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¿Por qué hay gente que lo fastidia de aposta cuando va en bus?

Bogotá, 7 a.m.; su trabajo lo espera: va de afán, se le hizo tarde y tiene que subirse sí o sí a un bus o a un TransMilenio lo más pronto posible. Lo empujan. Agarra sus cosas con fuerza: es mejor prevenir que lamentar. Un tumulto. “Manden buses”, gritan algunos entre los chiflidos y el desespero.

Por fin logra subirse al vehículo. Se sostiene con incomodidad de las barandas lisas. Aprisiona sus manos en caso de una curva inesperada. Y comienzan a relucir aquellos que, poco a poco, hacen del viaje un martirio: los fastidiosos.

¿Por qué hay gente a la que le ‘gusta’ irritar a los demás en los buses? Esos que se sientan mal para incomodar a su compañero de silla; esos que arrojan malas miradas a su alrededor, con rabia, como si estuvieran esperando ese momento del día para importunar a los demás ¿Qué les sucede? Expertos responden.

Para Óscar Arbeláez, profesor de la Universidad Santo Tomás y sociólogo, hay una clara ausencia de educación ciudadana. “El sujeto se debe entender como aquel que puede comprender, convivir y respetar al otro, sin embargo, falta cultura ciudadana para ello”, afirma. Esto, sin duda, permite que el transporte público, un escenario de encuentro cotidiano, se convierta en un espacio de choques múltiples que pueden derivar en agresiones verbales y, si la cosa se pone peor, en agresiones físicas.

Piense usted en ese que se le sienta al lado y lo incomoda: es capaz de hacerse el gordo con tal de amargar su viaje. Ese que, desde la silla ubicada detrás suyo, lo empuja varias veces y de manera disimulada.

Acuérdese de esa vez en la que pidió permiso para salir del vehículo y tuvo que pasar por una breve fisura, aguantando toda la respiración posible, porque el personaje ubicado al frente suyo tuvo ‘ganas’ de quedarse como una estatua y no dejarlo pasar. Eso, para José Aladier Salinas, docente también de la Santo Tomás, es una falta de “coordenadas culturales”, un desconocimiento de códigos de interacción en los espacios.

En ocasiones, tomar un bus o un TransMilenio puede resultar complejo.

Foto:

Rodrigo Sepúlveda / EL TIEMPO

Además, esto puede derivar en accidentes graves, como el que le sucedió a Falconeri Mosquera en 2014 y que fue reseñado por este diario. Ella, esperando la ruta B8 de TransMilenio en la estación de Biblioteca El Tintal, se fracturó la mano al quedar en medio del tumulto. “Los pasajeros pasaban y me pegaban más y más hasta que sentí el traqueteo”, dijo. ¿Qué traqueo? El de uno de sus brazos que se fracturaba.

En 2016 un informe del noticiero Caracol Radio entrevistó a Marcela Narváez, quien  también sufrió una fractura en su brazo izquierdo, pero esta vez producto de una brusca frenada. Sintió, así como Falconeri, la avalancha de gente que la aplastaba. En encuentros colectivos tan numerosos es que la intolerancia empieza a germinar y se desvela de manera infortunada.

Falconeri Mosquera, la usuaria de transporte público que se fracturó un brazo en 2014.

Foto:

Abel Cárdenas / EL TIEMPO

“‘Si usted me toca es mi enemigo, porque está impidiendo mi propósito’, eso es lo que se piensa en las situaciones negativas en el transporte”, plantea Salinas, resaltando que hay un clima de “tensión por las situaciones sociales” de la ciudad que impide la plena convivencia no solo en un bus o un TransMilenio; de hecho, siempre existirá la presencia de ese cansón en cualquier lugar público. Ese que no desaprovecha la oportunidad para amargarle el rato a los demás de maneras que, inclusive, llegan a ser peligrosas.

¿Y por qué?

“Vivimos en un clima de crispación constante”, dice Salinas.

“La ausencia de cultura ciudadana, hoy en día, saca lo peor de nosotros, nuestro estado más primitivo”, asegura el profesor Arbeláez. Esa persona que se apoya sobre usted en la multitud, ese que se hace el dormido al ver a una persona que necesita una silla, en realidad está “librando una lucha en el espacio público, supliendo su beneficio inmediato sin procurar pensar en los demás”, como afirma Arbeláez.

Apuesta artística de cultura ciudadana realizada por estudiantes de Uninpahu en 2015. La campaña se tituló ‘No somos cavernícolas, somos ciudadanos’.

Foto:

Carlos Ortega / EL TIEMPO

La silla de un bus es un trono

¿Recuerda usted el juego musical de la silla? ¿Ese en el cual los niños rodean unos asientos al compás de la música y gana el que deje sin puesto a los demás? Hoy en día los adultos seguimos jugando así, solo que las canciones ahora son las de la emisora de vallenato que suena en la buseta.

¿Por qué hay disputas graves por una silla en el transporte público? ¿Qué clase de magia tiene aquel objeto que nos hace ir a la guerra contra los demás?

“Porque en el transporte público volvemos a la ley de la selva”, afirma Arbeláez. El dominio del más fuerte. Y no es una invención: varios videos que rondan por las redes sociales muestran a usuarios pelear con fiereza por un asiento, como en este del portal ‘Colombia Oscura’, en el cual dos mujeres se agreden para ver quién se queda con el puesto.

O este otro, en el que dos mujeres también se van a los golpes por la silla. La riña es tan fuerte que al final interviene la Policía.

“Se necesitan condiciones necesarias para convivir y reconocer al otro en sus determinadas situaciones”, dice Salinas; y en la misma línea se mantiene Arbeláez, al afirmar que existe una prioridad en el transporte público que no se respeta: los ancianos, las embarazadas, los enfermos; aquellos que necesitan una silla para poder movilizarse con seguridad.

Un hombre duerme plácidamente en TransMilenio ocupando dos sillas.

Foto:

Carolina Delgado / EL TIEMPO

¿Cómo hacer para que mañana sea un día diferente en el transporte público? ¿Qué hay que hacer para que no lo pisen, lo empujen o le hagan mala cara?

Lo primordial es hacer amables los espacios públicos (…) la comunicación visual, por ejemplo, puede marcar un punto de inflexión en la convivencia”, dice José Aladier, insistiendo en que las campañas de cultura ciudadana, especialmente en un espacio como el transporte público, deben ser constantes, no claudicar en su esfuerzo por fomentar la reflexión.

“Tiene que haber un reconocimiento del otro, los espacios de interacción deben ser más democráticos”, dice El profesor Arbeláez, especialmente si pensamos que el encuentro con el otro –hasta con el fastidioso- es inevitable en el transporte público.

Varios comportamientos pueden ayudarle en su viaje: usted puede ceder el asiento cuando una persona lo requiere, no empujar para ingresar, sentarse bien para no disgustar a su compañero, no interrumpir el paso de quienes entrar o salen del vehículo.

Si usted va en un bus o un TransMilenio mientras lee esta nota, bien sea sentado (y apretado) en su trono o haciendo maromas para que no se le caiga el celular mientras va de pie, recuerde que todos podemos aportar nuestro granito de arena en la convivencia con el otro, hasta con ese desconocido que lo está mirando mal sin razón alguna.

Feliz viaje.

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