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La historia desconocida de cuando los cartageneros pidieron ser ingleses

En el suelo cartagenero, ondeando al ritmo de las brisas del Caribe, el 13 de octubre de 1815 fue izada la bandera inglesa. Una serie de acontecimientos llevaron a que la ciudad amurallada se declarara súbdita de la Corona británica, mientras la Nueva Granada intentaba contener la reconquista española.

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La historia se remonta a siglos atrás, en pleno auge de la Colonia. Durante este periodo, y hasta el proceso de independencia, “la bahía de Cartagena fue un enclave –como La Habana, Veracruz o Nueva Orleans– en la confrontación que en la región sostenían las monarquías europeas como extensión de sus disputas en el Viejo Continente”, asegura Gustavo Bell Lemus, exvicepresidente colombiano e historiador.

Entre los rivales de España, Inglaterra era el más fuerte. Esta enemistad se había forjado por más de tres siglos, y la estrategia de la Corona británica apuntaba a la desestabilización de las colonias españolas, especialmente en América.

Todos estos intentos fueron represados exitosamente, pero en 1655 los ingleses lograron poner pie en el Caribe apropiándose de Jamaica. Este hecho cambió el ajedrez geopolítico de la época, otorgándole dominio a Gran Bretaña sobre esta zona, lo que se traduce en rutas de comercio –legal y de contrabando, incluyendo el de esclavos– y el acceso a los mercados hispanoamericanos que tan celosamente eran permitidos únicamente a los comerciantes de Cádiz y Sevilla.

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La tensión entre estas monarquías permaneció hasta principios de 1800, pero nunca implicó un ataque directo ni llegó a tener connotación bélica. No obstante, el nuevo siglo fue inaugurado con la expansión napoleónica, que para Inglaterra constituía una verdadera amenaza. Fue así como el carácter frío de la rivalidad entre Gran Bretaña y España aumentó de temperatura cuando este último decidió aliarse con Francia e irse de frente en la guerra contra la Corona inglesa, en 1804.

A partir de ese año, Inglaterra empezó a idear seriamente una expedición contra las colonias españolas en América. Sin embargo, sus planes se frenaron cuando la autocracia de Napoleón les quitó el poder a los Borbón, la familia real española, para nombrar como nuevo monarca a su hermano, José I Bonaparte. Este hecho ocasionó una resistencia en la península ibérica que la Corona británica no dudó en aprovechar para frenar el avance del nuevo emperador francés.

En consecuencia, “España e Inglaterra, enemigos a muerte por siglos, firmaron un armisticio y sellaron una alianza contra Francia”, relata el historiador Bell. En adelante, la política internacional entre ambos países estaría regida por dicho pacto, lo que repercutió, años más tarde, en la petición de Cartagena para adherirse al Imperio inglés.

Independencia y reconquista

Capítulo aparte, la invasión napoleónica en Europa cayó como anillo al dedo para los propósitos independentistas de la Nueva Granada y sus provincias. Los criollos seguían de cerca los acontecimientos que ocurrían al otro lado del Atlántico y eran conscientes del debilitamiento de España y del gran poderío que acumulaba la monarquía inglesa.

“La percepción que tenían los neogranadinos, y en especial los cartageneros, sobre lo que sucedía en Europa era la consolidación de Gran Bretaña como principal potencia económica, militar y política del mundo, fenómeno que les producía una gran admiración, al punto de desear quedar bajo su protección”, señala Bell Lemus.

Mientras tanto, la proclamación de independencia de Santafé de Bogotá, el 20 de julio de 1810, había esparcido el ánimo revolucionario por todo el territorio de la Nueva Granada, y aunque en Cartagena las élites se dividieron en torno a este propósito –unas querían permanecer fieles a España y otras no–, la ciudad terminó sumándose a la causa y se declaró Estado libre y soberano el 11 de noviembre de 1811.

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Lo que vino después históricamente se conoce como la “Patria boba” y abarcó una serie de enfrentamientos entre los independentistas, quienes no lograron llegar a acuerdos sobre la forma de gobernar. Esta guerra civil se mantuvo hasta 1815, año en que decidieron unirse en contra de España, que tras la restitución de Fernando VII en el trono venía pisándoles los talones a sus antiguas colonias para anexarlas nuevamente a su territorio.

El asedio

En este punto es donde nuevamente Inglaterra toma relevancia, pues la primera expedición del ejército español para reconquistar América, en cabeza de Pablo Morillo, había desembarcado en Caracas y se dirigía rumbo a la Nueva Granada. La amenaza motivó la búsqueda de soluciones entre los republicanos para poner freno a la tropa; entre ellas, el apoyo internacional, y Gran Bretaña fue la primera carta que se puso sobre la mesa como posible aliado.

Meses antes, la Corona inglesa había firmado un nuevo acuerdo, con el propio Fernando VII, en el que reiteraba su neutralidad en el conflicto interno que tenía Madrid y “se prohibía expresamente que súbditos británicos les suministrasen armas a los insurgentes hispanoamericanos”, dicta el tratado.

Por esta razón, cuando la primera delegación de neogranadinos fue a Jamaica para solicitar respaldo militar, los ingleses hicieron caso omiso de su petición y priorizaron la estabilidad de sus relaciones en Europa. Pero la negativa fue matizada y la respuesta que las autoridades británicas les dieron a los criollos que rogaron por su protección no fue un no rotundo, pues temían que acudieran a los franceses para que fueran partidarios de su causa.

“La percepción que tenían los neogranadinos, y en especial los cartageneros, sobre lo que sucedía en Europa era la consolidación de Gran Bretaña como principal potencia».

Mientras los comisionados cartageneros se encontraban en la isla, ya había empezado la avanzada de Morillo para apoderarse de la Heroica. El historiador y docente de la Universidad de Cartagena Sergio Paolo Solano cuenta que el ejército español tomó a Santa Marta –que permanecía fiel a la Corona– como centro de operaciones, y poco a poco invadió todas las poblaciones del curso del río Magdalena hasta llegar a Cartagena.

“Entraron a Barranquilla y allí hubo un combate donde las tropas de Morillo salieron victoriosas. Luego siguieron a Soledad y después a Malambo, que era un resguardo indígena; en la toma masacraron a todos los indios y destruyeron el pueblo. Siguieron por todo lo que hoy se conoce como el departamento del Atlántico, atravesaron el camino real de Tierradentro y llegaron a Turbaco. Entonces los republicanos que habitaban el corregimiento lo incendiaron para evitar caer en manos de los españoles. Finalmente se desplazaron hacia Cartagena, derrotando pequeñas guerrillas que ponían resistencia en el camino. Se reunieron en La Popa, se tomaron el castillo de San Felipe y a partir de ese momento comenzó el asedio”, relata el académico.

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Desde el 26 de agosto hasta el 5 de diciembre de 1815, los cartageneros se resistieron a quedar nuevamente bajo el dominio español. Durante este tiempo la ciudad permaneció sitiada, con el agravante de que le fueron cortados los suministros, obligándola a ceder a punta de hambre.

“Los españoles conocían la debilidad de la ciudad: el abasto. Este llegaba por vía marítima desde el bajo Sinú y las costas de Tolú. Por ello tomaron control de los puertos y carreteras para impedir que le llegaran suministros de todo tipo. La ciudad usualmente tenía capacidad para almacenar alimentos por 80 o 100 días, pero llegó el momento en que se comieron todo lo que había, incluso los animales de granja de los patios de las casas, y empezaron a morir de hambre”, describe Solano.

En medio del agobio que vivía la ciudad, 48 días después del sitio, el gobernador de Cartagena, Juan de Dios Amador, quien había firmado el acta de independencia tres años antes, convocó el 13 de octubre a la legislatura de la provincia a una sesión extraordinaria para proponer “la única medida capaz de salvarla”: ofrecer a Cartagena bajo el amparo y la dirección del monarca de la Gran Bretaña.

«La ciudad usualmente tenía capacidad para almacenar alimentos por 80 o 100 días, pero llegó el momento en que se comieron todo lo que había».

Como tampoco se tenían resultados de la misión enviada a Jamaica para concretar apoyo, los legisladores aceptaron por unanimidad la idea del gobernador Amador, quien fue autorizado –relata Bell Lemus– para hacer “la solemne proclamación de Cartagena de Indias británica y despachar una nueva delegación para avisarles de esta resolución a las autoridades de Jamaica a fin de que, considerándose una parte de los dominios de Su Majestad, imparta a la plaza una poderosa protección”.

El exvicepresidente detalla que, según algunos relatos de la época, “la bandera británica fue izada en la ciudad y al día siguiente se despachó la comisión”. Sin embargo, como era de esperarse por los pactos sellados entre Madrid y Londres, las autoridades inglesas de Jamaica se rehusaron a recibir a los emisarios cartageneros y reiteraron su neutralidad en el conflicto entre España y sus “colonias”.

Finalmente, el 5 de diciembre cae la ciudad. “Algunos de los líderes republicanos se embarcan en pequeñas canoas y logran salir, pero otros caen en manos de Morillo, quien, tras la firma de las capitulaciones en las que se entregaba a Cartagena, ordenó sus fusilamientos y el de todos los aliados de la causa”, puntualiza el docente de la Universidad de Cartagena Sergio Paolo Solano.

¿Qué habría pasado?

No es común hablar de lo que hubiera pasado si Inglaterra hubiera aceptado la sumisión de la provincia de Cartagena. El periodista, político y escritor Hernando Téllez, en EL TIEMPO del 8 de mayo de 1962, se atreve a plantear un escenario.

“Del choque o la convergencia de dos influencias contradictorias sobre una población en proceso de estructuración espiritual se hubiera originado otro tipo de consecuencias. Una influencia inglesa tal vez habría aminorado, aliviado ciertos defectos del carácter, de la actitud intelectual que la criatura de estas latitudes iba a tener indefectiblemente”, anota Téllez.

Por su parte, para Bell Lemus, “si en el mejor de los casos Cartagena hubiese sido tomada por la Corona británica, ello supondría que Morillo tendría que haber sido derrotado militarmente, o que él hubiese desistido de tomarla por la superioridad inglesa. En todo caso, por supuesto, la historia de la independencia de la Nueva Granada habría sido otra”.

SARA VALENTINA QUEVEDO
Redacción EL TIEMPO