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Las hermanas que le exigieron verdad al Ejército por muerte de su papá

En el dedo gordo del pie izquierdo de José Orlando Giraldo, señalado por el Ejército como “jefe de milicias de las Farc dado de baja en combate”, en las afueras de Cali, está una clave para descubrir los secretos de su muerte.

Un tiro le arrancó el pedazo del dedo que ninguna autoridad halló en esa finca, al amanecer del 11 de marzo de 2006. Para la Fiscalía, desde la parte baja donde le dispararon los militares era imposible que le causaran esa herida, sin dejar rastros de tejidos ni del proyectil. En la fachada, frente a la cual murió Giraldo solo quedó una perforación.

Los militares sostienen que él no era su objetivo, pues iban de paso, solo que les disparó y que el “enfrentamiento” fue breve. El detalle es que vecinos, en tres llamadas a la Policía, reportaron dos balaceras separadas por cinco minutos.

Los análisis balísticos de Policía no dan para catalogar los hechos como combate. Hubo trayectorias de balas como si Giraldo, quien solo vestía calzoncillos, hubiera estado caído o arrodillado y en el sitio las manchas reflejarían traslado del cuerpo.

Pero los militares han sostenido legítima defensa en más de 10 años.

En este tiempo se dictó sentencia condenatoria de 37 años a uno de ellos, el jefe de Inteligencia del Batallón de Alta Montaña, sargento viceprimero Luis Eduardo Mahecha, citado en el proceso por la masacre de 10 policías y un informante a manos de militares en Jamundí, el 22 de mayo de 2006. En ese caso, Mahecha fue el último en hablar por celular con el informante. El comandante de Alta Montaña, coronel Byron Carvajal, con 14 militares más alegaron “fuego amigo”, pero sus condenas superan 50 años.

Siete uniformados que fueron con Mahecha al operativo de Giraldo están en libertad condicional, en un juicio ya de ocho años. Este continúa el 8 de mayo, pero puede llegar otro aplazamiento. A tres militares ni los llamaron al proceso.

Por las pruebas, la Fiscalía se inclina porque el campesino fue víctima de los llamados ‘falsos positivos’. Eso se debe a la Unidad de Comportamiento Criminal de la Fiscalía y a la valentía de Martha Giraldo, la hija mayor, quien con sus dos hermanas y su mamá decidieron que no dejarían manchado el nombre de su padre y esposo. No podían callar por ese campesino, con apenas cuarto de primaria, que las amaba y les insistía a sus tres hijas que fueran a estudiar en la ciudad.

Han sufrido amenazas. Un hermano de Giraldo fue víctima de un atentado. A ellas les duele que a los uniformados los hayan felicitado y que, al parecer, se pagaran dos millones de pesos de recompensa a un informante, un acto que los militares no reconocen.

A las 2:45 de la madrugada del sábado 10 de marzo – un día antes de la muerte de Giraldo, víspera de elecciones del Congreso, y a menos de dos meses de la jornada que definió la reelección presidencial de Álvaro Uribe–, a pie y por caminos, 11 militares llegaban a la finca El Míster, en el corregimiento de Golondrinas, a 20 minutos de Cali.

El capitán Manuel Pabón, con 16 años de servicio sin tacha, dice que recibió orden de “operación 7 Bombardero” del coronel Carvajal, por presunta presencia de cinco guerrilleros de la columna Libardo García que pretenderían “sabotear las elecciones”.

Pabón asegura que los 10 hombres a su mando no eran compañeros usuales porque él llegaba de unos días de permiso. “Me dan orden de organizar grupo, y el que vaya saliendo lo voy tomando, y así con soldados que estaban de paso por el batallón”. Dice que uno de ellos salía de tratamiento médico y otro ya había pedido su baja.

Pabón, quien no recuerda si llevaban visión nocturna, narró ante el juez que “iba en movimiento táctico en silencio pasando por el lado de la casa, a una de la parte alta… Pudo ser que me haya visto, que escuchó al perro. En la doctrina, cuando son combates de encuentro o emboscadas, uno tiene que reaccionar con el mayor poder de fuego. Uno no sabe a las 2:30 quién le está disparando, solo se ven fogonazos”.

Martha se despertó sobresaltada en Cali, a las 6, por la llamada de un trabajador que ayudaba a Giraldo en un cultivo de piña. “Hay mucho ejército aquí y no veo a su papá”. Ella y sus tíos Wilson y Jorge viajaron con el administrador de la finca, José Ospina, quien conocía hace 35 años a Giraldo y en los últimos tres años fue su mayordomo. En la portería, los militares les cerraron el paso.

Al sitio acudieron el Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) y la Policía Yumbo, pero el Ejército esperó al Juzgado 50 Penal de Militar. Martha preguntó una y otra vez hasta el mediodía, cuando el capitán Pabón le asintió con la cabeza a la pregunta de si su padre estaba muerto. El sargento Mahecha le anotó: “Es que usted no sabía que su papá era guerrillero…”.

A esa hora en la radio se anunciaba que había sido dado de baja un jefe de milicias. “Nunca dije en el informe que era un guerrillero, sino un individuo que salió a disparar”, insistió el capitán Pabón ante el juez.

Martha porfió hasta que se metió a la finca y vio al papá en el suelo. Entre lágrimas tomó las fotos y grabó el video –donde se aprecia el cadáver–, que sirvieron para análisis de una escena que estaría ‘lavada’. No aparecían restos que deberían quedar por impactos en la cabeza y un pie.

A mano, el capitán Pabón redactó: “Iniciamos infiltración motorizada desde batallón hasta parte baja de Golondrinas (…) Al pasar al frente de una casa, a las 02:45, salió un individuo y nos disparó. Reaccionamos al fuego de acuerdo a legítima defensa”.

Marcha de los familiares del campesino José Orlando Giraldo

El campesino fue presentado como muerto en combate y la audiencia seria realizada por presentarlo como un falso positivo.

Foto:

Juan Carlos Quintero

La familia de Giraldo siente, en cambio, que fue un homicidio preparado como si nadie fuera a reclamar a un campesino solitario. Esa idea se les refuerza por un comunicado de prensa de “un miliciano dado de baja” con fecha del 10 de marzo, cuando todo pasó en la madrugada del 11.

Cuestionan que se haya esfumado el fusil Fal que, según ese comunicado, fue decomisado a Giraldo. Mientras que la Fiscalía llamó la atención acerca del porqué a
los fusiles de los militares no se les hizo cadena de custodia.

Martha dejó su empleo en una empresa de televisión por cable, para defender la memoria del papá. Ha sufrido amenazas, directas y en listas de líderes sociales y sindicales, y confiesa que pedir justicia ha sido amargo porque ese operativo fue reportado como éxito dentro de la política de “seguridad democrática” del Gobierno.

Ella y sus hermanas dejaron de ser empleadas o estudiantes, para convertirse en hijas de guerrillero o narcoterrorista, y no pocos les dieron la espalda.

El caso provocó choque en la justicia. El Juzgado 50 Penal Militar señaló que “los uniformados adelantaban misión táctica ordenada directamente por el Comandante del Batallón, precedida por informes de red de cooperantes (…). El grupo fue detectado por un perro que con ladridos despertó al encargado de cuidar la finca, quien salió en ropa interior y disparó su fusil, originando respuesta”.

La familia de Giraldo pidió la intervención de la Fiscalía, “porque no se les atendían sus derechos”. El 2 de agosto de 2006, el Consejo Superior de la Judicatura determinó que por las graves inconsistencias, el proceso pasaba a la justicia ordinaria, y lo asumió la Fiscalía 38 Especializada de Derechos Humanos.

El dolor y los sustos han desvelado a los Giraldo. El 13 de febrero de 2008, dos motociclistas, con traje, gorra y gafas negras, llegaron a la casa de un familiar a preguntar por Martha y su tío Jairo. Esa ‘visita’ fue reportada a la Fiscalía.

El 16 de mayo de 2008, el sargento Mahecha, ya retirado del Ejército, fue capturado en Apartadó (Antioquia), donde era empleado de la Alcaldía, pese a las órdenes de captura. Lo aseguraron en la cárcel de Palmira por homicidio y ocultamiento, alteración o destrucción de material probatorio.

El 5 de mayo de 2009, después de varios aplazamientos, en el Juzgado 19 Penal Especializado del Circuito de Cali se inició el juicio a Mahecha, quien sostiene que no se pagó a un informante por el operativo en el que murió Giraldo.

En el juicio, el coronel Carvajal dijo que fue una casualidad que el sargento fuera a ese operativo, porque debió tomar el lugar de otro suboficial en ausencia.

Cinco días después de la apertura del juicio a Mahecha, Día de la Madre, el 15 de mayo, Wilson Giraldo, hermano de José Orlando, fue herido por un pistolero en Cali.
El capitán Pabón, quien considera que ni la Policía ni la Fiscalía revisaron sus videos ni pruebas, dice que solo dispararon 13 tiros, y el puntero del grupo militar – José Ortiz–, 5, pero como reacción a un hecho imprevisto porque ese no era su objetivo.

Mientras que Balística de la Policía y la Fiscalía señalan que Giraldo estaría en el suelo al recibir los tres impactos. Y reseña que llamadas de vecinos al 123 indican que fueron dos ráfagas largas.

También indican que los tres cartuchos que presuntamente disparó Giraldo con un fusil, hallado a su lado derecho, quedaron muy cerca de su cuerpo, cuando lo usual es que salgan despedidos mínimo tres metros.

La Fiscalía agregó dos detalles. El primero, que Mahecha recibió la que sería la llamada sobre una supuesta presencia de milicianos en Golondrinas. El segundo, que él conocía al informante Jhon Delgado, residente en una finca vecina a la de Giraldo, con quien hubo diferencias porque el mayordomo no le aceptó guardar canecas de gasolina en la finca El Míster. Y 10 días antes del operativo militar, Giraldo se opuso a que Delgado y tres personas más desarmaran un camión que llevaron a la finca. El campesino llamó a la Policía y se confirmó que ese carro era robado.

Mahecha no niega conocer a Delgado, pero que los pagos fueron por otros casos. Su defensa señaló que la prueba de guantelete dio positivo en Giraldo.

El Juzgado 19 sentenció a Mahecha como coautor, al considerar que la Fiscalía demostró que no hubo enfrentamiento y “que el acribillamiento fue realizado con monstruosa frialdad”.

Las hermanas Giraldo no dudan de que al papá le asesinaron el sueño de tener nietos. “Ante la mentira, levantamos nuestra voz de memoria para desmentir la versión institucional”. Y añaden: “Nuestros ojos no lo pueden ver, pero lo recuerdan cultivando la tierra. Aprendimos que la memoria es el único instrumento al alcance capaz de enfrentar la violencia, la indiferencia y la impunidad”

JOSÉ LUIS VALENCIA
Corresponsal EL TIEMPO