Parásito es la primera película coreana en ganar la Palma de Oro en Cannes. Acaba de recibir el Globo de oro en la categoría de Mejor filme extranjero y es una de las favoritas para el mismo premio en los Oscar 2020.
Esta historia se ubica en Corea del Sur, en la metrópoli tecnológica de Seúl, que alberga grandes contrastes y enormes distancias sociales y económicas. Una situación que se repite en casi todo el mundo. La cinta muestra a dos familias: los Park de clase alta, instalados en las colinas y los Kim que viven en un sótano y se las arreglan como pueden.
Ambas familias bien podrían ilustrar las dos caras del capitalismo: la riqueza de unos pocos que se traduce en la miseria de muchos. No hay puntos intermedios y la exclusión es cada vez mayor.
En esta historia actual, se cruza la cima con la base social y económica. Frente al abismo entre ricos y pobres, el contacto puede darse a través de la sumisión o del engaño. En el planteamiento inicial de la cinta, aparentemente, está claro quiénes son los parásitos, pero la película propicia una reflexión mucho más compleja.
En todo caso, la pasividad no es una opción para la humilde familia Kim, pues la sobrevivencia les urge a tener siempre un plan. Trabajan unidos para tener algún ingreso: los padres están desempleados, los jóvenes no han pasado a la universidad, el poco empleo al que pueden aspirar es miserable y reciben un pago pírrico por armar cajas de pizza.
La película describe visualmente y de forma inteligente la invisibilidad de los pobres, cuyo estatus parece eterno. Como explica el director: “hoy cada vez parece más difícil ascender de una clase social a otra. Quería mostrar el temor a que nunca se podrá mejorar, a que siempre estarán estancados”.
Las injusticias crecen. Lo mismo pasa en el resto del mundo. No creo que el cine sea capaz de provocar cambios. Pero, al menos, ilumina la situación
Sin sermones, Parásito habla de contrastes y de desigualdades y está narrada con absoluta precisión y maestría. La cinta es una potente experiencia cinematográfica donde el espectador transita por todas las emociones. El realizador maneja hábilmente varios géneros y tonos y sale airoso: Comedia, thriller, tragedia y drama social. Así es esta película que resulta difícil de encasillar.
Por último, el coreano Bong Joon-ho señala: “Mi país no va bien. Hemos crecido económicamente, aprovechando el impulso tecnológico. Y, sin embargo, los pobres son cada vez más pobres, y los ricos, más ricos. Las injusticias crecen. Lo mismo pasa en el resto del mundo. No creo que el cine sea capaz de provocar cambios. Pero, al menos, ilumina la situación. Que no se nos olvide dónde y al lado de quién estamos”.
Martha Ligia Parra
Crítica y columnista de cine
Para EL TIEMPO@mliparra