Inicio Colombia ‘Jesús no nos dio cosas, nos dio su vida y su presencia’

‘Jesús no nos dio cosas, nos dio su vida y su presencia’

El mundo católico está de reflexión. Vive el tiempo de la cuaresma que para el arzobispo de Barranquilla, monseñor Pablo Emiro Salas Anteliz es el momento justo para renovar el espíritu y fortalecer la fe en Cristo. Él nos comparte sus reflexiones y nos da luces para que el camino sea menos tortuoso.

¿Recuérdenos a qué se refiere la cuaresma?
Es un tiempo en el que la Iglesia reconoce la condición de sus hijos, y esa condición no es otra que la de nuestra propia pequeñez y fragilidad. Es un tiempo de reflexión, de conversión, para mirarnos con honestidad, para darnos cuentas de que no somos impecables, que no todo en nuestra vida anda bien, que en esta sociedad hay muchas cosas que andan mal…

¿Mal?
Sí, porque nosotros, los hombres que hacemos parte de ella andamos mal. Esta sociedad es una sociedad desigual, violenta, que atenta contra la vida, que ofende la dignidad de las personas; es una sociedad injusta y todo eso ocurre porque eso que acabo de señalar sale del corazón del hombre.

¿Y eso que sale, en concreto, qué es?
El egoísmo, las violencias, las envidias, los rencores, las desigualdades…

¿Pero por qué?
Justamente, porque somos frágiles, pecadores.

¿O somos mal formados..?
Ambas cosas.

¿Qué otras conductas se albergan en ese corazón?
Las que son contrarias a la propia dignidad del ser humano y que podríamos llamar conductas amorales, o no éticas; pero también del corazón hombre sale todo aquello que ofende a Dios y que por tanto ofende también a los hermanos.

¿Esto es lo que lleva a la iglesia a que una persona se concentre en sí misma en 40 días…?
Por eso digo que es un tiempo oportuno; es un tiempo de gracia en el calendario litúrgico para que el hombre pueda entrar en sí mismo, pueda contemplar su pequeñez y pueda darse cuenta que él no es Dios.

¿Entonces, qué es?
Una criatura revestida de pequeñez, miseria, de pobreza, de límites, que el hombre no es verdad, como decía Protágoras que es ‘la medida de todas las cosas’, no; el hombre es un ser frágil, corruptible, pequeño, no es Dios; su grandeza es la del hombre, no la de ser Dios.

¿De qué manera, la Iglesia ayuda a esa reflexión?
Hay una palabra apropiada que, justamente, nos invita a lo que estoy diciendo. Por ejemplo, en las parroquias hay muchas actividades, como por ejemplo un día de ayuno, exámenes de conciencia.

¿Particularmente, Usted qué recomienda?
Es tiempo propicio para rezar más, porque rezamos poco, o rezamos cuando necesitamos; de hacer silencio; a veces pienso que estamos en un mundo lleno de ruidos que no permite escuchar la voz de la conciencia; escuchar en el silencio una voz que te habla.

¿Por qué es importante el silencio?
Porque es muy importante volvernos a la palabra de Dios, que es luz para nuestro camino. Lámparas son sus pasos, luz en mis senderos. Es un tiempo para dejarnos instruir por el Señor. Dice un Salmo: Instrúyeme, Señor, en tus caminos, haz que camine conforme a tu voluntad, enséñame, porque tú eres mi Dios.

El máximo jerarca de la Iglesia Católica en el Atlántico, monseñor Pablo Salas, llama también a fortalecer la unión familiar.

Foto:

Cortesía Arquidiócesis de Barranquillla

¿Será que hay mucha soberbia en nosotros?
A veces somos maestros de nosotros mismos, si somos ciegos guiando a ciegos. Necesitamos dejarnos instruir por Dios, guiarnos por su palabra, por su enseñanza por su verdad. La cuaresma es para eso.

¿Nada más?
También es un tiempo para que una sociedad llena de opulencia, de egoísmos, sepa de la caridad y ejerza la misericordia con los demás.

En resumen, ¿Compartir?
Para compartir. Es un tiempo para desprenderse, para darnos cuenta de que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, porque así nos enseña el Señor, tiempo de orar. Es en el corazón del hombre en donde está la generosidad, no en las manos, simplemente.

¿Monseñor es igual rezar que orar?

Pues en algún sentido puede ser igual, dependiendo lo que se entienda de una cosa y por la otra. Pero a veces no siempre lo son. A veces rezamos de prisa, por formalismo, porque se volvió costumbre.

¿Qué implica la oración?

Una relación que advierte quien soy yo. Y rezo desde mi pobreza, desde mi pequeñez y me relaciono con alguien que es más que yo, que es Dios. Entonces, la oración siempre supone eso, una criatura y un creador. A veces, el rezo no supone nada, la oración es la explicitación de una relación más profunda y eso es lo que diferencia una cosa de la otra.

¿Este es un tiempo para autosanar el espíritu…?
Por supuesto. Creo que en la medida en que vayamos descubriendo la grandeza de lo que somos ante los ojos de Dios, vamos entendiendo porqué debemos convivir con los demás, no como enemigos sino como hermanos.

Hay percepción en que la gente se viene alejando más de Dios, ¿Por qué?
Pienso, en primera medida, que nosotros como iglesia nos ha hecho falta mucha más profundidad en el mensaje que anunciamos; una evangelización más seria que toque la vida de las personas, menos religiosidad. Necesitamos llevar a las personas al encuentro vivo con Jesucristo y estamos en ese propósito, en esa tarea.

¿Menos religiosidad?
A veces. Nunca nos falta la práctica religiosa, pero nos hace falta mucha más vivencia de la vida, de las cosas que creemos, un seguimiento más honesto y sincero de Jesús, menos prácticas religiosas y más cualidad de vida. Cuando esto no pasa se vuelven prácticas vacías y de esto tenemos muchos en la Iglesia.

¿En la jerarquización de las clases sociales se puede decir en dónde hay menos cambios, en el ciudadano común o en el dirigente?
Pienso que en todos. El corazón del hombre es el mismo ayer, hoy y mañana. Puede haber la capacidad de morir por el otro, o simplemente la capacidad de sacrificar al otro en beneficio mío. De manera que yo no haría una diferencia.

¿Las flagelaciones pueden cambiar el corazón?
Sobre ese tema hay mucho debate y claridad. Está claro que quien lo viva y haga tiene que ser expresión de su fe y de su vivencia. Si eso lo hace por ritualismo, fanatismo, por complacer al público eso carece de razón de ser.

¿Cómo retomar la devoción vivir la Semana Santa y no al paseo?
Todo eso hace parte de la incoherencia de nuestra vida cristiana. Un cristiano coherente, que vida su fe sabe poner en su puesto lo uno y lo otro, vive su semana santa con dignidad; uno incoherente lo vive al lado de la piscina, es la tibieza de su fe espiritual, un mensaje del evangelio a la carta. Así queremos volver nuestra fe. La iglesia tiene que ser más exigente, más clara y tiene que invitar a sus católicos que realmente Semana Santa sea semana eso.

Álvaro Oviedo C.
Editor regional de EL TIEMPO
BARRANQUILLA