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Los antiguos cazadores que ahora cuidan el caimán aguja

Solo seis caimanes aguja sobrevivieron a la cacería discriminada a finales de los años noventa en la bahía de Cispatá, Córdoba. Los cazadores arrasaron con casi toda la población de estos animales por su piel.

Los cazaban en las ciénagas, preferiblemente en horas de la madrugada con linternas en mano y en una canoa. “Salíamos muy temprano con las linternas y veíamos que el reflejo de la luz brillaba en sus ojos, así los ubicábamos rápidamente», comenta José Gabriel Pacheco, antiguo cazador de cocodrilos. Los capturaban para luego venderlos vivos y también comercializar su piel.

A partir de 2002, cuando a ese lugar llegaron los biólogos Giovanni Ulloa y Clara Sierra atraídos por la biodiversidad de la zona, las cosas empezaron a cambiar. Estos dos expertos conservacionistas, respaldados por la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS), emprendieron una jornada de educación y respeto por la fauna y la flora, especialmente por la conservación del caimán aguja.

Decidieron crear un programa de conservación del cocodrilo y lograron convencer a los cazadores de que fueran los cuidadores de esta especie en peligro de extinción.

En una ocasión recibimos una charla de concientización que nos lavó el cerebro. Antes, en horas de la noche, cazábamos a los animales y capturábamos en una sola noche entre 10 y 15 caimanes, eso nos dejaba unas buenas ganancias”, dice el veterano cazador, quien ahora se dedica a proteger estos animales.

Desde entonces los mismos cazadores, al ver el desastre ecológico que habían causado, se convirtieron en sus protectores y lograron salvar de la extinción a esta especie, llamada científicamente como ‘Crocodylus acutus’.

Para finales del mismo año, 2002, unos 17 pobladores de la zona crearon Asocaimán, un grupo que desde entonces se ha dedicado a la conservación de los caimanes y, ahora, tras varios años de veda se preparan para beneficiarse de esta especie tras levantarse la prohibición de la comercialización por el Gobierno Nacional a comienzos de este año.

Decidieron crear un programa de conservación del cocodrilo y lograron convencer a los cazadores de que fueran los cuidadores de esta especie en peligro de extinción

Nelson Rosales Correa, un antiguo cazador y hoy el principal vigilante de la conservación de estos reptiles en el Distrito de Manejo Integral (DMI) de la Bahía de Cispatá, asegura que la puerta que el gobierno abrió para la venta del cuero solamente podrían cruzarla en tres o cuatro años.

Basa su apreciación en las condiciones en que se regula la apertura de la comercialización. El Ministerio de Ambiente estableció que el mercadeo de la piel partirá de la incubación de los huevos entre enero y abril. El nacimiento y posterior crecimiento hasta el tamaño requerido para el sacrificio del animal puede durar entre tres y cuatro años, tiempo a partir del cual se podrán obtener las ganancias por la venta de la piel.

“Es decir que nosotros veremos los primeros resultados de esta medida al lapso de ese tiempo y no es que vamos a sacrificar los animales que hoy tenemos en cautiverio o que son liberados en el DMI”, explica Rosales.

Asegura que aunque es un efecto tardío, no violarán las normas que ellos mismos establecieron desde que se convirtieron en los guardianes de la bahía en Córdoba.

“Este ha sido nuestro proyecto de vida desde hace 20 años y somos los verdaderos protectores de los caimanes, convivimos con ellos, trabajamos por ellos; entonces, ¿cómo se puede pensar que vamos a acabarlos de repente, solamente porque una ley nos permite tener los beneficios que por derecho propio tenemos y que tanto hemos esperado?”, manifiesta Rosales.

A esta declaración se suma Abelisario Yánez Díaz, otro protector de caimanes, quien, al lado de 17 colonos más, conforman Asocaimán.

“Ante todo, nosotros somos pescadores, de eso hemos vivido toda la vida y lo que hacemos en Asocaimán es un trabajo adicional que, gracias a nuestro empeño y permanencia, podremos ver la recompensa, pero como no será de inmediato sino en tres o cuatro años, aquí seguiremos viviendo de la pesca”, recalca Yánez.

Es que desde la mirada del experto Giovanny Ulloa, uno de los gestores y líderes del proyecto conservacionista en esa zona del país, al lado de Clara Sierra, el levantamiento de la veda es necesario porque existe en estos momentos una población sostenible que brinda garantías para iniciar un proceso de incubación con fines comerciales.

Incluso, el aprovechamiento parcial de la especie fue uno de los acuerdos con las comunidades cuando inició el proyecto en el que también han participado expertos del Instituto Alexander Von Humboldt.

Desde que se fundó Asocaimán, en el 2002, han sido liberados más de once mil caimanes en el Distrito de Manejo Integrado (DMI) de Cispatá.

Según un censo realizado entre 1994 y 1997, en ese complejo hídrico solo había seis ejemplares de caimán aguja.

La recuperación del equilibrio de la especie, que garantiza su existencia a largo plazo, ha sido elogiada por la mirada internacional y por ello el visto bueno de la Cites.

La Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS) señala que en lo corrido de este proceso de conservación se han detectado cientos de nidos y se han producido once mil reproducciones, en su mayoría liberados al DMI.

Dichas cifras indicarían que el caimán aguja ya no estaría en riesgo de extinción en la zona manglárica de Cispatá, lo cual permitiría el cambio de status y la posibilidad de usarlo comercialmente, de manera controlada.

Sobre este objetivo, el director de la Car – CVS, José Tirado Hernández, anotó que la transformación de la mentalidad de los antiguos cazadores a hoy conservacionistas de la especie ha sido fundamental para hacer sostenible el programa, el cual ya ha sido reconocido por organismos ambientales del orden nacional e internacional.

“Esta nueva iniciativa sería de gran importancia para nuestra labor, sobre todo, porque permitiría hacerla extensiva en otros territorios de Colombia”, apunta el funcionario.

El templo de la vida

La Bahía de Cispatá, en el municipio de San Antero, es la zona de manglares más extensa y representativa del departamento de Córdoba y considerada como una de las zonas naturales más importantes en el contexto nacional, tanto por su importancia ecológica y alta diversidad como por los procesos de ordenamiento del que ha sido objeto y en el que han participado diferentes entes nacionales e internacionales.

Este ha sido nuestro proyecto de vida desde hace 20 años y somos los verdaderos protectores de los caimanes, convivimos con ellos, trabajamos por ellos

La extensión de los manglares es de aproximadamente 11.513 hectáreas, de las cuales 1.436 (12.5 %) están identificadas como ciénagas o cuerpos de agua que sirven de hábitat para los caimanes y lugar de pesca y de recolección de recursos naturales para el sustento de las comunidades locales.

Ese rico ecosistema alberga una gran biodiversidad de especies como aves, mamíferos, reptiles, peces, moluscos y anfibios, por lo que es una de las regiones más variadas en fauna y flora del departamento y de la nación.

Está localizada en el extremo sur del Golfo de Morrosquillo y antigua desembocadura del rio Sinú. Es uno de los destinos turísticos por excelencia que posee Córdoba y que cientos de turistas locales y foráneos visitan durante todo el año.

En ese paraje la Car – CVS vela por todo el ecosistema marino, así como también por la fauna y flora que en el manglar habita.

El trabajo mancomunado que la autoridad ambiental ha implementado en la zona junto con pescadores, caimaneros y mangleros ha rendido frutos, toda vez que el Distrito de Manejo Integrado, DMI, de la Bahía de Cispatá, fue reconocido como la primer área protegida de Latinoamérica en conservación en este tipo de ecosistema en el Curso de Áreas Marinas Protegidas.

GUDILFREDO AVENDAÑO MÉNDEZ
Para EL TIEMPO
San Antero (Córdoba)