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La familia que custodia un tesoro en las entrañas de la tierra

Con tan solo 11 años, Wilmer tiene su ojo entrenado y conoce a la perfección el camino para ir bajo tierra en busca de aventuras. No le da miedo meterse a las profundidades de una cueva donde todavía todo está por ser explorado. Tiene cada paso bien calculado a pesar de que la vida dentro es oscura y silenciosa. Wilmer es parte de los Jaimes, una familia santandereana que por 13 años ha custodiado uno de los lugares más lindos descubiertos en Colombia: la Cueva de la Vaca.

La cueva, ubicada en el municipio de Curití, en Santander, es una de las tantas cavidades subterráneas por las que corre agua viva y que están vestidas con formaciones calcáreas como estalactitas y estalagmitas, esa especie de gotas de roca e incluso de agua congelada que cuelgan del techo. Allí se realiza espeleología, es decir, la exploración de estos lugares escondidos en el suelo, enterrados en la profundidad, a propósito del turismo de aventura que promociona el departamento.

Juan Carlos Jaimes, tío de Wilmer, es el dueño de Gua-iti Aventura Sin Límites, la empresa que opera para realizar esta actividad. Es él quien se ha encargado de preparar al pequeño para que sea uno de los guías turísticos de la Cueva de la Vaca y siga la tradición de la familia. Y así, aunque nunca se lo hubieran pedido, ese es el sueño de Wilmer cuando sea grande.

La desaparición de vacas que llevó a descubrir la cueva

Hace aproximadamente 80 años se estaban desapareciendo las vacas de la finca de un señor llamado Juan Beltrán en Curití. Lo primero que pensaron fue que los animales habían sido robados, pero un día unos campesinos escucharon a lo lejos unos mugidos y dieron con una de las vacas.

Estaba herida y atrapada entre algunos escombros. Los campesinos tumbaron varios árboles que dificultaban su rescate hasta que encontraron los cadáveres de las demás. Todas se habían caído en una especie de pozo que daba entrada a lo que sería una cueva que nadie antes había explorado.

El lugar recibió el nombre de ‘La cueva donde caen las vacas’, pero con el tiempo se redujo al nombre que tiene hoy: ‘La Cueva de la Vaca’

Juan Carlos también era un niño de 8 años cuando entró por primera vez a la cueva. A su familia no le gustaba que lo hiciera por todos los riesgos que había, pero ese fue lugar en el que encontró un refugio y un destino.

Los turistas han llegado a Curití buscando nuevas experiencias. El municipio tiene el Balneario Pescaderito, el Parque Natural El Santuario y también la Cueva del Yeso, pero para Juan Carlos debía haber otro destino y se le ocurrió que podría ser la Cueva de la Vaca.

Juan Carlos Jaimes lidera el negocio de esta familia santandereana que por generaciones ha custodiado la Cueva de la Vaca, uno de los lugares más lindos de Colombia.

Foto:

Jaime Moreno / EL TIEMPO

Esperó y a los 17 años comenzó a prepararse para ser guía profesional. Realizó todos los cursos posibles, a nivel nacional e internacional, como en guía turística, rescate en espacios confinados y en aguas rápidas, seguridad en alturas y primeros auxilios. Toda esta preparación lo llevó a crear su propia empresa de turismo: Gua-iti Aventura Sin Límites.

“Yo siempre he dicho que querer el turismo nace en uno y sentirse con sentido de pertenencia para eso es algo muy importante”, dice Jaimes. Ahora, cuando no va a la cueva lo regañan, porque esa además de ser su fuente de ingreso es una actividad netamente del municipio, en la que trabaja la mayoría de la familia.

Yo siempre he dicho que querer el turismo nace en uno y sentirse con sentido de pertenencia para eso es algo muy importante

Los Jaimes tienen un convenio anual con Lizandro Galvis Roa, actual propietario de la finca donde está la cueva, para transitar allí sin problema con los guías y turistas. La responsabilidad de los custodios es mantenerla cuidada, limpia y conservada.

El viaje hacia las entrañas de la tierra

Aunque Wilmer todavía no es guía profesional, su tío Juan Carlos ya le da la responsabilidad de comandar algunos de los viajes bajo tierra. Para llegar a la cueva hay que caminar cerca de cinco minutos por un pastal. La entrada es estrecha, como señalando que durante el recorrido habrá espacios reducidos a los que enfrentarse. Son 492 metros, ida y vuelta, aproximadamente una hora y cuarenta minutos.

Gracias a su pequeña estatura, Wilmer Jaimes camina con facilidad por la cueva, aunque la luz de la linterna no es suficiente para iluminar el camino. Como todas las cavidades subterráneas del planeta, la Cueva de la Vaca tiene un mundo viviente dentro: sus principales habitantes son murciélagos y arañas, totalmente inofensivos a los visitantes. Las estalactitas y estalagmitas son como las manos de la cueva que dan apoyo, porque el suelo es resbaloso y de vez en cuando hay piscinas heladas para atravesar nadando.

Darse la oportunidad de hacer espeleología es un proceso de transformación. Hay que estar presente, pensando cómo llevar el cuerpo y cruzar con cuidado, en resistir. Es enfrentarse a la incomodidad, a arrastrarse, mojarse, caerse y desesperarse.

A los 400 metros de recorrido hay una quebrada subterránea, que indica que se está próximo a dos de los mayores atractivos de la Cueva de la Vaca: el salón del cielo de cristal y la pata del elefante, una formación rocosa particular.

Los custodios de la Cueva de la Vaca no le han encontrado la salida todavía. No existe cuenta exacta de las veces que han viajado bajo tierra para conocer sus profundidades y entenderlas, pero resulta que cada vez que llegan más a fondo encuentran una nueva bifurcación, un nuevo camino que necesitan tantear. Lo más lejos que han llegado han sido 16 horas, aproximadamente cinco kilómetros, pero el recorrido comercial llega solamente hasta los 492 metros.

Descender a las profundidades es un paso para vencer los temores naturales que se tienen a la oscuridad y al aislamiento.

Foto:

Jaime Moreno / EL TIEMPO

Descender a las profundidades es un paso para vencer los temores naturales que se tienen a la oscuridad y al aislamiento. Pareciera que allí no hay nada interesante, precisamente porque no existe ningún confort y el riesgo es constante. Pero es un camino que una vez se toma hay que seguirlo y que exige la sincronía de todos los sentidos para disfrutar de la experiencia.

Atreverse a hacer espeleología en Curití

Hacer espeleología con Gua-iti Aventura Sin Límite tiene un costo de $30 mil pesos. El turista recibe un casco de seguridad, una linterna, un seguro de riesgos y un guía. Al terminar la actividad, hay servicio de duchas, vestieres y una bebida caliente. De hecho, hay servicio de parqueadero si lo requiere.

La empresa está certificada con la norma técnica de calidad de espeleología y con guías aptos para realizar la actividad. “Estar certificados nos ha permitido regirnos y mantener un estándar de calidad, es una empresa estructurada para prestar un mejor servicio”, dice Juan Carlos Jaimes al resaltar también que más de cinco mil turistas viajan a su municipio al año especialmente cuando hay festivos y en temporadas como enero, semana santa y diciembre.

VALERIA CUEVAS GONZÁLEZ
Unidad de Redes Sociales
Twitter: @Olarevuccello