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‘No se sabe qué es mejor, si guerra y plata o paz y pobreza’

La estatua ecuestre sigue incólume en el parque principal. Una pieza singular, elaborada con repuestos de carros, para honrar al patrón. ‘Hijo ilustre y protector del pueblo maripense, gestor del proceso de paz del occidente de Boyacá, promotor del desarrollo y el progreso de la región’, reza la inscripción encomiástica a sus pies.

Pero Horacio Triana ya no reina en Maripí. Aguarda tras las rejas su extradición a Estados Unidos por narcotráfico, además de estar acusado en Colombia del intento de asesinato de otro ‘zar’ esmeraldero hace dos años. Su palabra era sagrada en el pueblo, y creyó que podrían continuar mandando de espaldas a la ley, como en los viejos tiempos.

Pero ya nada es igual en la montañosa e imponente región boyacense, cuna de las esmeraldas más hermosas y cotizadas del planeta. De la guerra verde solo queda la memoria, y aunque Horacio Triana y otros pocos quieran resucitarla, no tienen manera de conseguirlo. Casi todos los viejos y temidos patrones, cabezas de los clanes Triana, Rincón o Murcia, están presos o muertos. Igual que el ramillete de hijos y hermanos que pretendieron seguir la senda violenta de antaño.

La estatua de Horacio Triana, extraditado a Estados Unidos, sigue presidiendo el parque principal de su natal Maripí.

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Salud Hernández-Mora

“Aquí hay unos que quieren expandirse de esa manera, que siguen pensando en el siglo pasado, en negociar propiedades con las viudas”, comenta Edwin Molina, presidente de Aprecol (Asociación de Productores de Esmeraldas de Colombia) y miembro de una reconocida estirpe de esmeralderos. “Para una guerra se necesitan dos bandos, y con nosotros no cuenten”.

En su orilla, donde, además de los Molina o los Sánchez, incluyen a los herederos de Carranza, no existe interés alguno en responder con las armas. Prefieren recurrir a las autoridades y resolver las disputas que surjan con abogados.

A Molina no le sorprendió que detuvieran hace unos días a Jerson Triana, uno de los hijos de Horacio y el que afirman sería su relevo en los negocios. Las investigaciones de la Dijín lo incriminan en la contratación de dos sicarios para eliminar en Bogotá a un puñado de esmeralderos. Entre ellos, a Jesús Hernando Sánchez, que sobrevivió de milagro al atentado orquestado por su padre en 2016. Por un solo blanco pagaría unos mil millones, el costo de segar la vida de personajes obligados a permanecer rodeados de una nube de escoltas bien entrenados. De ahí que llegaran a acariciar la idea de comprar un rocket.

“Un día, Jerson me dijo que quería reconstruir la amistad. Le contesté: ‘Deje de intentar matarnos y verá cómo lo logramos’. Era una extensión de su papá, pensaba como él. Pero no hay delitos de sangre, cada quien responde por los suyos, y nosotros seguimos trabajando con otros Triana sin problema y podemos apoyarlos en las elecciones”, asegura Edwin Molina.

Eduard Triana, actual alcalde de Maripí, administrador de empresas, de 36 años y hermano de Jerson, es uno de ellos. “Nuestros padres, los que han generado historia, estuvieron de acuerdo con que los hijos estudiáramos, no tuviéramos nada que ver con las armas; no querían que generáramos rencillas con los que murieron”, explica Eduard en su pequeña oficina de la alcaldía, situada en la misma plaza de la Paz, que acoge la estatua de su papá.

El Occidente de Boyacá, ahora pacífico, podría llegar a convertirse en un atractivo para el turismo, con buenas vías.

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La formalización

Pese a las condenas y al cúmulo de pruebas que atesora la Fiscalía, defiende la inocencia de sus familiares, incluido su tío Pedro Rincón, conocido como ‘Pedro Orejas’, que estuvo encarcelado en Colombia por homicidio y ahora en Estados Unidos, donde espera juicio por narcotráfico.

La mayoría somos profesionales, hemos salido del país, tenemos otra visión. Repudiamos la violencia, el sicariato no es el camino. Cada vez que hay un asesinato, lo rechazamos”, afirma.

“Si fuéramos unos asesinos, no seríamos representantes de las comunidades”.

La salida de escena de casi todos los zares esmeralderos, el cambio generacional en la mayoría de los casos o la actitud pacifista de los clanes que sufren los embates de los violentos, así como la actuación decidida de las autoridades, no son los únicos factores que están transformando el legendario occidente boyacense. La irrupción de empresas extranjeras que adquirieron minas y la formalización de las nacionales han sido determinantes para dibujar un cuadro diferente.

Para una guerra se necesitan dos bandos, y con nosotros no cuenten

Buena parte de la población flotante desapareció (en Maripí, por ejemplo, de 7.600 habitantes bajaron a 5.500), igual que la bulla, las peleas y el desorden; apenas hay homicidios, la delincuencia no es significativa, ya no miran con desconfianza al forastero, y se respira tranquilidad. Pese a que aún lo consideran zona roja, de ese color solo quedan sus atardeceres.

Sin embargo, lo que para unos puede resultar esperanzador, para otros supone una desgracia.

Un comerciante exhibe una gema, que por estos días están escasas en la región.

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Minas que ahora están valladas, en épocas pasadas permanecían abiertas o contaban con una vigilancia laxa que permitía a los furtivos meterse noches enteras en los huecos para picar ellos mismos las rocas. Los patrones también depositaban, junto a los ríos y en el exterior de las bocaminas, toneladas del estéril negruzco a fin de que enjambres de mineros y buscadores de fortuna descubrieran alguna que otra esmeralda que sus propios empleados no hubiesen avistado o, al menos, acopiaran morralla (chispitas de esmeraldas) para su sustento. Y esos empleados, que por regla general laboraban a cambio de las tres comidas y poco más, podían aspirar a enguacarse una buena piedra si los propietarios de la mina no lo advertían. Coronar no se consideraba un hurto ni signo de deslealtad hacia los patrones, sino el legítimo derecho de cada cual a “hacerse lo suyo” en un golpe de suerte.

Antes, uno se regalaba por la comida, pero bajaba contento a la mina; nunca era por un sueldo, sino por lo que uno guaqueaba”, recuerda un minero. “Y había amigos que le decían a uno: ‘lo que saque en una hora es para usted’ ”.

Unos y otros alimentaban el comercio al por menor, que generaba miles de millones de pesos, y en una esquina de la plaza de mercado de Muzo sellaron incontables transacciones. “De los miles de compradores que éramos, no quedamos sino 500 o 700”, asegura Wílmer, que prefiere no dar su apellido. Cada cual establecía sus conexiones en la avenida Jiménez de Bogotá, o en el exterior. Muchos contaban con sus propios talladores, y los ingentes beneficios alegraban la zona de tolerancia, los billares y las galleras tanto de Muzo como de las poblaciones vecinas. Pero pocos aprovecharon una bonanza que se extendió por decenios.

“A un amigo que ganaba mucha plata le gustaba apostar. Un día le dijo a uno: ‘Su carro contra el mío, voy a la casa andando o vuelvo con dos carros’. Regresó caminando”, relata con nostalgia Andrés, matado de risa, otro boyacense que también pide omitir el apellido. “Yo tuve cortes (parte de una mina), y nosotros mismos hacíamos la pólvora hechiza. Hoy en día quedas embalado si la agarran, te meten terrorismo, solo se puede usar la de Indumil. Y tienes que pagar al Gobierno, al medioambiente, a los trabajadores, a salud y pensión. La minería quedó solo para los que tienen mucha plata. Los demás estamos llevados”.

Masacre minera

La imposición de las diversas normativas laborales y ambientales, entre otras, supone el fin de casi todas las mineras pequeñas, puesto que solo para ponerla en marcha son necesarios unos 500 millones de pesos. “Lo difícil para formalizarte es que pueden pasar meses sin hallar esmeraldas. Anteriormente podía servir, porque esmeralda hay, pero no da para una empresa formal con todos los permisos”, precisa Edwin Molina.

Advierte que en 2019 entrará en vigor el Pomca (Planes de Ordenación y Manejo de Cuencas Hidrográfica), más estricto aún que la licencia ambiental, normas que serán imposibles de cumplir para el centenar de explotaciones ilegales que perviven a duras penas en la región. “Va a provocar una verdadera masacre minera porque serán muy pocos los que puedan cumplirlo”, agrega.

En la pequeña mina Meboycol, en el sector Sardinata de Maripí, de capital ciento por ciento de la región, padecen las dificultades de salir adelante en el momento actual. Uno de sus propietarios es Wílmar Triana, sobrino de Horacio y político de vocación que sueña con un Occidente que no dependa solo de la piedra verde. De los 40 empleados con que iniciaron los trabajos, debieron recortarlos a veinte porque ya superaron los 4.000 millones de inversión y aún no han dado con la veta.

A pocos kilómetros de ese lugar tampoco han contado con suerte en la famosa Cunas, una de las dos minas que guardan en sus entrañas las esmeraldas más cotizadas del mundo por su extraordinaria calidad. La otra es Puerto Arturo, en el colindante municipio de Muzo, a unos 45 minutos de Maripí por una estrecha carretera que serpentea la cordillera bordeando abismos.

Decenas de hombres trabajan en el interior de Cunas, una de las dos minas de las que han sido extraídas las esmeraldas más famosas del planeta.

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Propiedad de Esmeraldas Santa Rosa, Cunas lleva ocho meses sin arrojar una sola gema. Su nómina incluye más de 300 empleados con todas las prestaciones sociales y exige una inversión mensual que ronda los 1.500 millones, cantidad que soportan los socios, entre los que figuran apellidos tradicionales como Carranza, Molina y Sánchez.

“No hay manera de especificar la reserva de esmeraldas de una mina, como pasa con el oro. Sabemos que hay aquí, ya sacamos en el nivel de 73 metros. Pero puede pintar ahí, y diez metros más abajo no encontrar nada. La de la esmeralda es una minería muy compleja”, explica Nelson Barrantes, nativo de la región y administrador de Santa Rosa.

Los mineros más supersticiosos, que llevan impresa en su ADN la certeza de que enguacarse una gema no es apropiarse de una pertenencia de la empresa sino aprovechar la oportunidad, achacan la falta de esmeralda al exceso de celo de sus patrones. Encuentran contraproducente colocar cámaras de seguridad por todos los rincones y jefes escudriñando cualquier movimiento sospechoso de los obreros. Se quejan de que si algo se les cae al suelo, deben pedir permiso o hacer gestos ostensibles ante las cámaras para agacharse a recogerlo. “Ahuyentan las esmeraldas porque se ve la codicia y hace que se escondan”, me cuenta un minero en el interior de Cunas. Lo mismo escucharía en Muzo. “La cantidad de seguridad hace que la esmeralda sea esquiva”, agrega otro.

Una Virgen con el niño, tiznados de polvo negro, protectores de la mina en Sardinata, municipio de Maripí.

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Cambio de mentalidad

Y es que los códigos de una cultura heredada de los insaciables conquistadores españoles no desaparecen con solo vender títulos de propiedad a compañías extranjeras ni formalizando las nacionales. Lo saben los directivos de MTC (Minería Texas Colombia), que explota con tecnología de última generación la célebre Puerto Arturo.

Y aunque sufrieron un saqueo de un millar de personas que duró toda una semana en el 2015, lo que supuso pérdidas multimillonarias, y más recientemente, siete empleados sustrajeron piedras que luego vendieron por 280 millones de pesos, están convencidos de que poco a poco, la mentalidad está cambiando.

Piensan en la estabilidad que brindan los contratos indefinidos con buenos salarios –1’600.000 pesos el obrero raso– y que las prestaciones y los programas sociales que desarrollan para las comunidades están obrando el milagro. Y con el de becas de estudios para hijos de sus trabajadores y de los alrededores, confían en incorporar cada vez más profesionales de la región. Pese a ello, dedican el 15 por ciento del presupuesto a seguridad y cuentan con equipos audiovisuales sofisticados para evitar robos internos.

Fue en noviembre de 2013 cuando sellaron la adquisición del ciento por ciento de la mina que Charles Burgess, presidente de la citada compañía, llevaba años negociando con Víctor Carranza. A los cinco meses, en abril de 2014, falleció el esmeraldero más poderoso que haya existido. De capital norteamericano, MTC emplea a 1.000 personas, el 70 por ciento nativos de Muzo y Quípama, y además de Puerto Arturo, de donde Carranza extrajo las esmeraldas más grandes del mundo –bautizadas como Fura y Tena–, cuentan en el recinto con Mina Catedral y otras explotaciones y donde están abriendo nuevos frentes de trabajo.

Pronto culminará la construcción de un túnel que alcanzará los 3 kilómetros de profundidad, mediante un sistema de rampas que supone una cuantiosa inversión. Aspiran a vincular de cara al futuro a varios miles de obreros más, casi todos del occidente de Boyacá.

Pero no será suficiente para absorber la legión de guaqueros. Solo en Maripí y Muzo pueden bordear los 5.000. El turismo, el cacao, la panela y otros productos agrícolas podrían suponer una alternativa, así fuese precaria, pero la región permanece olvidada por el Estado, estigmatizada por los lustros de violencia y aislada por la pésima infraestructura vial, a la que contribuyó la corrupción. De los 48 kilómetros de carretera pavimentada previstos y que debían unir a Buenavista con Muzo, pasando por Coper, para acercar el Occidente a Chiquinquirá y Bogotá, solo construyeron 12.

En todo caso, tampoco resultaría fácil que cambien de oficio, llevan la minería en la sangre.

Los guaqueros

A una media hora de Muzo, por una trocha infame que atraviesa El Mango, Mata Café, Las Ánimas y otros caseríos paupérrimos, se puede ver a diario un enjambre de hombres y mujeres de la tercera edad, adultos, jóvenes, familias enteras, removiendo la tierra en el cauce del río Minero y la quebrada Las Ánimas. Rara vez hallan la esmeralda anhelada y deben conformarse con un puñado de morralla que solo alcanzará para hacer mercado.

Viven a expensas de lo que produce la quebrada. No estoy de acuerdo con la llegada de los extranjeros porque es vender la riqueza colombiana dejándonos miseria”, señala Flor María Vargas, docente y lideresa social.

Pese a la pobreza apreciable a ojos vistas y la escasez del preciado mineral, cada mañana “uno se levanta soñándose millonario y se acuesta igual de pobre que siempre”, comenta Aldemar, que ronda los sesenta, mientras hinca la pala y saca un montoncito de tierra mojada. “Pero la fe no se pierde nunca. Llevo 35 años esperando, y sé que un día tendré suerte”. Tanto él como sus dos colegas que lo acompañan consideran que deberían darles más libertad para trabajar en toda la zona. “Nos tienen de indeseables, de ilegales, pero ¿usted cree que una pala contamina?”, se pregunta. Lo cierto es que a golpe de cientos de miles de paladas han modificado de manera grave los cauces de los ríos y sus caudales.

“Tengo unos 1.800 guaqueros en Maripí que no tienen nada que hacer, están aguantando hambre. Unos se van al carbón pero escuchan de una voladora (un túnel ilegal), y se meten mil guaqueros, o que están lavando tierra a un sitio cuatro horas a pie, y se van. Es su idiosincrasia y su arraigo. Es muy difícil cambiar la mentalidad, pero saben que si no hacen otra cosa, no van a comer”, señala el alcalde Eduard Triana.

Una propuesta que se oye a toda hora supone organizar centros de acopio de los estériles de las empresas legales y permitir la entrada organizada de 5.000 u 8.000 guaqueros para lavar la tierra. Buena parte de ellos pertenecen a asociaciones que crearon para presionar sus reclamos. En una ocasión, MTC les entregó estéril, pero una multitud mayor de la esperada, presa de fiebre esmeraldera, desbordó a quienes intentaban imponer orden, y la situación se tornó incontrolable. Y si bien la normativa medioambiental actual impone aún más trabas, fue la sugerencia que más veces escuché de distintos sectores, y la esperanza a la que se aferran muchos habitantes.

“Anteriormente, el negocio se esparcía por la región, ahora todo va directo a Bogotá y al extranjero. Ellos mismos la extraen, la tallan y la exportan y no dejan nada para la gente. Por ser uno de Muzo no le dan trabajo. Que si uno sabe mucho y es muy ladrón. Toca negar la tierra de uno para que lo contraten”, se queja Wilson, de 40 años, un nativo que creció metiéndose en socavones y echando pala en el río para buscar esmeraldas, hasta que escaló peldaños y se convirtió en un comerciante que fue próspero en su momento.

La pregunta que todos nos hacemos es: ¿cuál va a ser el futuro? ¿Qué va a pasar con nosotros? Antes había violencia, pero también trabajo. Ya no sabe uno qué es mejor, si guerra y plata, o paz y pobreza”.

SALUD HERNÁNDEZ-MORA