Los niños al frente de las rentas ilegales del microtráfico y la pederastia en el centro de Medellín.
FECHA 22 / OCTUBRE / 2018
Cuidar, el verbo que los padres usan para hablar del deber que tienen con sus hijos, significa para Jenny vigilar que ninguna de las menores de edad que cambian sexo por dinero en el centro de Medellín se demore más de 20 minutos con un ‘cliente’, que ninguna se vuele de su sitio de trabajo, que nadie se vaya sin pagarles, que todas entreguen la mitad de ese pago a cambio de la protección del combo delincuencial que controla esa calle. «Cuidar putas», como lo nombran en ese contexto, es cuidar las ganancias por encima de las putas.
“Hay una relación fuerte entre la Explotación Sexual Comercial de Niños Niñas y Adolescentes y el narcomenudeo”, dice uno de los testimonios recopilados por investigadores de la Universidad de Antioquia y la Alcaldía de Medellín en un estudio del fenómeno recientemente publicado, “los combos son los principales abusadores y proxenetas”, continúa, “cuando llega el cliente ellos mismos las acompañan hasta el hotel y ni la dejan hablar”.
No existe un indicador para medir la cantidad de niños utilizados por los grupos delincuenciales pero, como referencia, el estudio dice que en 2016 por cada 100.000 menores de 18 años en la ciudad 21 fueron sexualmente explotados y 198 aprehendidos por tráfico o porte de estupefacientes. Sobre cómo sucede que un niño termine en un combo, el estudio presenta una detallada descripción de las técnicas que usan los criminales, estas van desde la seducción hasta la coerción.
Este video hace parte de la serie Ojos Que No Ven, uno de los productos de la investigación citada, realizada por funcionarios del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia (SISC) de la Alcaldía de Medellín e investigadores de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia.
Pero el que sigue es el testimonio al revés, el de la desprotección de los niños y la falta de redes de apoyo: Jenny, a sus 15 años, prefería vender drogas a mercadear con su cuerpo.
– ¿Sabe qué? ellas se paraban en una esquina y yo me iba pa’llá. Entonces llegaban ellos, muchas veces no conocían a nadie y casi todos eran taxistas. Los taxistas son unos morbosos, usted se para en una esquina, con su faldita, con su mochito, usted puede que no sea puta pero la confunden, la confunden. Y yo era así, y yo me maquineaba todo y ellos empezaban a preguntar ‘ay, ¿dónde están las muchachas?’ y yo: ‘vea, aquí está la una, allá está la otra’, y dizque: ‘lléveme donde una’, y yo ‘ah, de una’. Y yo le decía ‘¿usted fuma?’ y me decía que sí y yo ‘vea, le tengo feeling, tengo el kasao, tengo esto, tengo aquello’, y yo ‘vea, con esto tuqui tuqui pa que tenga más función, ¿no?’. Oiga, si yo les conseguía los clientes yo por qué no iba a salir más avispada, yo también necesitaba trabajar pa comprarme lo mío.
Ya después ellas me buscaban a mí para que los manes les pudieran entregar toda la plata. Y si no les pagaban no se las veían conmigo, obvio que yo no los iba a chuzar, yo simplemente los amenazaba, pues, pa que les pagaran porque ellas estaban haciendo su trabajo ¿sí me entiende? Y si no querían iba y buscaba al Duro de Prado: ‘ah, vea, esto y esto pasó con este sujeto’. Ya él iba a entrar en razón: pagaba porque pagaba o le daban la pela.
«digamos que ella cobró por ahí 25 mil, de eso el Duro le sacaba la mitad, siempre«
Entonces, digamos que ella cobró por ahí 25 mil, de eso el Duro le sacaba la mitad, siempre. Si no pagaban no las cuidaban, se tenían que cuidar ellas solas. El Duro me pagaba a mí, no sé. Pero gracias a Dios nunca vendí mi cuerpo, ¡ay Dios mío! a mí no me gustaría estar con un hombre, porque como me violaron y fue forzada, me da asco, como que no, los hombres no. Yo soy muy buena para hablar con ellos y contarles de mi vida, sí, pero para estar con ellos y que sexual, ¡vee, hay es tiempo para eso! Igual yo estoy cambiando, pero todavía me acuerdo mucho de todo lo que yo hacía allá, lo que me tocó hacer cuidando a todas esas putas.
«eran puras pelaítas, 11, 12 años, ¿las cuidaba por qué? porque eran unas niñas«
Eran puras pelaítas, 11, 12 años, ¿las cuidaba por qué? porque eran unas niñas. Sí tenían conocimiento pa vender el cuerpo y pa consumir ¡aayyy! pero no tenían conocimiento pa enfrentar lo que eran los problemas, no. Y además porque en Prado [así se conoce en el mundo de la calle los bajos del viaducto del Metro de Medellín entre las estaciones Prado y Parque Berrío, en el centro de la ciudad] se maneja mucha cosa por debajo de cuerda.
¿Y el día que yo no cuidara una?… ¡Me daban las pelas! muchas veces yo me hice rajar el cuero por una vieja, aquí, aquí, ¿por qué? por cuidarla. Si uno se pone de bufón y no es capaz de parar el brinco ¿qué tiene que hacer?: asume que se las pegan… y salga pa’fuera otra vez a cuidarlas después de que le dan la pela a uno.
Había pelaítos de 12 que eran los que jibareaban, de 15, pelaítos así, como yo. Los otros, los que mandaban, ya eran señores adultos, por ahí 20, 30, así, de pa’rriba. Cuarentones que ya tenían su mentalidad más gruesa que uno y sabían las vueltas más que uno. Ellos llegan a estas comunas de bajos recursos o ven que las niñas bajan al centro y que son de bajos recursos y tienen problemáticas en sus casas, la mayoría. Y se aprovechan de eso y les ofrecen trabajo. Porque vea, yo le voy a decir algo: ¿a los señores? A los señores les gustan son las pelaítas, las pollitas, porque tuqui, que tuqui tuqui, que tengan sus buenas caderas. ¿Usted cree que una señora se va a meter con otro señor? ¡Gas! ¿Qué van a hacer dos arrugados? Los muchachos son los que buscan muchas veces las cuarentonas porque tienen más experiencia, pero los señores buscan las pollitas… había muchas veces que vendían su virginidad.
«¿a los señores? A los señores les gustan son las pelaítas, las pollitas«
Uno no tiene conocimiento para expresarse con los manes de la vuelta ¿cierto que no? O no sé, porque yo nunca le llegué a alzar la voz a ninguno porque ellos son los que mandan ¿cierto? Uno ahí se está buscando la muerte. Y en estos momentos, que ya me salí de eso, no les hablaría. No lo haría porque son unos cochinos, unos groseros, están cometiendo muchos errores, especialmente con las niñas. Usted ve esas pelaítas demacradas porque muchas veces ellos mismos se las comían, como se dice vulgarmente, y les pegaban ¡les pegaban! o las difamaban, decían que tenían enfermedades. Son unos descarados. Y es que a veces ellas también tenían que jugar más vivo, obvio, ¿cómo que la mitad? Sabiendo que ellas son las que están vendiendo su cuerpo, están haciendo muchas cosas.
Yo en este momento me referiría a ellos como cochinos, si yo pudiera ya los habría demandado a todos, a todos, y los hubiera puesto a que los picaran.
Yo no me prostituía y a mí me veían como una basurita por mi forma de ser, por lo que yo siempre he sido muy avispada… muchos pensamientos negativos hacia ellos. Porque eso es lo que se merecen las personas así.
«en estos momentos yo salgo a la calle con miedo«
Desde los 12 años soy de calle y a mí nunca me habían cogido los de chalequito rojo [se refiere a los profesionales del Sistema de Protección que recorren las calles de la ciudad portando un chaleco distintivo como funcionarios de la Alcaldía. Antes era de color rojo, pero en el cambio de administración ese color lo pasaron a utilizar los trabajadores de Espacio Público, ahora los educadores en calle utilizan uno de color beige], yo salía corriendo, yo los aletiaba, les decía ‘¡no!, acá no es, recréese’ y me iba, corría, prefería irme a que me metieran a un internado, y el día que me cogieron yo pensé ‘¡ay no!’. Y ahora que estoy encerrada pues, he aprendido muchas cosas, pero tengo todavía conocimiento de todo lo que me pasó.
Duré mucho tiempo en la calle. A mí que me tocó cuidar en San Antonio, Prado, Berrío, me ha tocado duro, porque en estos momentos yo salgo a la calle con miedo… uno nunca sabe, uno en la calle deja muchas culebras sueltas”.
Jenny entregó su testimonio en 2016 durante una sesión de estudio del Grupo Intergeneracional de Investigación GIDI. En ese momento ella estaba interna en una institución de protección de la ciudad de Medellín. Su nombre en esta historia fue modificado para protegerla.
La niña nunca terminó su proceso de restablecimiento de derechos y actualmente no se sabe nada de su paradero.
Por: Sara Castillejo Ditta
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