Inicio Colombia Los 2.000 niños que integran la Policía Infantil de Cartagena

Los 2.000 niños que integran la Policía Infantil de Cartagena

Todo empezó en Manizales hace ya 36 años. En una calle de esa ciudad, rodeada de montañas nevadas y un cielo limpio, había un Centro de Atención Inmediata de la Policía. La gente ya empezaba a llamarlo CAI, por sus siglas, y fue allí donde nació la idea de crear una policía infantil. Desde entonces, graciosa y cariñosamente, le dicen el “caicito”.

Corría el año de 1983. La idea partió de un dragoneante joven y entusiasta, Luis Gonzalo Ospina Noguera, quien en la propia Manizales convenció a sus superiores de permitir la participación de niños, niñas y adolescentes en actividades de la Policía, para instruirlos en valores éticos, sociales, cívicos, familiares, así como en deberes y derechos. Para empezar, lo primero que hicieron los pequeños fue acompañar a los policías que cuidaban el medioambiente y a los visitantes de los parques.

Vale la pena anotar, antes de seguir adelante, que los pequeños policías le cogieron tanto afecto al dragoneante Ospina que acabaron llamándolo Papá Oso, como en los cuentos infantiles.

Ahora los invito a que demos un salto en el tiempo y el espacio. Salimos volando de Manizales, cruzamos el territorio colombiano y llegamos a Cartagena, que ya no está frente a las cumbres nevadas sino frente al mar Caribe. Trece años después, en 1996, se replicó en Cartagena la idea de crear su propia Policía Infantil y Juvenil, que en este momento tiene ya dos mil integrantes, repartidos en 44 barrios populares y corregimientos vecinos.

– ¿Qué buscan con eso? –le pregunto al general Henry Armando Sanabria, comandante de la Policía en Cartagena.

–Varias cosas –me contesta él–. Primero que todo, que en el futuro haya ciudadanos ejemplares.

De la Policía a la música

La Policía Cívica Infantil y Juvenil de Cartagena está dirigida por una oficial, la mayor Viviana Consuegra, que es la directora del Departamento de Prevención y Educación Ciudadana.

Los policías infantiles van de los 7 a los 12 años. Los juveniles, de los 13 a los 17. Con 300 de todas esas edades se integró, hace casi dos años, una banda musical en el barrio Nelson Mandela, uno de los sectores más populares de la ciudad.

Es tan grande el entusiasmo de estos niños que han ocurrido ya varias historias que le conmueven a uno el corazón. Miren ustedes con sus propios ojos lo que me dice la mayor Consuegra.

“El subintendente John Manuel Fernández Navarro es el líder de la banda musical. Personas muy generosas nos han regalado algunos instrumentos, entre ellos algunos que no estaban en buen estado. Pues sepa usted que entre el señor Fernández y los propios niños aprendieron a repararlos. Y no solo eso: aprendieron también a fabricar varios. Ya han hecho varias liras”.

Esos hechos se volvieron tan estimulantes que condujeron a organizar una especie de cátedra de reparación y elaboración de instrumentos musicales. Ya hay niños que están siendo capacitados como futuros instructores de sus propios compañeros.

“El propósito último de la banda –agrega la mayor Consuegra– no es tocar conciertos ni música marcial. Es enseñarles a ser disciplinados y a que comprendan que, con esfuerzo y trabajo, pueden lograr todo lo que se propongan en esta vida”.

Ocasiones ha habido en que, a la hora de empezar un concierto, llegan más niños de la banda que la cantidad de instrumentos que hay disponibles. ¿Acaso se quedan sentados? Nada de eso. Para la voluntad de un muchacho resuelto no hay obstáculo que valga.

¿Saben lo que hacen? Participan en el evento con un simulacro: tocan con las manos, como si fueran tambores, y hacen sonidos con la boca, imitando la corneta o el clarinete.

Hasta la imaginación sale ganando en este grupo. Y la gente se desgañita aplaudiéndolos, también con las manos y la boca. (Perdónenme esa licencia literaria, pero es que estoy emocionado).

El propósito último de la banda no es tocar conciertos ni música marcial. Es enseñarles a ser disciplinados

Historias de niños

La mayor Viviana Consuegra, como ya dije, es la directora del departamento de la Policía que se encarga de la educación ciudadana en Cartagena. En esa dependencia está la Policía Infantil.

Pues bien, la mayor Consuegra, que es barranquillera y de abuelos samarios, tiene un solo hijo, un varoncito de 9 años al que le diagnosticaron el llamado síndrome de Asperger. No tiene ningún retraso. Por el contrario: es muy despierto y divertido. Miren ustedes lo que dice su mamá:

“Es un tipo muy leve del autismo, gracias a Dios, que se puede superar con amor, acompañamiento psicológico y terapia ocupacional. No es propiamente una enfermedad, sino que le cuesta expresar sus propias emociones y detectar las emociones ajenas”.

Ese niño no puede formar parte de la banda de músicos porque no tolera los ruidos fuertes. Pero su madre lo lleva a sesiones de lectura en los parques, donde participa con los demás.

Lo hago –agrega la madre– para ayudarle en su relación humana y para que valore las bendiciones que le ha dado la vida y que otros niños no tienen”.

La mayor guarda unos segundos de silencio. Luego concluye:

“Mi hijo es mi vida, señor”.

Títeres, gorra y camiseta

Lo que busca esta Policía Infantil es que los niños tengan, desde pequeños, un sentido de la responsabilidad social y, al mismo tiempo, un espacio en el que, mientras juegan, estos dos mil niños aprendan a ser responsables, respetuosos y solidarios. Participan en actividades como cine, entradas al circo, deportes.

Hace apenas dos meses, en abril pasado, por iniciativa del general Sanabria, se creó el teatrino infantil. El general consiguió más de sesenta títeres, y, con quince niños inscritos inicialmente como actores, comenzaron las funciones en barrios y plazas.

En este momento suelen representar en los barrios cartageneros una obra sobre angelitos y diablitos. La mayor Consuegra me explica de qué se trata:

“El angelito representa el bien, y el diablito simboliza el mal. En la obra, el angelito le da consejos buenos, mientras el diablito le recomienda actos indebidos pero más atractivos y seductores. Lo que les enseña la obra es que así les va a pasar en la vida y que se deben inclinar por las cosas buenas”.

Para todas esas actividades cívicas y culturales, los pequeños agentes cívicos lucen su propio uniforme, compuesto de una camiseta blanca y una gorra verde. Esos actos se celebran los sábados, porque el resto de la semana están obligados a ir al colegio. Incluso, los policías adultos revisan sus calificaciones para ver cómo van. Si no están estudiando, la propia Policía les consigue colegio.


Requisitos para el ingreso

Hasta este momento se han creado 44 policías infantiles en el área metropolitana de Cartagena e, inclusive, en corregimientos y municipios vecinos. Ya se está organizando la número 45, en la isla de Tierrabomba, esa franja de tierra que se extiende, larga y angosta, como una columna vertebral, mar de por medio.

“No tenemos más estaciones cívicas en más barrios porque no tenemos más policías para crearlas –añade la mayor Viviana Consuegra–. Pero cada barrio nos está pidiendo que lo hagamos; nos lo piden a diario, y lo que estamos creando ahora es un sistema que nos permita tener cobertura simultánea en varios sectores”.

Debo anotar que las actividades con los niños, niñas y adolescentes policías se desarrollan siempre en colegios, parques, plazas, salones comunales. Nunca en instalaciones ni recintos de la propia Policía Nacional.

¿Y los requisitos para vincular a un hijo? Los padres de familia que deseen hacerlo se deben presentar en la estación de policía de su localidad, o en la que les quede más cercana, y allí deberán ponerse en contacto con el responsable de Prevención y Educación Ciudadana.

Los documentos requeridos son: registro civil o tarjeta de identidad del joven o adolescente que se vaya a inscribir, fotocopia de su carnet de seguridad social (sea subsidiado o contributivo), fotocopia de las cédulas de sus padres y una solicitud en la cual pidan que lo inscriban.

Es bueno anotar, como si fuera un balance, que en los 25 años que lleva la Policía Infantil de Cartagena han pasado por ella unos diez mil niños, de los cuales cincuenta decidieron quedarse como policías profesionales.

Epílogo

La próxima vez que usted venga a Cartagena, y pase el sábado por uno de los barrios populares, le sugiero que mire bien hacia el parquecito o la plazoleta para que vea a los niños de la gorra verde, haciendo teatro, leyendo cuentos en voz alta, educando a otros de su misma edad o dándole a la música.

Eso fue lo que me pasó a mí, y desde entonces quedé maravillado. Me dije que esa crónica había que escribirla algún día.

Esa es la obra que el dragoneante Ospina Noguera creó hace casi cuarenta años en el caicito de Manizales. ¿Recuerdan que, al principio de esta historia, les dije que a él los propios niños de su Policía Infantil lo llamaban con cariño Papá Oso?

Lo triste es tener que contarles que el dragoneante Ospina murió hace ya mucho tiempo en un accidente de tránsito. Tenía apenas 41 años. Lo hermoso es decirles que ahora, los mismos niños policías le dicen Papá Oso a toda la Policía Cívica Infantil y Juvenil.

Y los policías adultos, por su parte, prosiguiendo con esa lección de amor de sus colegas, acogieron el mismo nombre para dárselo a los infantiles. Así lo encuentro escrito en las páginas de internet y de la propia revista oficial de la Policía Nacional.
El dragoneante, pues, debe estar orgulloso de que su obra le haya sobrevivido, incluso con el apodo.

Ese es el sueño de un hombre verdadero. Ojalá esa lección de un modesto policía se la aprendieran tantos personajes de la vida colombiana, llenos de relumbrón y de renombre, pero dedicados a la corrupción y la mentira. Si así fuera, este país sería otra cosa.

JUAN GOSSAÍN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO