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La víctima de la guerrilla que se lanzó a la política con aval de Farc

Cada relato que Andrea Romero tiene que escuchar es más difícil que el anterior.

Mujeres que aún no pueden aceptar a sus hijos porque son producto de abusos al interior de las Farc o por otras situaciones registradas en el marco del conflicto, son historias que se repiten cada día.

Es así, aproximadamente desde el 2015, desde que Andrea decidió, como víctima del conflicto en Colombia, trabajar por otras mujeres que sufrieron la crueldad de la guerra.

“Yo empecé a trabajar con algunas organizaciones –recuerda Andrea–; luego entré a trabajar en la Mesa de Víctimas departamental y en ese marco me citaron a una reunión con excombatientes, donde escuché las historias de exguerrilleras y supe que tenían historias muy duras, y como yo recibí tratamiento sicológico, empecé a trabajar con ellas”.

Su historia empezó en Guaviare hace 39 años. Creció entre nueve hermanos en una finca que recuerda con vacas, cerdos y caballos. Vivían de lo que cosechaban y tenían una casa organizada.

“En esa época, las Farc eran quienes controlaban el orden público –explica Andrea–; pero luego llegó el Ejército y las cosas se pusieron muy pesadas”.

Gracias a su trabajo con estas personas que hicieron parte de grupos armados, Andrea señala que aún no se ha reconocido a las mujeres como víctimas del conflicto.

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Cuenta Andrea que para diciembre del 2002, ella y su familia pintaron su casa y miembros del Ejército la hostigaron diciéndole que si su casa estaba tan bonita solo podía ser posible por colaborar con las Farc. Ella solo respondía que no por vivir en el campo tenía que vivir mal.

La presión llegó a tal punto que ella y su familia empezaron a recibir amenazas. Hasta que un día fueron prácticamente secuestrados y torturados al interior de su propia finca.

“Fuimos atacados tanto por el Ejército como por la guerrilla –señala–; tuvimos que irnos en marzo del 2003. Mi familia se desintegró por culpa de estos abusos”.

Tras salir de su finca, en compañía de su esposo, Andrea vivió en Vichada, luego en Venezuela. Pero antes de su última parada, regresó al Guaviare para volver a conectarse con sus raíces. No fue posible, todo le era extraño y no pudo seguir en ese lugar. La guerra le había quitado hasta las ganas de volver.

Se separó de su esposo por repetidos casos de violencia intrafamiliar. “Sale uno de las balas, de las bombas, ¿y seguir con eso? No”.

Finalmente llegó hasta la casa de una tía en Villavicencio en el 2014. De la capital del Meta no se movería más, aquí encontró un lugar y un nuevo comienzo.

Esperanza

Andrea es la primera que se levanta y la última que se acuesta. Vive en compañía de sus dos hijos en una vivienda del barrio Antonio Villavicencio. Ella misma reconoce que su labor es de víctima, madre, esposa, hermana e hija de tiempo completo.

Tiene ojos grandes y expresivos. Siempre con una sonrisa dispuesta para ayudar. Y el fruto de su trabajo la llevó a ganarse un puesto en la Mesa Municipal de Víctimas en 2017.

Su trabajo consiste en asistir a las víctimas del conflicto, principalmente a mujeres excombatientes. Esa labor la ha llevado a ser muy reconocida en su municipio y por eso la convencieron de lanzarse al Concejo de Villavicencio.

Decidí albergar el perdón en mi corazón y llevarlo al corazón de los demás

“Mi periodo en la mesa departamental terminó el 7 de octubre –señala Andrea–; desde afuera de la mesa creo que se puede trabajar mejor. El aporte del Gobierno en materia de reconocimiento a las víctimas de violencia sexual en el conflicto no ha sido muy amplio y yo quiero que las mujeres sean reconocidas”.

Hoy, Andrea Romero quiere convertirse en ejemplo, quiere que su historia de vida sirva para que tanto en Villavicencio como en el resto del país se tenga esperanza en que es posible hallar la reconciliación. Hoy esta víctima se encuentra en la lista cerrada al Concejo en representación del partido Farc.

A sus compañeras les parece extraño que ella, reconocida como víctima de esa exguerrilla, haya recibido el apoyo de ese partido, pero Andrea señala que sus razones son más grandes.

“Decidí albergar el perdón en mi corazón y llevarlo al corazón de los demás –narra Andrea–. No vale la pena seguir guardando rencores. Seres humanos sufrieron situaciones similares dentro y fuera de esos grupos. Mi interés no es seguir albergando odio sino superar y motivar a las demás a perdonar y que hagamos una construcción”.

Confiesa que la convencieron los acuerdos de paz firmados en La Habana, Cuba, donde vio que el campo era uno de los puntos que se exigían. Y aunque le pidieron que no abandonara la Mesa, ella resalta que su trabajo será más amplio desde afuera.

No obstante, pese al apoyo del que goza en su círculo, asegura que en redes sociales ha recibido insultos durante su campaña, pero eso no la detiene.

“Yo siempre le pregunto a la gente si tienen hijos –asegura la candidata–; si responden de forma afirmativa, entonces les pregunto si los quieren matándose con los hijos de alguien más que no conocen, porque eso es la guerra: odiarnos sin conocernos”.

Junto a ella, están un joven psicólogo y un excombatiente. Constantemente recibe llamadas de víctimas y vecinos para ayudarle a realizar su campaña.

Reconciliación

En la actualidad, Andrea continúa en su campaña sin descuidar su trabajo con las víctimas. Por ahora, ella y 50 mujeres más trabajan en la recopilación de testimonios de las víctimas del conflicto para crear una manta gigante y presentarla el próximo 25 de noviembre en la Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá.

Andrea tiene diferentes proyectos con los que apoya a las víctimas. Además, considera que desde afuera de la Mesa de Víctimas podrá realizar más de esta labor.

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El nombre de la campaña es Arrópame con tu esperanza, una iniciativa de las Mesas de Víctimas Departamentales, Redepaz y la corporación Vínculos.

Pinturas y telas llegan a través de donaciones. Así, las mujeres plasman su dolor a través de dibujos y frases para que sea exhibida en la capital del país y así continuar el objetivo de su labor, que las mujeres víctimas del conflicto armado sean reconocidas por el país.

Los relatos que cada día Andrea Romero escucha, que le dan una punzada en el corazón recordando experiencias propias, van a quedar plasmados en esa gran manta.

Por ahora, sin saber si va a ganar o no, ella señala que lo importante es seguir trabajando por las mujeres y la implementación de los acuerdos de paz.

MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA BORRERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @Leugim40