Inicio Colombia Oporto, la masacre más sangrienta y la más olvidada

Oporto, la masacre más sangrienta y la más olvidada

Fue el sábado 23 de junio de 1990, en medio de la guerra entre el Estado y los ‘Extraditables’, comandados por Pablo Escobar, y cuando el país estaba triste por la derrota de Colombia ante Camerún con gol de Roger Milla tras la mala salida de René Higuita.

Cerca de 30 años después, la cifra de muertos permanece en la imprecisión. Pero lo cierto es que en la masacre del bar Oporto, en la tradicional Loma de los Benedictinos, de Envigado, en el sur del valle de Aburrá, y en plena frontera con Medellín, murieron unas 23 personas en menos de 10 minutos. Otras más morirían después por las graves heridas.

Este hecho quedó olvidado entre las bombas y el terror del capo. El sitio donde ocurrió la masacre es una negación de ese pasado: una calle y una unidad residencial con casas que valen unos 1.300 millones de pesos.

Nos asustamos mucho. Pensamos: ¿qué va a pasar? Como por estos lados nos tiraban tanto muerto, acordamos que jugábamos otra mano y nos entrábamos a la casa. Al ratico escuchamos pa, pa, pa, pa

Un bar de ‘niños bien’

Oporto era un sitio de moda entre las clases altas de Medellín y Envigado de esa época, adaptado como bar en la casa de una propiedad rural, atendido por personas humildes de la misma zona.

Esa noche, después de las 11, Marta Castañeda, una mujer amable y sonriente, de piel morena, y que jugaba cartas con sus hermanos en uno de los corredores de su casa tipo finca, vio pasar entre 8 y 10 carros. “Muchas Toyotas y un Renault 18 color turquesa”, dice la mujer tratando de traer al presente esos tristes recuerdos. “Nos asustamos mucho. Pensamos: ¿qué va a pasar? Como por estos lados nos tiraban tanto muerto, acordamos que jugábamos otra mano y nos entrábamos a la casa. Al ratico escuchamos pa, pa, pa, pa”. Acababa de ocurrir el más sangriento asesinato de la historia moderna en este valle.

Los hombres, la mayoría encapuchados o con la cara cubierta con pañuelos, al mejor estilo de los ‘pájaros’ de la época de la violencia en los años 50, llegaron al bar, cubrieron todas las rutas de escape, reunieron a todos los asistentes y trabajadores y separaron a los hombres de las mujeres. A ellas las metieron en una pieza y a ellos los tendieron boca abajo en el amplio estacionamiento de tierra enmarcado por altos y flacos eucaliptos.

“No nos maten”, rogaban muchos de ellos. La mayoría eran jóvenes y adolescentes. “Maten esos h. p.”, gritaba el encapuchado con voz de jefe, cuenta Camilo Andrés Jaramillo, uno de los pocos sobrevivientes, en un relato en el 2009 para el reportaje universitario Noches de luna roja, que reconstruyó en detalle el crimen. Hubo sobrevivientes gracias a que algunos se hicieron pasar por muertos.
Más de 20 hombres abrieron fuego sobre el tapete humano.
Dispararon inmisericordemente sobre cabezas, espaldas y un poco menos en las piernas. Se escucharon algunos gemidos de dolor y después mucho silencio.

Luego, los hombres detonaron algunos disparos de gracia sobre el tendal de muertos, abordaron los carros y se marcharon. A los pocos minutos, los suficientes para darle espacio a la prudencia, los vecinos aparecieron y la masacre se convirtió en grito y noticia. “Yo no fui capaz de bajar, pero sí mis familiares y vecinos. Una de ellos me contó que un herido se le colgó de la falda diciéndole ‘no me deje morir, ayúdenme’ ”, relata Castañeda.

Alonso Rave sí tuvo el coraje de ir hasta Oporto. Recorrió los 40 o 50 metros desde su casa hasta el bar y bajo los eucaliptos vio la escena que se le marcó de manera imborrable en la memoria. “Los vi ahí tirados”, dice antes de caer en el silencio. “Fueron muchos disparos y empezamos a sacar los heridos, pero muchos murieron después porque estaban muy graves. Ahí murió hasta el hijo del dueño”.

A pesar del paso de los años, las versiones de la masacre son aún difusas: que fueron los hombres de Pablo como venganza contra las clases altas de la ciudad o que fueron miembros de organismos del Estado en venganza por el asesinato de compañeros por parte del cartel.

Una reserva del olvido

Para Rave, el terreno de Oporto quedó maldito por mucho tiempo. Relata que trataron de venderlo pronto, pero la gente se iba. Cuenta la historia de un propietario cuyo hijo se enfermó de cáncer y murió.

Pero más allá de cualquier especulación, lo cierto es que hasta 2008 funcionó allí un vivero y que entre ese año y el 2009 se inició la construcción de un grupo de unidades residenciales que hoy llevan como apellido San Jorge. Exclusivas casas que, como entonces, están ocupadas por acomodados propietarios de estrato 6, que muy seguramente no saben que allí sucedió esta triste historia.

Quien todavía recuerda lo que pasó es Beatriz Londoño, otra de las vecinas del bar Oporto. “Es mejor olvidarse de esa época, vivimos mucha zozobra entonces. Y sobre Pablo Escobar, solo puedo decir que hizo mucho daño. A diferencia de ese tiempo, ahora lo defino en una sola palabra: tranquilidad”.

VÍCTOR VARGAS
ESPECIAL PARA EL TIEMPO