue hasta la terraza de doña Rosa, a quien encontraron totalmente deshidratada, pero viva. La bisabuela de Marcela aguantó frío, calor, sol y lluvia. Ella fue la última sobreviviente que sacaron de Armero y todo el mundo conoció su historia: la de mamá Rosa. A ella la llevaron a un hospital que queda en Ibagué para recuperarla.

Mamá Rosa contaba que cuando estaba en el tejado, lo único que le pedía a Dios era que le permitiera vivir más años y murió de 101 hace poco tiempo. 

Cesar Payán, el mejor amigo de la familia

Cesar Payán, el mejor amigo de del papá de Marcela, vivió otra historia. Él era casado y tenía dos hijas de 2 y 4 años. Los cuatro alcanzaron a subirse al carro y a andar por la carretera, pero la avalancha los alcanzó, los tiró hacia un lado y los cubrió. Cesar pudo salir del carro con sus dos hijitas, pero su esposa se quedó atrapada.

Payán caminó todo lo que pudo hasta llegar a un lugar donde había gente de la Cruz Roja. Ahí vio a una señora de la entidad y le rogó que cuidara de las niñas para él poder regresar por su esposa que había quedado atrapada en el carro, e inconsciente. La señora le dijo que fuera tranquilo, pero acompañado por alguien más.  

Entonces junto a un hombre Cesar regresó por su esposa, pero ella ya había fallecido.  Cesar cargó su cuerpo y lo llevó a la misma vereda donde había dejado a sus hijas.

Sin embargo, al arribo, la señora con quien las había dejado encargadas, junto con sus pequeñas, habían desaparecido. Nunca volvió a saber de ellas, se las habían robado. César las buscó por cielo y tierra, pero nunca las encontró. Ese día perdió a su familia completa. 

Marcela iba a cumplir seis meses cuando la tragedia tocó las puertas de su hogar y por poco acaba con toda su familia.

Foto:

Archivo Particular

33 años después

Hoy en día Marcela es técnica profesional en sistemas. Tiene dos hijas mellizas y vive en Bogotá. Todavía se le corta la voz cuando habla de lo que vivió su familia y de cómo sus abuelos maternos nunca fueron encontrados.

Cuenta que su madre, cada que visita Armero, trata de calcular cuál podría ser el lugar donde murieron sus padres para ponerles flores, porque esta es la hora en que no se puede ni siquiera identificar la casa de su abuela, la muy conocida en Armero ‘Mona Ofelia’.

María del Mar Quintana Cataño
ELTIEMPO.COM – APP
@Miradelmar