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Miguel se salva a sí mismo

Creció entre ausencias, drogas y explotación sexual en Medellín. Hoy estudia en la universidad.

FECHA 22 / OCTUBRE / 2018

Cuando yo tenía nueve años vivía en Santo Domingo Savio, en la comuna 1 de Medellín, con mi mamá, mis cuatro hermanos y mi padrastro. A esa edad ya fumaba cigarrillito, así escondidito que mi mamá no me viera. Ella entraba marihuana y perico a la Cárcel Bellavista, ese era su trabajo cada domingo. Ganaba muy buena plata pero, como todo trabajo ilícito, llegó el momento en que la cogieron. Yo tenía 11 años cuando le dieron casa por cárcel pero, como no había nadie que nos diera de comer, a ella igual le tocó salir a trabajar. En una de esas la cogió la policía y por eso le dieron cinco años de prisión.

Entonces nos quedamos solos. Mis dos hermanas menores, de cuatro y dos años, se fueron para donde una tía materna y, posteriormente, para donde mi abuela materna; la hermana que sigue después, que en ese momento tenía 10 años, se fue a vivir con el papá de ella; los dos mayores y que tenemos el mismo papá, nos fuimos con la abuela paterna para Caicedonia, en el Valle del Cauca, donde vivía ella. Recuerdo que el día que viajábamos para allá yo estaba cumpliendo los 12 años.

«La terapia de esa fundación es cosa de locos, yo aguanté tres meses«

A los meses de estar en el pueblo yo ya fumaba marihuana, tomaba licor y tiraba perico. Al tiempo empecé a vender vicio y mi abuela se dio cuenta. Para acabar de ajustar, mi hermano, que es mayor, también fumaba marihuana, vendía vicio, tiraba perico, chorro, sacol, pepas, todo. Fue un problema pero seguí hasta que, como al año y medio, cuando llevaba un mes de entrar a sexto de primaria, en el colegio me pillaron fumando marihuana y hablaron conmigo para que me internara. El internado se llamaba Fundación Familiar Faro y quedaba en Calarcá, Quindío. Ese era el que estaba más cerquita.

La terapia de esa fundación es cosa de locos, yo aguanté tres meses. Me volé. Mi abuela me recibió y duré sin consumir como dos semanas. Luego: vuelve y juega.

Como vivíamos tan lejos yo no podía visitar a mi mamá en la cárcel, pero recuerdo que una vez nos llegó de sorpresa a donde la abuela. Se consiguió el pasaje y, en unas 72 horas de permiso, fue. Llegó como a las siete de la mañana y estuvo con nosotros hasta las seis de la tarde. Después de dos años sin verla fue sentir de nuevo que tengo mamá… pensaba “¿sí tengo mamá?”.

A ella le redujeron la condena a tres años por buen comportamiento. Salió y me devolví para vivir juntos en el barrio Campo Valdés, zona nororiental de Medellín, solo ella y yo. Muy bien, muy bacano, yo me puse a estudiar. Fumaba marihuanita, había dejado de tirar tanto perico, no estaba tomando chorro. Juicioso. Estaba validando en la noche. Pero empecé a tirar ruedas, otra vez empecé a fumar mucha marihuana, a tirar perico.

«Ella ya era una mujer mayor de 30 años y aquí fácilmente se consiguen chicas de 15, 14, 16«

Mi mamá ejerce la prostitución desde hace muchos años… lo dejó el tiempo que trabajó en Bellavista, pero cuando salió siguió y, como había días que le iba muy bien, había otros que le iba muy mal. Ella ya era una mujer mayor de 30 años y aquí fácilmente se consiguen chicas de 15, 14, 16, entonces se vuelve más difícil. Por ese entonces llegaba borracha y todo ese tipo de cosas que, la verdad, sí me afectaban bastante.

Así fue todo hasta que cumplí 16, aprendí a manejar una máquina de coser y empecé a ganar muy buena plata.

Y volvió mi hermano mayor. Mi mamá lo recibió, normal, pero la relación de nosotros siempre fue pésima, hasta hace un año aproximadamente. Nos dábamos golpes como si fuéramos desconocidos, peleábamos muchísimo y un día él me rajó la cara. Y yo todo lleno de sangre… más pepo, más ruedo, más loco que quién sabe, le dije: “me voy ome, ¿yo qué voy a vivir acá ome? yo tengo pa vivir solo”.

Las calles

Viví un tiempo gratis en un inquilinato, luego empecé a pagar todos los días 10 mil. Me quedé sin trabajo y dije “bueno, no azara”, empecé a vender confites en los buses, luego marihuana, chorro, pepas, perico, Sacol (un pegante industrial que inhibe el hambre). Cuando no había plata pa pagar la pieza dormía en la calle, cuando no había confites miraba qué hacía. No lo voy a negar: robar, peleas, problemas por ahí en la calle. En algunas ocasiones estuve con hombres por dinero.

Conocí Casa Vida 1 porque un chico una vez me dijo “eh, ¿vamos pa la fundación?” y yo “ah sizas, vamos”, y estuve yendo alrededor de seis meses.

Tú allá vas a ver chicos que no crees que se explotan sexualmente, pero se explotan. Yo te aseguro que vos ibas y me veías allá y no creías que yo hacía eso, te lo juro. Las profesionales no lo creían, al principio creyeron que yo era fletero. Pero resulta que la mayoría de los chicos que van allá están por Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA).

«Yo sentía que la dejaba como en un mundo de muertos. Y me subía, vuelto una nada, a tirar Sacol todo lo que fuera«

Unas veces también visitaba a mi mamá abajo en El Raudal (zona de tolerancia del centro de Medellín). Yo iba y la saludaba, normal, “ah ¿cómo estás mami?”. Hablábamos, ella a veces me regalaba plata pa comer o pa pagar la pieza. Y yo cuando me devolvía volteaba a mirarla y la veía allá… recuerdo que yo me paraba en una esquina y la veía pasar por la calle, en medio de todos esos hombres, de todas esas mujeres semidesnudas. Eso me partía el alma. Yo sentía que la dejaba como en un mundo de muertos. Y me subía, vuelto una nada, a tirar Sacol todo lo que fuera.

Así pasé alrededor de un año, sobreviví, cumplí los 17.

Conocí a la Defensora de Familia del Centro de Diagnóstico y Derivación del proyecto Crecer con Dignidad, Laura Catalina. Ella me rogó: “Quédese”, esa cucha es súper tesa, pero yo no quise. No quería estar internado. No quería hacer un proceso de rehabilitación, no quería recuperar mi vida.

Pero seguí yendo a Casa Vida 1. Yo recuerdo que una tarde compré de esas botellas que son como si fuera media de guaro, pero llena de Sacol. Me fui pa la pieza y tiré Sacol todo el resto de día y toda la noche. En la mañana fui a Casa Vida 1, pero cuando salí me fui pa la pieza con otra media de esas a seguir tirando Sacol todo el resto de día y toda la noche.

«Estaba acostado en la cama y lloraba con la botella de Sacol en la boca«

En la madrugada, de un momento a otro me entró una nostalgia indescriptible y lloraba como un niño. Me acordé de mi mamá, de mi papá, de mis hermanos, de todos. Estaba acostado en la cama y lloraba con la botella en la boca. En un momento tiré la botella y seguí llorando, pero luego fui y la cogí y seguí llorando y tirando Sacol. Me sentía como el peor ser humano del mundo.

Por la mañana me levanté, ya no había más Sacol. Me arreglé, llamé a mi mamá y le dije “ma, me voy a internar”. Me fui para Casa Vida 1, hablé con la trabajadora social e inmediatamente llamaron a Laura Catalina y ella me separó el cupo. A las seis de la tarde fueron por mí a Casa Vida 1, allá me despedí de mi mamá, de todos.

Y me interné en el Centro de Diagnóstico y Derivación. 25 días estuve.

Internarse

Pero fue duro. La primera semana estuve enfermo del síndrome de abstinencia: escalofríos, diarrea, vómito, fiebre, me dolían los huesos, sentía sueño excesivo en el día, pero por la noche no dormía nada, sudaba frío. Durante esa semana no comí absolutamente nada, enfermo.

Luego me vio el médico, me mandó ácido valpróico tres veces al día y trazodona en la noche, además, me dijo que tenía 13 kilos menos de los que debería tener. Fue en el Diagnóstico que empecé a comer bien.

«Al principio pensaba ‘¡ah! Qué cosa tan rara es esto, estar encerrado’«

Al principio pensaba “¡ah! Qué cosa tan rara es esto, estar encerrado”, porque la convivencia es difícil, había chicos tan bullosos, tan gritones, tan visajosos, tan peliones. Y yo bien relajado, bien parchado, vivía era leyendo. En el Diagnóstico me leí la trilogía de Los juegos del hambre. Súper tesa, me gustó mucho.

Mientras pasaba el tiempo me empezaron a contar sobre las Casa Egreso que tienen las fundaciones para los chicos que terminan proceso en internado, cómo les dan las universidades, y me dije “yo quiero y yo puedo”, y seguí firme en mi decisión. Yo sabía que me estaban buscando cupo en un internado, era muy probable que me mandaran a La Libertad, en San Cristóbal, que es de Hogares Claret. Pero yo no me veía conviviendo con más de cien personas que hay allá y les dije en el Diagnóstico que si me mandaban para allá, me volaba. Además, yo quería ir a otra institución de Hogares Claret, Nuevos Horizontes, porque eran sólo 40 personas y allá estaba mi hermano.

Pues me mandaron para Nuevos Horizontes. Cuando uno llega le leen un pacto de convivencia, ahí hay cuatro normas cardinales: no consumo de sustancias, no porte de armas cortopunzantes, no agresiones físicas ni verbales y no relaciones sexuales. Vos firmás el pacto y te comprometés a cumplirlo. Lo más difícil al principio fue la convivencia con mi hermano, aunque él me recibió muy bien y no nos pusieron en el mismo cuarto, pero pues a mí me molestaban muchas cosas de él, sobre todo que yo le dijera algo y él simplemente me respondiera “ey, dejá de ser así ome”.

Pero tuvimos la oportunidad de hacer ese trabajo desde psicología, desde trabajo social, en grupos los dos juntos… y hoy en día la relación es muy buena. Definitivamente esa es una de las cosas que más valoro que logré obtener en el proceso. Y sigue siendo buena a pesar de que, cuando él cumplió 12 meses en el proceso y ya tenía 18 años, me dijo: “entrégueme mis cosas” y se vino pa donde mi mamá.

En cambio yo me dije “no, yo quiero Casa Egreso, yo quiero estudiar. Mi mamá no tiene nada pa brindarme, hoy tiene casa, mañana tal vez no”, y me aguanté los 15 meses. Hoy en día mi hermano fuma marihuana otra vez. Ayer lo vi, se parcha frente a mí y me pregunta, “¿a usted no le molesta?” y yo “no, fume normal”.

También logré trabajar mucho respecto a la labor de mi mamá y a la posibilidad de que en algún momento yo le pueda brindar algo mejor y ella simplemente decida seguir con su vida. A reconocer que ella es una mujer adulta, que es libre de tomar sus decisiones y que esa es la vida que ella escogió así como yo escogí la mía.

«Ese día me tocó hacer aseo antes de acostarme y me provocaba partir esa escoba«

Un día, ya llevaba como cinco o seis meses y nos dieron leña, nos regañaron. Ese día me tocó hacer aseo antes de acostarme, y me provocaba partir esa escoba. Cuando me acosté no era capaz de dormirme, daba vueltas en la cama y de un momento a otro empecé a llorar.

Yo sabía por qué estaba llorando: tenía miedo a no ser capaz de terminar el proceso, de no ser capaz de recuperar mi vida. Tenía miedo de volver a consumir y yo no quería. Tenía miedo de volver a dormir en las calles, de tener de nuevo que aguantar hambre, que estar solo. Porque tenía miedo de ser mediocre, de no lograr las cosas.

Esa noche me levanté como las 11 de la noche con la cara hinchada de tanto berrear y lleno de mocos. Y bajé donde el educador, él me escuchó. Lloré, lloré y lloré y él me aconsejó. Le debo tantas cosas a ese educador… Todas las confrontaciones me las hizo él, todas las terapias de grupo me las hizo él, me ponía a hacer escritos, me ponía a hacer cosas que no me gustaban y yo lo odiaba en ese momento, pero me sirvieron tanto.

Levantarse

Con el pasar del tiempo generé esa empatía con los otros chicos, que me buscaran a mí para hablar, conversar y me di cuenta de que yo les daba devoluciones que no creía que era capaz de dar y que ellos lo asumían de forma positiva. Eso fue un descubrimiento. Pensé “eh, qué bacano este sentimiento ome, esto es lo mío”, y como cuando uno está llegando a la etapa de Desprendimiento ya debió haber pensado qué quiere hacer con su vida, lo decidí: Yo voy a ser psicólogo, eso es lo mío, me llena, soy feliz haciéndolo y soy bueno para hacerlo. Esto es lo mío.

Yo llegué a Nuevos Horizontes en séptimo grado y en 15 meses llegué a once, validando. Los de las universidades nunca fueron y nunca me llevaron a conocer alguna. De parte del Sena y del Inder hay un poco de acompañamiento, pero en un mínimo porcentaje.

«¿Así se sentirá la gente cuando sale de la cárcel? Uff. ¡Qué maravilla!«

Pasó el tiempo. La primera vez que salí del internado fue con Elisa, que era trabajadora social en Casa Vida 1. Ella fue pero ya no era ese vínculo “yo soy tu profesional y vos sos mi paciente”, no. Ya era como que, “vos sos un chico teso, echale pa’lante, dale que yo te apoyo, estás conmigo, no estás solo”. Y yo como que “ahh, ¡qué chimba!”.

Entonces yo iba a la casa de ella un día, luego de un día pa otro, y así. Luego mi mamá pudo conseguir una casa por allá en La Milagrosa, entonces me quedaba un día donde Elisa y un día donde mi mamá. Ya podía salir solo, ya estaba en la etapa que salía cada ocho días 48 horas.

Pero vine a salir apenas a los nueve meses ¿Así se sentirá la gente cuando sale de la cárcel? Uff. ¡Qué maravilla! Yo pensaba, “yo aquí en mi casa relajadito, viendo televisión o por aquí en la calle viendo niñas y ellos allá encerrados en fila, en círculo… eso es muy duro. Pero yo ya hice lo que tenía que hacer, yo disfruto”. Y así.

La tercera vez que lloré nunca se la conté a nadie. Fue precisamente en una de esas salidas de cada ocho días, un viernes que visité Casa Vida 1, que queda en pleno centro, y como a las cuatro de la tarde me dio por ir al Parque Bolívar. Allá me encontré antiguas amistades, me compré un tarro de Sacol, me tiré el tarro y fumé marihuana. Llamé a mi mamá y me decía “¿usted porqué está hablando así?, ¿qué pasó?” y yo “mami, yo consumí”, “ah yo sabía, súbase pa la casa a ver”.

«y mi mamá confió en mí. Y vea, hoy estoy aquí, bien, a punto de empezar la universidad«

Yo no quería. Por Dios que yo no quería. Era duro saber que hice eso después de todo lo que había obtenido en el proceso. Yo lloraba a mares, me sentía lo peor. Pero mi mamá es única, me dijo “¿usted qué piensa hacer? Usted sabe que si contamos esto en la Fundación no lo dejan volver a salir”. Y yo le respondí, “mami, no digamos nada, confíe en mí”, y mi mamá confió en mí. Y vea, hoy estoy aquí, bien, a punto de empezar la universidad.

Reconozco que sí consumí, sí recaí. Nunca nadie supo. Y sólo esa vez. Esa fue la tercera y última vez que lloré en el proceso.

Cuando cumplí los 18 años mi mamá me dio un celular y Elisa me regaló una muda de ropa y me llevó a Santa Fe de Antioquia. Esa mujer es un amor. Ella es como la mamá que yo hubiera querido tener, sin decir que por eso no ame a mi mamá… Pero me hubiera gustado tener una mamá como Elisa.

Bueno, cuando uno ya está terminando proceso va donde el psicólogo y le pregunta “psico, ¿qué se va a mover conmigo?, ¿qué van a hacer conmigo?”, entonces hay dos opciones: el reintegro familiar o que le digan: “ah mijo, vea, usted no tiene familia, prácticamente ha estado sólo durante todo el proceso y pues, la defensora ¿pa dónde le va a dar Egreso? No, no lo podemos dejar por ahí tirado a la deriva, no. Estamos buscando cupo en una Casa Egreso donde usted pueda estar, donde le den el estudio, la vivienda, la alimentación, el apoyo, por lo menos durante un tiempo, mientras que usted tan, tan, tan, tan, tan”, eso pasa independientemente de la edad del muchacho.

Pues una noche el director me dijo “ya llegó su boleta de egreso, mañana entonces yo voy y lo llevo”. Yo ya sabía que venía para esta Casa Egreso. Y llegué solito. Me despedí en el Hogar, fui por la ropa a la casa y llegué aquí como a las dos de la tarde, con mi maleta. Me recibió uno de los pelaos, vino el director, el encargado de la Casa Egreso, me dieron el dormitorio, yo ya sabía las reglas pero me las volvieron a decir, me dijeron más o menos el modus operandi de la casa, las actividades, las responsabilidades, las libertades, todo.

Yo logré el objetivo de llegar acá y ahora estoy a un mes de iniciar mis estudios en psicología y tengo pensado hacer otra carrera, ojalá en la Universidad de Antioquia, una de la rama social, no sé si Derecho.

Ahora mis sueños son muy básicos: tener esposa, hijos, una familia, un hogar, un trabajo que me llene, que me haga sentir feliz y que me de para vivir cómodamente. No aspiro riquezas, aspiro tranquilidad. Básicamente es eso.

entrevistas: 2016 y 2017

Miguel ahora

En los últimos tres años he descubierto cosas maravillosas. A veces me siento como un niño porque me sorprendo como mucha facilidad y no puedo evitar maravillarme ante lo desconocido, que se vuelve mucho más sorprendente porque nunca imaginé conocer ni vivir semejantes cosas. Fue algo nunca esperado, que le doy mayor valor porque, siendo sincero, nunca me sentí con un futuro promisorio.

Una de las cosas más valiosas para mí es haber tenido la fortuna de conocer y disfrutar lo sorprendete que es amar y sentirse amado; no muchas personas tienen la oportunidad de experimentar lo que para mí es el objetivo de la vida, ya que esta se fundamenta en el amor.

Por ello hoy me siento supremamente feliz y agradecido con la vida. He conocido personas valiosas, lugares que te marcan para siempre con sus atardeceres, libros que estremecen las entrañas y la plenitud de tener una vida tranquila. Todo gracias a nunca, a pesar de todo los obstáculos, perder la esperanza.

octubre de 2018

Testimonio recolectado y editado por:
Sara Castillejo Ditta

@castillejoditta

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