Inicio Colombia Los Palacios, la familia más golpeada por la masacre de Bojayá

Los Palacios, la familia más golpeada por la masacre de Bojayá

Los habitantes de Bellavista Nuevo saludan siempre con una sonrisa o un fuerte apretón de manos. La tranquilidad se asoma en sus ojos al conocerlos. Pero cargan aún con el hecho que les desgarró el alma para siempre: la muerte violenta de 79 de los suyos, muchos de ellos eran hermanos, primos, sobrinos, padres, abuelos y amigos, en medio de un enfrentamiento entre paramilitares y las Farc.

En aquella época, la mayoría de las casas eran de madera. Al escuchar los disparos que de un lado a otro hacían ambos grupos armados, la decisión más sensata fue huir hacia la iglesia, una estructura de ladrillo y uno de los pocos lugares del pueblo que no estaban inundados por la creciente del río Atrato.

Por eso, buena parte de los habitantes corrieron a refugiarse en la parroquia. Pero pocas horas después, aquel 2 de mayo, un cilindro bomba lanzado por las Farc impactó esa construcción. La explosión acabó con la vida de 79 personas, inocentes todas, y dejó muchas más heridas.

Desde ese momento nada volvió a ser igual en aquella población del municipio chocoano de Medio Atrato, donde las familias son numerosas y todos se conocen. Eso explica por qué en Bojayá todos tienen entre las víctimas a alguien a quien llorar y que esperan despedir como mandan sus tradiciones, para que sus almas puedan por fin descansar en paz.

Pero para algunos recordar ese día, ese bombazo en la iglesia, es remover los recuerdos y el dolor que han reprimido durante 17 años. Aunque esta tragedia humanitaria golpeó a todo el municipio, a todas las comunidades del Chocó, hay familias que han sufrido más que otras.

Los Palacios y las combinaciones de estos con los Rivas, los Mosquera, los Hurtado y los Chaverra, son los que más aparecen entre las víctimas de la masacre de 2002. Otros que también resultaron afectados, pero en menor proporción, son los Martínez, los Valoyes, los Mena, los Guzmán, los Ibargüen y los Córdoba.

De hecho, entre los 72 restos identificados y que fueron enviados de vuelta el 11 de noviembre a Bellavista se encuentran al menos 20 miembros del clan familiar de los Palacios, pero también 5 de los Rivas y 4 de los Martínez, 3 de los Mena, 2 de los Hurtado y 2 de los Chaverra, entre otros.

Cada una de esas víctimas ya tiene un lugar reservado en el mausoleo que fue construido unos metros después de la entrada de Bellavista. Allí estarán agrupados por clanes familiares, y cada uno tendrá nombre y apellido, que es lo que ha reclamado la comunidad de Bojayá desde hace 17 años.

Delis Palacios y su hija de 7 años (hoy de 24) son unas sobrevivientes, pero no pueden decir lo mismo 43 miembros de la familia Palacios. Muchos de sus seres amados fallecieron aquel 2 de mayo.

“Desafortunadamente perdí mucha gente de la familia. El único hermano de mi madre, Benjamín Palacios, tenía una familia muy numerosa y ese día murió con su esposa de toda la vida, con sus hijos y nietos”, recuerda Delis.

Entre ellos estaba Luz del Carmen Palacios, hija de Benjamín y quien falleció con sus cinco hijas: Geidy, de 9 años; Raquel, de 7; Yasaira, de 5; Geisy, de 3, y Eida, de 18 meses.

Y, como si fuera poco, la mujer tenía siete meses de embarazo de dos hijos más: Jorgelina y Geider, el que sería el primer hijo varón de Luz del Carmen y su esposo Heiler Martínez, quien luchó durante años para que reconocieran a la totalidad de sus pequeños como víctimas.

“La mía es la familia más grande que muere en esta tragedia, esto nos impacta mucho. Mi mamá todos estos años ha llorado la pérdida del único hermano que le quedaba en la vida; ha sido muy doloroso”, agrega Delis, quien hoy es una de las líderes que luchan por los derechos de las víctimas de Bojayá.

Entre esos Palacios está Leyner, quien habla de que perdió 28 familiares, entre primos, sobrinos y tíos, y 4 amigos. Recuerda, por ejemplo, que en la masacre fallecieron sus primos Emiliano, su esposa y su hijo de 7 años, y Bejamín, su esposa y sus ocho hijos y nietos. Todos ellos eran Palacios, igual que él.

Y sus cuatro amigos, dice, eran muy cercanos. Es el caso de Ilson Rentería, quien iba a ser el padrino de bautismo de su hija Ana Luisa, que para esa época tenía 2 años.

Leyner, que tenía 23 años en ese momento, no murió porque el destino “lo tenía para otras cosas”. Este líder de las víctimas de Bojayá, uno de los miembros que más han luchado para que les entregaran los restos de las víctimas identificados, se había refugiado en la casa de las hermanas agustinas, a unos 40 metros de distancia de la iglesia, donde cayó el cilindro bomba.

Y, aunque perdieron a muchos familiares, tanto Delis como Leyner coinciden en que lo de menos es el apellido, porque todos en el pueblo eran familia, no importaba si tenían el mismo apellido o no.

“Todos nos conocíamos desde chicos, fuimos juntos a la escuela, jugamos en medio de la selva, nadamos en el río. Los lazos que nos unen van más allá que los de sangre, están anudados por la cultura, las tradiciones y la fraternidad”, dice Delis, quien también se convirtió en lideresa de la comunidad de Bojayá.

Por esta razón, la muerte de tantos habitantes, que ellos llaman el “etnocidio del pueblo negro”, la lamentan todos. Y también por eso, la comunidad entera celebra la entrega de los restos identificados y los rituales que se están llevando a cabo para poder darles digna sepultura.

Heidi Yohana Tamayo y Guillermo Reinoso
Redacción EL TIEMPO