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Tierra de agua, un lugar para regresar a la belleza de lo simple

El río está rodeado por una vegetación muy tupida. Luego de cruzar un pequeño puente de madera y bajar un par de escalas hemos llegado a la caída de agua. El día es frío y la niebla penetra el follaje de los árboles. El guía nos dice que el objetivo es muy sencillo. Debemos intentar conectarnos con el agua, volvernos uno con el río.

El impacto del agua es fuerte. La corriente helada estremece el cuerpo, los músculos se tensan y la respiración se agita. El primer impulso es querer salir del agua cuanto antes. Sin embargo, sigo el consejo y respiro profundo, dejo que el agua corra libre por mi piel y escucho cómo la corriente golpea con persistencia las rocas. El cuerpo baja las frecuencias cardíacas y lo que antes era un frío insoportable, se convierte en una especie de calma que envuelve el cuerpo, una energía pura que ha emprendido un trabajo de limpieza.

Después de más de dos horas de viaje desde Medellín, llegué a Corcorná, un municipio ubicado al occidente de Antioquia, al margen de la autopista Medellín – Bogotá, para conocer la experiencia del Ecohotel Tierra de Agua, un lugar cuya principal promesa se resume en tres palabras: Desconectarse para conectarse.

Por muchos años, Cocorná, fue un referente del horror. Para muchos aún permanecen frescos los años más cruentos de la guerra, cuando el enfrentamiento en entre las guerrillas y las autodefensas convirtió el lugar en un pueblo fantasma. No obstante, desde hace más de 10 años, el municipio experimenta un renacer.

Lo primero que se escucha al llegar a Tierra de Agua es el silbido de las hojas de decenas de guaduas rozándose unas con otras y el canto de cientos de pájaros. Desde allí puede verse la cabecera municipal en toda su extensión, rodeada por una larga sucesión de verdes montañas que se pierden en el horizonte.

Todos los espacios del hotel fueron construidos en guadua. El restaurante, las cabañas y la maloka donde en la noche aprenderé, al calor de una fogata, qué es el ambil y el mambe.

Tierra de agua promete a los viajeros un amplio abanico de posibilidades que van desde pasar unos días de sol, hasta vivir una experiencia espiritual donde la armonía con la naturaleza y la búsqueda por reencontrarse con las raíces indígenas juegan un papel fundamental. Para ello, cada parte del lugar gira en torno a uno de los elementos de la tierra: agua, fuego, tierra y viento.

El lugar está atravesado por un arroyo de aguas cristalinas en el que los viajeros pueden relajarse.

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Jaiver Nieto. EL TIEMPO

Los guías dividirán mi viaje en tres momentos principales. Primero, será el contacto con el agua. En la noche, al calor del fuego, conversaremos en la maloka y, por último, caminaremos por un sendero prehispánico de 1.200 años de antigüedad para conocer un nacimiento de agua y un trapiche donde se fabrica panela orgánica: tierra, fuego y agua.

La inmersión en el río fue la primera tarea. Al emerger de la helada corriente, una especie de calma comienza a esparcirse por el cuerpo. Una sensación de liviandad permite que las bocanadas de aire sean más fáciles, una experiencia muy cercana a la meditación.

El guía explica que luego de la inmersión en el frío, pasaremos al calor.
Cerca al río, subiendo unas cuantas escalas, se llega a la zona del turco, en donde un cristal transparente es la única frontera con el bosque. Allí me entregan una pasta de guayaba para que la esparsa por mi cuerpo, mientras el vapor del agua comienza a ascender. La irrupción del calor relaja el cuerpo y las vías respiratorias comienzan a abrirse. Pasados 15 minutos, se abandona el turco, no sin antes bañarse en un chorro de agua fría para remover la guayaba del cuerpo.

La terminación de este contacto con el agua, constituye la primera etapa de la experiencia. El primer contacto con la naturaleza, esta vez hecha de agua fría y caliente, ha terminado siendo un contacto con mi propio cuerpo. El trajín de la ciudad nos hace olvidar la consciencia del cuerpo propio, la experiencia de habitarlo.

Nosotros lo que buscamos es crear un espacio donde cada uno regrese al momento en donde se separó de la naturaleza.

Paradójicamente, pareciera que aquello que nombramos ‘lo natural’, a la larga, termina siendo un regreso al cuerpo propio.

«El agua es la vida. Del agua nacemos. Nosotros lo que buscamos es crear un espacio donde cada uno regrese al momento en donde se separó de la naturaleza. Es importante volver a habitar nuestros territorios, regresar al equilibrio. Hay que desconectarse para poder conectarse», dice Natalia Naranjo, propietaria de Tierra de Agua.

La noche ha caído y una delgada lluvia comienza a golpear en los tejados de las cabañas. El bosque húmedo tropical de Cocorná hace que en la mayoría de las noches la lluvia arribe. Ahora conoceré la Maloka, en donde ya arde la fogata.

El municipio de Cocorná, en Antioquia, experimenta un renacer turístico desde hace una década.

Foto:

Jaiver Nieto. EL TIEMPO

La maloka Sawye es un espacio para conversar y escuchar. Al calor de una infusión de hierbas y panela, cada noche, algún invitado habla de temas relacionados con la búsqueda de lo ancestral, uno de los objetivos que se propone el lugar. Para ello, probaremos el mambe y el ambil.

El ambil es una especie de pasta negra hecha de tabaco, que se esparce como miel en la lengua. Por su parte, el mambe, es hoja de coca pulverizada.

Primero probamos el ambil. Con la punta del dedo cada uno de los viajeros extrae un poco de aquella miel de tabaco, que deja un sabor intenso en la lengua. Luego, con una cuchara plana, se saca un poco de mambe, que al entrar en contacto con la saliva va formando una especie de pasta que se mastica. El efecto es muy similar al de tomarse un café, ya que despierta los sentidos y enfoca el pensamiento.

Este tipo de encuentros, según explica Naranjo, no buscan volver indígenas a las personas, sino sensibilizarlas con lo ancestral. Tender un puente entre lo que somos y lo que fuimos. A la mañana siguiente será la próxima etapa del viaje, que buscará profundizar ese vínculo con la caminata por el sendero prehispánico y el trapiche de panela.

A mí me llama la atención cómo muchas veces los turistas extranjeros saben más de la cultura de los pueblos indígenas que habitaron Cocorná, que muchos de nosotros

Al comenzar de día conozco a Fabio González, un joven de 21 años. Su familia lleva décadas cultivando la caña en Cocorná y fue una de las pocas que decidió quedarse en los años de la violencia.

Fabio trabaja como guía del hotel para costearse parte de sus estudios en licenciatura de lengua extranjera. Como muchos jóvenes, hace parte de una generación que no recuerda los años más crudos del conflicto armado y mira hacia el futuro.

«A mí me llama la atención cómo muchas veces los turistas extranjeros saben más de la cultura de los pueblos indígenas que habitaron Cocorná, que muchos de nosotros», dice Fabio.

Al comenzar la ruta, explica que el sendero prehispánico hacía parte de unas de las rutas de comercio más importantes antes de la colonia. El camino fue hecho con unas rocas grandes que encajan perfectas unas con otras, como en un rompecabezas, y nunca han recibido mantenimiento de ningún tipo. Cuando nos topamos con una quebrada, aparecen gaviones que llevan siglos dejando fluir el agua sin derrumbarse.

Al subir unos cuantos metros, llegamos al nacimiento del agua, llamado Yezaku, que significa madre del agua. Allí, el murmullo del agua se pierde entre las guaduas. Nos piden guardar silencio por cinco minutos, para conectarnos con el fluir del líquido.

En el nacimiento Yezaku los viajeros pueden conectarse con el agua.

Foto:

Jaiver Nieto. EL TIEMPO

Más adelante, el sendero conecta con el trapiche de panela, en donde un fuerte olor a caña cortada se levanta. En el medio dos hombres meten las cañas a través del molino eléctrico, mientras otros cocinan en el fuego la panela. La producción puede tardar dos semanas, ya que no se utilizan químicos de ningún tipo para acelerar el proceso. El sabor de la panela es limpio e intenso. Allí ha terminado nuestro viaje.

Tierra de agua es un lugar para disfrutar de las pequeñas cosas. Aunque el lugar también cuenta con atracciones para quienes buscan diversión, piscina, jacuzzi, bar y un canopy de mil metros.

Regreso de mi viaje con la plenitud del reencuentro con lo simple. El contacto con el agua, el sabor dulce de la panela, el golpeteo de la lluvia contra los tejados en la noche, el frío de la niebla esparcida por las montañas, el canto de las aves.

Cocorná muestra hoy una cara diferente. Las nuevas generaciones dejaron de mirar atrás y ahora buscan encontrar nuevos caminos para el futuro. Creo que este viaje ha sido un redescubrimiento del valor de lo sencillo. Hay que desconectarse para poder conectarse.

JACOBO BETANCUR PELÁEZ
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN
En Twitter: @JacoboBetancur