Inicio Colombia La pesadilla de la familia iraquí que llegó engañada a Colombia

La pesadilla de la familia iraquí que llegó engañada a Colombia

Arrinconados en una pequeña habitación sin luz de dos metros cuadrados de un barco carguero, los cinco integrantes de la familia Hadi huyen de su natal Irak por el temor que enfundó en sus tierras el grupo terrorista Estado Islámico (también conocido como Isis o Daesh).

Fue en Turquía donde se internaron en aquel navío desde el cual no lograban percibir ni siquiera el sol y donde nunca abandonaron el pequeño cuarto en el que se aislaron. Malak Hadi, una joven de 22 años y la segunda hija de la familia, recuerda que durante los cerca de dos meses que permanecieron encerrados, el único alimento que conocieron fue el atún que empacaron en sus maletas antes de embarcar.

Hussein, el padre de la familia, tranzó con un coyote y capitán de un barco libanés llamado Hassam su desplazamiento rumbo a Miami, en Estados Unidos, donde algunos familiares ya habían huido y los esperaban tras esa travesía.

Dormían como podían en unas colchonetas. Todos los días eran iguales: en completa oscuridad y sigilo. Aunque escuchaban las voces de los marineros, ellos prefirieron ser discretos porque temían que si salían, alguno de esos hombres les hiciera daño, sobre todo a las mujeres. En medio de su camino por el Atlántico, el capitán del barco los amenazó y les exigió más dinero o los botaría a mar abierto, la familia se las arregló para darle lo que pudieron, sus celulares, documentos, cosas de valor, todo. En tierra, a Hassam ya le habían entregado 70.000 dólares para su desplazamiento ilegal a territorio norteamericano.

Llegó el día de desembarcar y los Hadi fueron llevados por un anciano hacia un hotel con la promesa de que al otro día se reunirían con sus familiares. Lo que les había prometido el capitán del barco –que para entonces se esfumó– estaba a punto de cumplirse.

Estaban confundidos, el anciano los había montado a un bus y recorrieron un trayecto de cerca de cuatro horas hasta arribar al hotel. Pasaron dos días en una habitación. Entre engaños les dijeron que no salieran para evitar sospechas y se torpedeara su estadía en los Estados Unidos, todo debía ser manejado con cautela, les recalcó. También les dijo que él custodiaría la poca ropa que les quedaba.

Hussein ya sospechaba que algo raro estaba pasando y bajó con su esposa y tres hijos a la recepción donde se hospedaban.

“Hola, ¿estamos en Miami?”, preguntó la familia entre señas e intentándose comunicar, balbuceando algunas palabras en inglés ante la mujer que los atendió.

Ella, extrañada de ver a una familia que hablaba árabe y mujeres que cubrían su rostro con un velo (yihab), logró entenderles lo que le preguntaban y les respondió: “No, esto no es Miami, es Cali”.

“¿Cali?”,
preguntó Hussein.

“Sí, Cali, Colombia”,
respondió la recepcionista del hotel.

Aquel capitán del barco los había dejado a la deriva en un lugar del que nunca habían escuchado, sin ninguna de sus pertenencias y dejándoles solo lo que llevaban puesto, junto con una muñeca de trapo que Malak ha tenido durante toda su vida y que la acompañó en los difíciles días del viaje.

Malak Hadi

Esta muñeca es lo único que conserva Malak tras su travesía que tenía como destino Estados Unidos.

Foto:

Laura Guzmán / EL TIEMPO

Malak Hadi

Alaa, madre de Malak, cocina todos los viernes un plato especial para la comunidad donde vive.

Foto:

Laura Guzmán / EL TIEMPO

“¿Colombia? ¡No puede ser!”, gritaban de angustia los integrantes de la familia al conocer donde los habían dejado botados. “¡No conocemos nada de Colombia!, ¿qué es Colombia?”, repetían.

La travesía de los Hadi –que tenían como destino Estados Unidos– se vio interrumpida, el lugar donde se bajaron del navío era Buenaventura y de allí los desplazaron a Cali, donde perdieron contacto con el capitán.

Malak recuerda que su padre Hussein, intentando explicarles el lugar al que habían llegado, les dijo a las mujeres Alaa, su esposa, Riyam y ella, sus hijas, que era el país de Shakira; y a Muhamed, el menor de sus hijos, que era la tierra de James Rodríguez, el afamado futbolista del Real Madrid.

Hussein Hadi pidió ayuda inmediata a la mujer y solicitó que llamaran a la Policía. Ella fue un poco más allá y los auxilió comunicándolos con Migración Colombia, entidad que les brindó colaboración por cuatro días. Además, se les ofreció la condición de refugiados o debían abandonar el país en un lapso de cuatro días.

Estaban en una carrera contrarreloj y el padre de la familia estaba empecinado en irse a Estados Unidos, por eso se dirigió a Medellín adonde intentaría hacer papeles para, finalmente, viajar a ese país.

“En ese punto, mi padre estaba firme en que íbamos a irnos de Colombia. Me dijo: ‘Nunca me quedaría en Colombia, no conozco este país, no tengo dinero, quiero que vayamos a la casa de mi familia en los Estados Unidos’ ”, recuerda Malak.

Malak, que es una joven delgada, de ojos verdes y con un carisma con el cual algún día sueña llegar a ser una actriz famosa, cuenta que esas noches en la capital antioqueña eran difíciles. Como no tenían plata, les tocó dormir en los pasillos de la terminal de transportes y recibir ayudas de las personas que se apiadaban de ellos.

Las mujeres estaban cansadas, por eso convencieron a Hussein de que se quedaran al menos por un tiempo en Colombia. Justo cuando la familia emprendía su viaje a Bogotá, a donde debían llegar para iniciar trámites para ser refugiados, vieron en un paradero de bus a las afueras de Medellín una luz.

Era un hombre de una larga barba hablando en árabe. Ellos corrieron hacia él y le pidieron ayuda. “No tenemos nada, nos robaron. ¿Sabes de alguien que nos pueda ayudar?”, recuerda Malak que le dijeron al hombre, un paquistaní radicado en Colombia desde hace varios años y quien les dio una dirección en Bogotá a donde podrían llegar.

“Le dijimos: ‘As-salamu alaykum’ –la manera de saludar en el islam– y él nos respondió. Mi padre prosiguió: “Alá te envió a mí. Alá es nuestro Dios. Tienes que ayudarme, tengo una familia, tengo dos hijas y no tengo nada, no tengo un lugar para ir”, cuenta Malak sobre el sufrimiento de su papá.

Alá te envió a mí. Alá es nuestro Dios. Tienes que ayudarme, tengo una familia, tengo dos hijas y no tengo nada, no tengo un lugar para ir

Era una noche de noviembre de 2015 cuando ese amigo paquistaní llamó a Marlon Cantillo, director de la Casa Cultural Islamica Ahlul Bayt Colombia, diciéndole que había una familia de iraquíes que llegó de manera ilegal, que los habían engañado y los desembarcaron en Buenaventura.

“Ellos llegaron a la casa y yo les pedí los documentos, contaban con salvoconducto de Migración y luego de eso les prestamos un espacio”, dice Cantillo.

Al conocer la historia de los Hadi, la comunidad musulmana de esa mezquita se movió para brindarles ropa, alimentos y todo lo que se pudiera para colaborarles. A la casa llegaron sin nada.

En ese hogar, los Hadi se acomodaron en una habitación de dos camas grandes y un camarote, donde de a poco intentan rehacer sus vidas, pues recuerdan las buenas épocas que vivieron en Irak y la tormenta que pasaron por culpa de Daesh.

Recuerdos de Irak

La familia Hadi vivía en Kut, una ciudad en el sur de Bagdad, la capital iraquí, donde pasaban su infancia en completa tranquilidad. Pero la guerra que estalló en el 2003 empezó a atemorizarlos y cuando murió el presidente Saddam Hussein, en el 2006, las bombas, los secuestros de mujeres y niños, los asesinatos y todo tipo de atrocidades se convirtieron en la cotidianidad de su pueblo.

El padre de la familia viajó a Alemania, país donde trabajó para sacar adelante a sus hijos, que pasaron cinco años de su niñez sin verlo.

Malak dice que era muy difícil vivir en esas condiciones, donde la muerte tocaba de forma constante en sus puertas, pero luego de un tiempo se terminaron acostumbrado a esa guerra. “No solo pasó un año o dos, sino fue desde 2003 hasta ahora, ¿cuántos años? –hace cuentas con sus dedos–. Han sido más o menos quince años. Entonces, para nosotros era normal. Sin embargo, cuando vino Daesh, muchas cosas cambiaron. Daesh cometió crímenes incluso peores que el régimen anterior”, lamenta Malak.

Cuando vino Daesh, muchas cosas cambiaron. Daesh cometió crímenes incluso peores que el régimen anterior

Al llegar su padre de Alemania tuvo la posibilidad de contar con dinero para montar negocios en Kut. Hussein logró tener una farmacia; Alaa, su esposa, tenía un salón de belleza muy reconocido en el pueblo; Malak estudiaba Historia; Riyam, Periodismo, y Muhamed estaba terminando el colegio. Las cosas empezaban a ir bien, su vida –a pesar del conflicto– era cómoda y adinerada.

Cada año, la familia viajaba en el mes de Mujarram a la peregrinación de la mezquita del Iman Husayn, segundo nieto de Mahoma, en la ciudad de Karbala, uno de los lugares sagrados del chiismo.

Ese recorrido, dice Malak, es disfrutado por los musulmanes que se brindan entre ellos los alimentos y se tratan con hermandad. Eso es lo que más extraña de su país, donde en realidad eran pocas las cosas con las que trataba de soñar. La guerra opacaba cada luz de esperanza que tenía de triunfar.

“En Irak no tuve ningún sueño, porque en Irak las chicas no tienen sueños y, aun si los tienen, nunca se realizan. Mejor se deja de soñar”, dice la joven.

El futuro

La vida de Malak y su familia comenzó a cambiar apenas salió de Irak rumbo a Malasia, país que aspiraban sirviera como puente para llegar a Australia.

Allí, con los ahorros de lo que trabajaron en Irak, hizo cosas que jamás imaginó. Uno de los momentos inolvidables fue cuando realizó un recorrido en parapente. Malak comenzaba a volar, pero una vez más sus sueños se truncaron cuando les negaron la visa australiana por ser iraquíes.

De allí se desplazaron a Turquía, donde se trazaron el objetivo de llegar a Estados Unidos como fuera, pero terminaron en Colombia para su desgracia.

La vida aquí ha sido dura. Aunque han aprendido algunas cosas del español, se les dificulta expresarse. Riyam, hermana mayor de Malak, es la única que lo habla y con eso ha logrado emplearse como estilista en una peluquería de Galerías o en distribuidoras de cadenas de almacenes.

Hussein y Muhamed han tenido uno que otro trabajo, pero no se han logrado afianzar. El último fue en Santa Marta, donde duraron varios meses, hasta que no pudieron seguirse manteniendo.

Iraquí

Muhamed, Malak, Alaa y Hussein viven en una habitación de la Casa Cultural Islamica Ahlul Bayt Colombia, junto con Riyam, otra de las hijas de la familia.

El sueño de los Hadi es montar un restaurante en Bogotá que se llame La Familia Iraquí, aprovechando la buena sazón de Alaa, la mamá de Malak, quien cada viernes sin falta hace un almuerzo especial a la comunidad que les abrió las puertas.

Lo hacen justo después de las oraciones que realizan al mediodía, pero lamentan que sea tan difícil empezar de cero, sin plata para empezar su negocio, pues no tienen a nadie que les pueda colaborar en ello.

En Bogotá, Malak sueña con ser famosa, de hecho participó como extra de televisión en la serie ‘Narcos’, ese ha sido su único trabajo. “Mi sueño es simplemente tener una vida agradable, un trabajo interesante, otro idioma, viajar con mi propio dinero. Es lo único que quiero. También quiero ser famosa, por supuesto”, dice la joven, que aprendió a hablar inglés acá en Colombia a punta de videos e intenta aprender español, incluso tiene un libro donde anota hasta las groserías, pues en ocasiones no entiende qué es lo que le están diciendo.

Hacer el nuevo intento de viajar a Estados Unidos es todavía más complicado. Los Hadi no tienen los recursos para hacerlo y son conscientes de las trabas legales que tienen como iraquíes para viajar a ese país en este momento.

Regresar a Irak no lo contemplan, aunque hablan con sus familiares que se quedaron allí cada semana a través de redes sociales. El temor que infunde Daesh allí es otra razón por la que prefieren quedarse aquí, a pesar de que viven con muy poco de lo que acostumbraban en su tierra.

“Saber que en cada momento podría morir no es una vida buena. No puedes imaginar los tipos de cosas que hicieron, aun si hablara por el resto de mi vida, no habrá suficiente tiempo para contar todas las cosas”, esas son las razones de la familia para no volver, mientras cada día piensan en que una nueva bendición les caiga para poder cumplir su sueño: el restaurante La Familia Iraquí.

Cristian Ávila Jiménez, Hermione Grennhalgh y Luisa Mercado
Redactores de ELTIEMPO.COM