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Me cayó una palmera cuando me bronceaba en San Andrés y así sobreviví

Caminar es una de las acciones que los seres humanos, por lo general, aprendemos a hacer cuando somos niños y no necesitamos volver a aprenderlo, pues está grabado en nuestras mentes por hacerlo todos los días. Sin embargo, a diferencia de masticar o respirar, que son más instintivas, mover las piernas se puede olvidar o verse afectado por un accidente.

Este es el caso de Angie Carolina León, una joven de 25 años que sufrió un trágico accidente cuando estaba de vacaciones en San Andrés y tuvo que aprender a caminar de nuevo.

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El primero de julio de 2017, Angie llegó con su novio de aquel entonces a San Andrés. El plan era celebrar un aniversario de pareja y distraer un poco su mente de sus estudios de derecho. Serían cinco días de playa, sol, arena y diversión en uno de los sitios turísticos más importantes de Colombia.

La pareja se hospedó en un pequeño hotel de la ciudad, la idea no era gastar todo en solo un lugar para dormir. Además, desde cualquier lugar de la isla se puede llegar rápidamente a las mejores y paradisíacas playas.

Así transcurrieron casi cuatro días de relajación y disfrute. La pareja pasaba por un buen momento y el 4 de julio, a un día de regresar a territorio continental y tal como les recomendaron los locales, decidieron alquilar una moto para recorrer la ciudad y visitar la playa San Luis, una de las más reconocidas de la isla.

Eran alrededor de las 10 de la mañana de ese martes 4 de julio. Angie y su novio pasearon en la moto y llegaron hasta la playa San Luis, donde está ubicado el exclusivo hotel Decameron. Allí se dispusieron a tomar el sol y disfrutar de las cristalinas aguas.

Angie Carolina León en San Andrés un día antes de su accidente.

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(Sobrevivientes II: Así sobreviví a una caída de 600 metros en un parapente)

Angie desempacó su toalla y la ubicó en la arena debajo de un alta palmera para que el sol no le fuese a quemar. Mientras preparaba su pequeño espacio de relajación, su novio se alejó un poco y ella se distrajo por unos minutos viendo a un grupo de huéspedes del Decameron que estaban haciendo una rutina de ejercicios en la playa.

Angie suspiró y estaba a punto de acostarse a disfrutar de la brisa y el sonido del mar, cuando sintió un potente golpe que la sacudió como si fuese un trapo.

El golpe que sintió estuvo acompañado de un potente estruendo y un crujido, luego solo escuchó gritos de personas y el de su novio que la llamaba: “Angie… Angie”.

La joven estaba en el limbo entre quedar inconsciente y mantener su mente activa, y en ese momento se percató que esa palmera bajo la que ubicó su toalla para que la protegiera del sol, le había caído sobre su cintura y le causó un daño muy grave.

Rápidamente se acercaron las personas del Decameron a ayudarle. Entre ellos había enfermeras, quienes mantuvieron a Angie despierta mientras que siete hombres se unieron para poder levantar la palmera del cuerpo de la muchacha.

Podía sentir cómo todo dentro de mí se movía y era porque estaba toda rota por dentro

(Sobrevivientes III: La increíble hazaña de buzo perdido en el mar y sus 3 días a la deriva)

Su novio llegó en su auxilio y llamaron a una ambulancia para poder salvar la vida de Angie, cada segundo era vital. Sin embargo, pasaron muchos segundos hasta que la ambulancia llegó. En total 3.600, es decir una hora, lapso de tiempo en el que ella estuvo yendo y volviendo del estado de inconsciencia.

«Durante esos largos minutos de esperar la ambulancia, yo no sentí dolor y tampoco tenía una herida. Solo sentía que mi cuerpo por dentro era como una gelatina que se iba disolviendo a pedazos. Podía sentir cómo todo dentro de mí se movía y era porque estaba toda rota por dentro», recuerda Angie.

Cuando por fin llegó la ambulancia la llevaron hasta una UCI de la isla, donde no la querían atender porque ella no tenía su cédula.

Su novio se enojó y discutió muy fuerte con los doctores y las enfermeras, cómo era posible que ella fuese a morir en un pasillo solo por no tener la cédula. Además, para socavar más la paciencia del joven, las enfermeras se burlaban de que él no supiera el número de identificación de Angie.

Todo parecía perdido, pero en un lapsus de conciencia, Angie tomó fuerzas y logró dictarle su cédula al oído a una de las enfermeras, y el proceso en la clínica pudo seguir.

Angie León en una UCI de San Andrés tras su cirugía exploratoria.

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Angie fue sometida a una cirugía exploratoria. Es decir, los médicos le abrieron desde lapunta del esternón hasta debajo del ombligo para ver dónde estaba dañada y qué podían hacer. Lo que encontraron no fue alentador, Angie tenía la vejiga, el bazo y la cadera totalmente destruidos.

Pero no todo estaba perdido, relató Angie, pues ella había llegado a una IPS relativamente nueva que habían ubicado en la isla y tenía un convenio con la Universidad de Antioquia.

Era el mejor lugar posible para la joven en ese momento. Además, la atendió un médico altamente calificado, el doctor Richard Palacios, quien tomó la decisión de no extirparle totalmente el bazo, pues ella era muy jóven.

El bazo es un órgano muy importante para el sistema inmunológico del cuerpo y se encarga de controlar el nivel de sangre en el cuerpo. Así que el doctor Palacios logró salvarle un 60 por ciento de esta víscera y suturarle la vejiga. Todo con la esperanza de que Angie sobreviviera a esa noche.

«Tras cuatro horas de cirugía, el doctor salió y le dijo a mi novio que esa noche era vital. Que rezara mucho por mi y tuviera fe, porque estaba entre la vida y la muerte. Si yo despertaba en las próximas 24 horas, se trataba de un verdadero milagro, pues también había sufrido dos infartos», relata Angie.

Esa noche el novio de la joven, contra toda regla hospitalaria, pasó la noche con ella y le estuvo hablando todo el tiempo hasta que se quedó dormido. Los doctores le recomendaron que no la dejara sola, quizá así podría despertar.

Treinta días de dolor y drogas

Angie despertó y logró superar el momento más difícil de todo su proceso, o eso pensaba en aquel momento. Incluso, aunque los doctores pensaron que ella nunca más volvería a caminar, Angie podía mover los dedos de sus pies, lo que era una señal de que sus piernas seguían vivas.

Pero en realidad lo peor estaba por venir. Tras siete días sobreviviendo en San andrés y pasando casi todo el tiempo sedada, la joven debía ser trasladada a Bucaramanga para que repararan todo lo que le quedaba roto en su cuerpo.

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Angie en sus días en el Hospital Internacional antes de su cirugía definitiva.

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Angie tenía siete fracturas en su pelvis y hueso sacro. Para arreglar todo ese daño iba a ser necesario una cirugía muy complicada, la cual no se podía realizar en San Andrés.

Al llegar a Bucaramanga fue internada en el Hospital Internacional, donde empezarían los momentos más duros de su proceso y donde los médicos estaban asombrados por su accidente. Nadie piensa que en unas vacaciones en la playa una palmera te caiga encima y casi te mate.

Angie ya estaba con sus padres, quienes iban a ser claves para su recuperación, pues le acompañarían todo el tiempo y le contagiarían su fe en Dios para superar los difíciles momentos que se vendrían.

Esos momentos empezaron cuando un doctor les contó que no iban a poder operar a Angie hasta que se curara mejor la cirugía que le habían realizado en San Andrés.

-¿Cuánto tiempo debemos esperar? -dijeron los padres de la joven.

-Por lo menos 20 días- respondió el médico.

Esa noticia desmoronó la moral de Angie, quien debería estar 20 días más inmóvil y con toda su cadera rota. Lo que la llevó a cuestionar si en realidad Dios la quería, pues no consideraba justo pasar por ese calvario.

Clínica del dolor

Angie en silla de ruedas tras haber sido operada y que le repararan su cadera y hueso sacro.

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Angie sufrió y lloró casi todos los días de ese julio del 2017. Para limpiar su cuerpo debían ir ocho personas a levantarla con una sábana para que no moverla y hacerle daño. No podía orinar, por lo que retiraban los desechos de su cuerpo a través de sondas. Y para el dolor le administraban morfina y oxicodona, las cuales se convirtió en su peor mejor amiga en esos momentos.

Su dolor llegó a un punto que la trataban bajo los parámetros de una clínica del dolor. La cual determinó darle un botón a Angie para que cada vez que sintiera el insoportable dolor, ella solo presionara y las drogas entrara a su cuerpo a través de un cateter epidural, el cual se conecta directamente a una región de su columna vertebral para que haga efecto más rápido el medicamento.

Así estuvo veinte días, durante los cuales vio ir y venir doctores que se ofrecían a realizarle su cirugía. Sin embargo, ella rechazó a varios, pues todos le decían que no podría volver a caminar ni orinar por su cuenta una vez que la operaran.

La voluntad de Angie por volver a llevar una vida normal era mayor que el dolor que sentía y espero en total 30 días hasta que permitió que el doctor Fonseca la operara. Él le dio el pronóstico menos desesperanzador, le dijo que iba a depender de ella si caminaba de nuevo, pero que igual era posible que nunca pudiera orinar sola otra vez. Además, la cirugía sería en dos tiempo, una el 24 de julio y otra el 28.

Una pequeña luz al final de un túnel de dolor

Contra todo pronóstico, la pericia del doctor Fonseca permitió que en una sola intervención de seis horas se le pudiera hacer todo el procedimiento a Angie, tanto reparar su sacro, como toda su cadera.

Angie relata que después de la cirugía el dolor fue peor que antes. Además, necesitaba cada vez más morfina y oxicodona para calmar su sufrimiento, pero no podían administrarle tanto debido a sus dos infartos recientes en San Andrés y debieron quitarle el cateter epidural porque se estaba infectando.

Angie con su hija tras cinco meses de recuperación y terapia.

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«Esa noche tras la cirugía la pasamos en vela. El dolor era insoportable y me tuvieron que inyectar morfina cada cinco minutos para que no me volviera loca del dolor», recuerda Angie.

Al día siguiente, el doctor Fonseca entró a su cuarto y le dijo: «Angie, es momento de que te sientes». La joven llevaba más de un mes acostada y sin moverse, pero resistió el insoportable dolor para lograr hacerlo y ese mismo día empezó con su tratamiento de fisioterapia.

Angie estaba contenta, ni siquiera la noticia de que su nervio ciático, el cual controla las funciones normales de las piernas, quedó a un centímetro de romperse y le dolería por el resto de su vida arruinó ese momento.

Lo malo era que el de la vejiga sí se dañó y posiblemente debería usar sonda por el resto de mi vida

«El doctor Fonseca me dijo que debía poner mucho de mi parte. Lo bueno era que el nervio había quedado vivo podría volver a caminar. Lo malo era que el de la vejiga sí se dañó y posiblemente debería usar sonda por el resto de mi vida», explicó Angie.

Pasaron solo cinco días desde la cirugía para que Angie fuese dada de alta. Ese 30 de julio sus padres la llevaron hasta donde unos familiares que tienen en Bucaramanga. Allí la recibieron, la sentaron en una mecedora y le dijeron que tenían una sorpresa para ella.

Angie se relajó y miró por la ventana, cuando de repente escuchó: “Mamá”. Sus ojos se llenaron de lágrimas y vio entrar por la puerta a su hija, quien había sido su fuerza para decir su cédula cuando se moría en una camilla en San Andrés, para aguantar un mes inmóvil y con la cadera rota y quien fue el motor para que su mente optara por seguir viva pese al dolor insoportable que vivió.

Angie estuvo más de un mes sin ver a su hija de un año. Ella la había dejado con sus padres mientras iba de vacaciones unos días, pero nunca esperó que esos días fueran tantos y tan difíciles.

Su hija al principio no la reconoció, pero luego se abrazaron. Ese fue el mejor y más feliz momento que esta joven sobreviviente vivió en todo ese mes en el que luchó por su vida.

Recuperación y síndrome de abstinencia

Una vez dada de alta, Angie empezó con sus terapias para aliviar el dolor, recuperarse de la cirugía y volver a caminar. Iba a ser dolorosa, pero ahora dependía de ella y su compromiso sería total. No obstante, un nuevo obstáculo se atravesaría en su recuperación: el síndrome de abstinencia.

Toda la morfina y oxicodona que la joven recibió cada cinco minutos durante casi un mes, la convirtieron en una adicta a estas sustancias.

«Por lo general, para superar una adicción los toxicólogos recomiendan disminuir la cantidad de la sustancia que se consume para que el síndrome de abstinencia no sea tan fuerte. Pero a mí me la suspendieron de una sola vez y viví un infierno«, relata Angie.

Fue un mes más de dolor por la cirugía y las terapias, al cual se sumó el malestar de la abstinencia. Angie sudaba frío, temblaba, sentía dolores en todas las partes de su cuerpo, estaba sumamente irritable y cayó en depresión.

Sin embargo, su familia entendía su situación mental y física, y nunca dejaron acompañarla, por lo que Angie logró superar su adicción y no necesitó más nunca de la morfina y la oxicodona, las malas amistades que hizo durante su tiempo en la clínica del dolor.

Una experiencia única que recompensó el calvario

Fueron largos meses de dolorosa recuperación. Angie se sobrepuso a todo y volvió a caminar, y durante ese proceso vivió algo que muy pocos padres en el mundo pueden haber vivido.

Durante el proceso de aprender a caminar de nuevo, la joven coincidió con su hija, y ella relata como hermoso y único el que aprendieron a caminar juntas madre e hija.

«Yo me decidí a volver a caminar sin importar lo que costara y durante esos meses mi hija estaba aprendiendo a hacerlo. Viví tan cerca como muy pocos pueden hacerlo el proceso de ver a mi hija aprender a caminar«, relata con alegría Angie, quien se sobrepuso a los diagnósticos negativos sobre su vuelta a caminar.

Y no solo le demostró a los médicos que ella volvería a caminar. Esta sobreviviente no se detuvo en su proceso de sanación, y -pese a los pronósticos- volvió a orinar por su cuenta sin necesitar de una sonda.

Angie León recuperada y positiva tras dos años de sufrir su trágico accidente vacacional.

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Así fue como Angie Carolina León sobrevivió a que le cayera una palmera encima cuando se iba a broncear en las playas de San Andrés.

Ella relata que lamenta no poder volver a bailar, además de que sufre dolor crónico en sus nalgas y cintura, por lo que no puede estar sentada por más de media hora. Pero, también supo ver el lado bueno en el infierno que vivió.

Angie se siente orgullosa de que sobrevivió a algo extremadamente raro y difícil, que aprendió a caminar con su hija, que conoció a Dios más de cerca y que su familia se unió más que nunca con lo que le pasó.

«Si pude con todo eso, ya no hay nada que me pueda detener. Ahora soy más fuerte que nunca y todo lo que me propongo, lo puedo hacer»
, expresa con felicidad Angie.

Actualmente, la joven y su familia están en un proceso legal con la Gobernación de San Andrés, pues se enteraron que la palmera que casi la mata tenía dos procesos por parte de la ciudadanía para que fuese removida porque representaba un riesgo para las personas de la zona.

DUVAN ALVAREZ D.
Redactor de Nación
EL TIEMPO

*Esta historia es la sexta entrega de la serie ‘Sobrevivientes: cuando el deseo de vivir es más fuerte’. Espere un relato cada miércoles.

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