Inicio Colombia La eterna parranda de las ‘viejitas chéveres’ del Carnaval

La eterna parranda de las ‘viejitas chéveres’ del Carnaval

Es sábado de carnaval. Celia Escorcia de Durán, de 79 años, se toma temprano, para la presión arterial, su pastilla diaria de Verapamil, se enfunda en un vestido de organza cristal, fucsia, verde y amarillo, con lentejuelas, y se pone una corona de plumas. Una nieta le maquilla las arrugas y le pinta sus labios de rojo.

Como una reina, la vieja Celia, con 8 hijos 22 nietos y 4 bisnietos, sale en la mañana del populoso barrio San Isidro, de Barranquilla, rumbo a la Batalla de Flores, como lo ha hecho en los últimos 16 años con sus compañeras de Asoviche, la asociación de viejitos chéveres, donde el requisito para entrar es tener mínimo 50 años y poder caminar. «No somos de la tercera, sino de la octava edad», dicen entre risas.

Al son de una papayera, las 30 mujeres, que hacen parte de la comparsa ‘Alegría del Carnaval’, se funden entre el río de monocucos, toritos, marimondas, garabatos, congos y bailarinas de cuerpos esculturales.

«El carnaval lo lleva uno en la sangre, apenas uno oye los tambores enseguida le dan ganas de bailar, se le quitan los dolores y todo», dice Celia.

Entre ese ancianato rumbero, como les dicen, va bailando como si nada Carmen Morales, con 78 años, 6 hijos, 18 nietos, 17 bisnietos y osteoporosis. A su lado se mueve Carmen Lastra, de 75 años, con 5 hijos, 22 nietos, 6 bisnietos y diabetes. Y más allá baila Elvira Barreto de Salcedo, de 72 años, con 11 hijos, 35 nietos, 26 bisnietos y una venda en la rodilla derecha para contener la artrosis. «Los hijos me dijeron, mami, no vas a poder bailar, pero el doctor me dijo, no bailarán ellos porque eso te sirve de terapia», cuenta.

En todos estos años de carnaval, recorriendo bajo el fuerte sol los cuatro kilómetros y medio del cumbiódromo de la vía 40, a ninguna del grupo les ha dado la ‘palida’. «En camilla salen las peladas, nosotras llegamos bailando, como si nada. Es que no tomamos ron, ni fumamos, ni metemos ‘viagra'», dicen en coro y se ríen.

Las ‘viejitas chéveres’ se comenzaron a reunir a mediados de 1991 en la iglesia Santa Isabel, en el barrio Lucero, por iniciativa del padre Roberto Velandia. Arrancaron como un grupo de oración y terminaron metidas en el carnaval.

«El padre era entusiasta y nos alentó a inscribirnos -comenta Celia-. Al comienzo nos daba pena, pero después nos lo gozamos». Cuando les contaron a sus familiares, unos pensaron que estaban sufriendo de un delirio de demencia senil. «Mis hijos me decían se van a burlar de ustedes, pero yo les dije, yo bailo pa’ que la gente la goce -cuenta Judith Wdehtein-. Es que yo me siento muy feliz, uno se olvida de las cuenta del agua, de la luz».

«Mis hijos me decían se van a burlar de ustedes, pero yo les dije, yo bailo pa’ que la gente la goce».

Para ellas, los carnavales ha sido su liberación. La mayoría nunca había salido en una comparsa. «Mi marido era teso, me tocó dejar de trabajar, no podía ir ni a baile ni a nada. Se murió y me dediqué a parrandear. He venido a vivir después de vieja, en el cielo tiene que estar aterrado», dice Celia.

Elvira Barreto dice que le guardó cinco años luto a sus esposo Manuel Salcedo, con el que bailaba en los carnavales, pero después decidió salir en la comparsa. «Éramos inseparables. Me la pasaba llorando, pero desde hace diez años me los gozo».

Para este carnaval no tenían muchos ánimos porque no había plata. El sacerdote que las apoyaba se murió. El año pasado rifaron una licuadora y un mercado. «La papayera nos cobra 100 mil pesos y el del bus, 150. Los refrigerios cuestan otro billete», dice Celia. Tuvieron que usar los mismos vestidos del año pasado, pues uno nuevo vale 280 mil pesos.

Hace dos años se presentaron ante el presidente Uribe y Celia le metió una carta en el bolsillo pidiéndole apoyo. «A los meses me llegó la respuesta a la casa. Yo toda feliz porque me escribió el Presidente y cuando fui a ver me decía que no tenían plata pa’ nosotras».

Pese a que no tenían mucho dinero insistieron, pues para ellas bailar es mejor que cualquier pastilla para la presión o la diabetes. «Mi hermana Lucila se murió y a los tres meses estaba bailando», dice Nuri de Vergara, con 79 años, 10 hijos, 32 nietos y 11 bisnietos. Ensayaron dos meses la coreografía, con Juan B. Serpa, en el salón comunal de la iglesia con una grabadora y el pasado jueves en la calle con papayera.

Ninguna se quería la fiesta carnavalera. Ruth Valega, de 65 años, con 4 hijos y 8 nietos, que sufre de cálculos en la vesícula, le dijo la semana pasada al doctor: «Yo me opero, pero después del carnaval».

Y fue así. Ayer, pese a sus achaques, las ‘viejitas chéveres’, que se han ganado dos congos de oro por sus presentaciones, volvieron a aparecer en la Batalla de Flores.

«Envejecer es vivir. Nosotras teníamos antes cien años, pero ahora nos sentimos de 20 -dice Celia-. Vamos a estar en el Carnaval hasta que Dios quiera y el cuerpo aguante».

Graciela Matos de Torres, a sus 76 años, toma un vuelo cada dos años de Miami a Barranquilla, para venir a bailar en el carnaval con la comparsa de Asoviche.

Matos, una barranquillera, de 79 años, con cinco hijos, 32 nietos y 11 bisnietos, dice que esa es su alegría.

«Mi vida ha sido triste porque me casé a los 20 años con un hombre muy celoso, me cerraba la puerta y no me dejaba salir. Nos separamos porque él era borrachón y mujeriego. Me tocó trabajar duro, vendiendo carne y verduras para criar a mis hijos».

Graciela no tuvo carnavales hasta que entró a Asoviche. «Me metí a las viejitas chéveres, porque estas muchachas si son chéveres. Solo falté a un carnaval cuando me mataron a un hijo. Es que la muerte de un hijo duele mucho».

«Me metí a las viejitas chéveres, porque estas muchachas si son chéveres.

Hace ocho años, una de sus hijas se la llevó para Estados Unidos, pero ella no quiere perderse el carnaval.

«Yo le cuido los niños a una nieta y ella me paga. Yo ahorro los dos años para los pasajes para venirme. Este año, me vine desde comienzos de enero. Mi hija me dijo, vete para el Carnaval con tus amigas. Es que eso por allá es como un cementerio por estos días».

Apenas llegó a la ciudad se le subió la presión. Los médicos le hicieron un electrograma y lo primero que le preguntó fue: «Doctor, puedo bailar». Y apenas le contestó que sí, le volvió el alma al cuerpo.

«En camilla salen las peladas, nosotras llegamos bailando. Es que no tomamos ron, ni fumamos, ni metemos ‘viagra’ «, dicen en coro las ‘viejitas chéveres’.

«El carnaval lo lleva uno en la sangre, apenas uno oye los tambores enseguida le dan ganas de bailar, se le quitan los dolores y todo», manifestó Celia Escorcia, presidenta del grupo de Asoviche.

LUIS ALBERTO MIÑO RUEDA -Enviado especial de EL TIEMPO – Barranquilla.