Inicio Colombia Ignacio Piedrahíta, el geólogo que prefirió el papel a la piedra

Ignacio Piedrahíta, el geólogo que prefirió el papel a la piedra

Antes de ser geólogo, aunque parezca anacrónico, Ignacio Piedrahíta ya era escritor. No lo era en todo el sentido de la palabra, pero ya había comenzado a dar puntadas de lo que sería su vocación definitiva.

A los 17 años empezó a leer con una voracidad tardía: tendido en la cama por una gripa, aburrido, pensó que acercarse a los viejos tomos de la biblioteca de su casa podía sacarlo del letargo en que estaba sumido. Así conoció a los rusos y franceses del siglo XIX. Pero, más allá de eso, la lectura de esas novelas cambió su vida de manera definitiva.

Una vez en la universidad, con unos 20 años, leyó un aviso en el periódico sobre un taller literario. Fue como una revelación. Se inscribió al curso que dictaba Luis Fernando Macías y, según sus propias palabras, comenzó a leer de manera más consciente. Del taller salió su primer libro, La caligrafía del basilisco, que publicó la Editorial Eafit.

Los cuentos que conformaron ese volumen, sin embargo, se contraponen a los textos más recientes del escritor. En aquella época, dice, no había encontrado aún el tono y estilo que lo habrían de caracterizar. “Esos relatos son muy diferentes a los de ahora. En ese momento quise hacer literatura de ficción propiamente dicha. Estaban muy influenciados por escritores latinoamericanos como Borges, Cortázar y Onetti”, agrega.

En el 2018, casi 20 años después de la publicación del libro de cuentos, Ignacio sorprendió con El velo que cubre la piedra, una recolección de relatos variopintos que habían aparecido en el periódico Universo Centro y la Revista de la Universidad de Antioquia. El libro, editado por Atarraya, un joven proyecto literario de la ciudad, también incluyó algunas crónicas inéditas.

Si algo tiene en particular El velo que cubre la piedra es la mirada del autor. Ignacio, como geólogo, se pasea por el alto Putumayo para realizar una toma de yagé. A medida que comenta su experiencia alucinatoria, espiritual, describe el paisaje con la precisión casi de un naturalista.

El narrador, que es él mismo, cita a viajeros europeos del siglo XIX que se aventuraron a compartir la experiencia con las comunidades indígenas.

En ‘Hondonada’, una de las crónicas incluida en el texto, el autor sube hasta la cima de una de las montañas que forman el valle de Aburrá. Allá, en medio de un paisaje bucólico, comienza a reflexionar sobre la ciudad, su crecimiento y sus problemas sociales. Pero, como una chispa espontánea, incontenible, aparece la mirada del geólogo, lo que hace del relato un texto rico y sui generis.

Mis relatos de antes son muy diferentes a los de ahora. No había encontrado aún el tono y estilo que me habrían de caracterizar

Entonces, Ignacio describe las montañas y explica la formación de los Andes, comenta sobre el material de que están hechos esos cerros y explica sus particularidades: “El valle de Aburrá no es producto de la lenta excavación del río, sino de fuerzas tectónicas que abrieron una brecha enorme en medio de la cordillera Central de nuestros Andes”, anota en la página 59.

El libro, si bien sigue un hilo conductor sutil, aborda temas muy variados. Pero hay uno que aparece con recurrencia: la relación arte-naturaleza. En ‘Anatomía subterránea’, otro de los relatos, el autor analiza dos obras de arte expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires, Argentina.

En el texto, Piedrahita contempla dos cuadros: uno de Sívori y otro de Rothko. Estos le revelan una idea: la superposición de capas. Así como en las obras artísticas una capa se posa encima de la otra, sucede lo mismo con La Tierra.

Contemplando las dos obras llega a la conclusión de que entre naturaleza y creación artística hay una relación irrompible: “Entre el museo y la cordillera opera un destino secreto. La realidad pictórica se traslada a la naturaleza y en la naturaleza se inspira la obra del artista”, explica en la página 37.

Esta idea aparece también en otro de los textos. Ahí el autor comenta cómo la explosión del volcán Tambora, en una isla de Indonesia, provocó un estallido literario: de manera indirecta pero contundente influyó en que Mary Shelley escribiera Frankenstein y en que Lord Byron creara uno de sus poemas más sublimes.

Entre el museo y la cordillera opera un destino secreto. La realidad pictórica se traslada a la naturaleza y en la naturaleza se inspira la obra del artista

Además de los temas mencionados, en El velo que cubre la piedra hay crónicas urbanas, como un relato histórico de la Medellín de finales del siglo XIX, un viaje en barco y una reflexión sobre el oficio de escribir.

A pesar de las diferencias, hay una característica común: los referentes históricos y literarios que aparecen en cada texto sin pretensión alguna de derrochar erudición. Por las páginas asoman escritores como García Márquez, Carpentier o Faulkner.

“Esas referencias las hago porque recuerdo algún texto que leí y sé que le puede dar más validez a lo que estoy contando. Entonces voy hasta la biblioteca y encuentro lo que necesito”, dice.

El libro está acompañado de las fotografías de Carlos Felipe Ramírez, especialista en técnicas fotográficas históricas. Lina Parra, quien editó la obra, dice que esta es ideal para llevarla bajo el brazo y viajar con ella, tal como invitan los relatos.

MIGUEL OSORIO MONTOYA
Para EL TIEMPO
Medellín