Inicio Colombia La historia del abuelo de 89 años que correrá un legendario circuito

La historia del abuelo de 89 años que correrá un legendario circuito

El carro en que los hermanos Pinzón corrían se deslizó a consecuencia de lo mojada que estaba la carretera. El vehículo hizo varios trompos y finalmente se detuvo al borde de un precipicio.

Era mayo de 1965. Julio y Hernando verificaron que todo estuviera en orden y se decidieron a arrancar de nuevo para no perder tiempo en la carrera del Circuito Central Colombiano, que desde hacía dos días venían ganando.

“Cuando yo abro la puerta —cuenta Julio Pinzón— me doy cuenta de que las llantas del carro estaban en el aire. Miré a Hernando y le dije: ‘Hernando, bájate con cuidado que estamos en el aire’”.

Julio aún recuerda que un alambre de púas los salvó de caer al abismo. Estaba templado, se habían salvado de milagro.

Ocurrió hace 53 años, en el último Circuito Central Colombiano organizado en el país. Aquel percance en La Pintada, Antioquia, les significó el segundo lugar a los hermanos Pinzón. No fue la última carrera que corrieron estos dos hombres adictos a la velocidad, pero sí la última que se realizó de este popular circuito.

Cuando yo abro la puerta me doy cuenta de que las llantas del carro estaban en el aire

Hace mes y medio, mientras Julio se encontraba descansando en su apartamento en el norte de Bogotá, le llegó la noticia de que este circuito se volvería a correr. La felicidad que lo embargó lo hizo dar un salto. A sus 89 años decidió de nuevo correr, una vez más, como en los viejos tiempos.

En la actualidad, Julio se encuentra a tres meses de cumplir los 90 años. Goza a plenitud de una salud que él mismo llama una bendición. Mientras su familia sonríe con ternura, él es el hombre más contento de poder participar, desde hoy,  en un nuevo Circuito Central Colombiano que organiza el Club Las Tortugas, el cual durará tres días y recorrerá Bogotá, Cali, Medellín y terminará en la capital del país.

Julio Pinzón conserva en su casa réplicas y trofeos que le dejaron sus años al volante junto con su hermano.

Foto:

Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO

Hechos para correr

La historia de los hermanos Pinzón en el automovilismo se remonta a los años 30, en Bogotá, cuando al morir su padre, Hernando debió hacerse cargo de Jorge y Julio, los menores. Entonces les enseñó a manejar y a compartir su afición por la velocidad.

“Mi padre manejaba muy despacio —explica Julio—. Hernando tuvo desde siempre una adicción a la velocidad que lo llevó a aprender muy rápido; además, como es arquitecto, siempre fue muy calculador a la hora de conducir. Él nos enseñó muy jóvenes a Jorge y a mí cómo se debía manejar, con lo que consiguió enamorarnos, así como él, de las carreras”.

Juntos, los hermanos participaron por primera vez en la doble a Tunja, que se corrió en 1950. Julio y Hernando iban en un Chevrolet Fleetline de la época, mientras que Jorge iba en un Ford Lincoln.

Al final, Julio y Hernando ganaron la carrera y Jorge quedó de tercero. En ese momento se dieron cuenta del potencial que tenían y comenzaron a correr en cada carrera que se presentaba.

La madre de estos tres hombres no paraba de preocuparse. Cada carrera, cuenta Julio, la gente llamaba para decirle que sus hijos iban ganando, pero ella colgaba de inmediato para seguir aferrada a su rosario y rogar que no les pasara nada.

“Mi mamá al final se acostumbró —narra Julio mientras esboza una sonrisa—. Ella, a lo último, cuando le preguntaban si no le preocupaba que manejáramos a tanta velocidad respondía que si teníamos tantos trofeos era porque manejábamos muy bien, así que no se preocupaba”.

Y como prueba de ello, en su vivienda Julio tiene un estante con 55 trofeos, pero antes de mudarse contaba con una colección de 200. Algunos terminaron como chatarra, pero Julio aún conserva las placas, otros fueron robados.

Las carreras continuaron. En 1952 corrieron la doble a Sogamoso, y el primero fue Jorge; Julio, el segundo y Hernando, el tercero. Para 1953 su hermano Jorge murió, lo que consolidó la unión de Hernando y Julio en el tema del automovilismo. El mayor era el conductor y Julio, el navegante.

Cuando le preguntaban a mi mamá si no le preocupaba que manejáramos a tanta velocidad respondía que si teníamos tantos trofeos era porque manejábamos muy bien, así que no

Cada triunfo los entusiasmaba más. Nunca consiguieron participar por fuera del país porque el automovilismo es un deporte costoso en el que los patrocinios son vitales, pero fueron felices en cada carrera que pudieron correr por las carreteras de Colombia.

No solo fueron carreras y ralis. Mientras habla con la admiración de un hermano, Julio enseña una foto en blanco y negro en la que se ve cómo Hernando logra poner sobre una balanza el Ford 36 que manejaba. Un concurso de equilibro de 1944 en el que ambos participaron y lograron ganar por mantener el carro más tiempo en la balanza.

Julio Pinzón conserva recuerdos de su afición a la velocidad.

Foto:

Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO

Los recuerdos son variados. Fotografías, recortes de periódico en los que se lee el titular ‘Los Pinzón, al ataque’ son la preciada colección de Julio, en la que se puede ver una vida llena de velocidad y victorias.

“A mí lo que me gusta es manejar —dice Julio mirando hacia arriba, con felicidad—. Eso me fascina. Me parece interesante que cada carro es diferente, por eso me gusta adaptarme al carro, conocerlo. Qué puedo decir, la gasolina me corre por las venas”.

En aquellas carreras participaban corredores de diferentes rincones del país. Julio recuerda la gran asistencia de público que tenían aquellas competencias, pero el Circuito Central se dejó de hacer porque con el pasar de los años las carreteras ya no se podían cerrar para este evento.

No obstante, también llegaron a correr entre vehículos, pues los ralis no se dejaron de realizar en las carreteras de Colombia.

“El rally es una prueba de precisión y regularidad —explica Julio—, te dan un promedio de velocidad, un tiempo o una distancia, para llegar de un punto a otro; estos cálculos los hace el navegante, que le indica al piloto si se adelanta o se atrasa; por eso, uno debe mantener la medida”.

Entre las aventuras del automovilismo que Julio más recuerda hay una técnica que desarrolló con su hermano. Se trata de una maniobra en la que ambos se cambiaban de puesto, con el vehículo en movimiento, para no perder tiempo.

“Cuando uno se detenía a cambiar de conductor —recuerda Julio— perdía un minuto o más, por lo que practicamos y practicamos hasta que lo conseguimos. Como en aquella época los asientos de los vehículos eran enteros de lado a lado, uno sostenía el volante mientas el otro se pasaba por atrás. Lo llegamos a hacer a 80 kilómetros por hora. Nadie más lo hizo en ese entonces, y menos ahora que los asientos de adelante son separados”.

Una herencia

Julio se dedicó a las ventas. Fue gerente en un concesionario de vehículos. Asegura que disfruta revisar los carros, arreglarlos y mantenerlos en perfecto estado.

Su campo de entrenamiento son las siempre congestionadas calles de Bogotá. Las recorre conduciendo un Chevrolet Swift modelo 93, dice que siempre conduce con inteligencia, como su hermano le enseñó.

Hace 53 años corrí este circuito, gracias a Dios estoy aquí, y cuando me contaron del evento yo dije que tenía que estar presente

Tuvo tres hijos — Julio, Mauricio y Ricardo—, y a todos les inculcó la misma pasión por la velocidad. De hecho, la carrera de este jueves la correrá en compañía de su hijo mayor, que también se llama Julio.

“Hace 53 años corrí este circuito —comenta Julio con alegría—, gracias a Dios estoy aquí, y cuando me contaron del evento yo dije que tenía que estar presente. Si no conseguía un carro para correr, iba y me paraba a la salida y a la llegada, pero no me lo podía perder”.

Para participar en la carrera, Julio encontró un Honda Accord 1981, azul oscuro. Hace 15 días lo preparan para la carrera, y esperan que el vehículo le permita terminar en perfectas condiciones este circuito, en el cual participarán alrededor de 30 corredores.

Gladys Williamson Londoño, su gran amiga y compañera en esta aventura, afirma que la organización del evento está muy entusiasmada con la idea de la participación de Julio, pues para un hombre de su edad es toda una hazaña.

“Cuando salió lo del evento, él tenía que renovar su licencia de conducción —expresa Gladys con admiración—; pensó que por su edad podían no renovársela, pero le fue tan bien que hasta lo felicitaron. Es un hombre muy entusiasta”.

De hecho, dos años atrás hubo un evento de la Porsche en Estados Unidos en el cual regalaron un curso de carreras. Uno de sus hijos lo invitó, y al final del curso la organización le dio un trofeo a Julio por ser la persona con más edad que ha participado en el evento, además de felicitarlo por sus cualidades a la hora de manejar.

“No me le quedé atrás a ninguno —dice Julio entre risas—; ese entusiasmo y ese vigor los tengo todavía. Por eso quiero participar”.

Julio contempla sus trofeos. Se siente orgulloso de todo lo que hizo junto a su hermano. También se le infla el pecho al decir que sus cinco nietos también aman los vehículos y las carreras. Su única nieta, de 21 años, es la más emocionada por la carrera y, cuenta Julio, ella maneja muy bien.

Una vez más, Julio estará al frente del volante. Esta vez no será junto con su hermano Hernando, pero sí con su hijo Julio, por lo que está emocionado de correr una vez más y que el legado de los Pinzón siga siendo el sinónimo de velocidad e inteligencia al manejar.

MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA BORRERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @Leugim40