Inicio Colombia ‘Una propuesta indecente’, el filme que reta principios

‘Una propuesta indecente’, el filme que reta principios

Este es el título de una película de los años 90, protagonizada por el galán Robert Redford y la entonces joven Demi Moore.

La indecencia consistió en que el multimillonario John Gage le propone un millón de dólares a una pareja que lo ha perdido todo en un casino, a cambio de pasar una noche con la bella mujer.

Como era de esperarse, el matrimonio se siente ofendido; sin embargo, pasada la indignación que el momento ameritaba, surgieron las reflexiones acerca de la conveniencia o no de dicha idea pues, ese dinero les arreglaría la grave situación económica. El trato se hizo, incluso, con firmas sobre papel.

El impúdico negocio logró traspasar la barrera de la intimidad y de las buenas costumbres por dos factores determinantes: primero, el señorío a toda prueba del caballero, guapo, exquisitamente vestido, bien peinado, suave, pausado en sus ademanes con lo que encubrió su sordidez y, segundo, la crisis de dinero de la pareja.

Las otras personas

Colombia, una nación en crisis política, económica, social, recibirá, en octubre de este año, propuestas para sus gobernaciones, alcaldías, asambleas, concejos y Juntas Administradoras Locales.

Los elegidos recibirán buenos salarios junto a la posibilidad de enriquecerse ilícitamente por la forma como está organizada la contratación pública -Platón, en la Grecia antigua no estuvo de acuerdo con el pago a los dirigentes, precisamente por la corrupción que vemos hoy con Odebrecht, el Fiscal, las votaciones compradas, etc.-.

Aquellos políticos que conciben el servicio a la sociedad como un negocio personal estarán estudiando “el mercado”, las víctimas, los votantes; entonces, como el galán de la película, lanzarán las propuestas que la gente desea escuchar haciéndose acompañar por una calculada y sugestiva imagen para encubrir sus segundas intenciones.

Los electores colombianos, a pesar de tener 200 años de estar eligiendo a sus gobernantes, aún no sabemos -o no queremos– descifrar, criticar, descubrir a los candidatos y sus propuestas más allá de la indumentaria, del sombrero, de los encantos personales y sobre todo de sus palabras.

Desde niños los cuentos de hadas nos enseñaron que no hay en el ser humano nada que impulse más la voluntad, aún en contra de uno mismo, que la obtención de un deseo.

Manipuladores de deseos

Los políticos lo saben, por eso, nos hablan de nuestros anhelos. Así, desesperados por mejorar la ciudad, entregamos el control administrativo a un mismo grupo político al que no le interesa realmente su gente como para frenar a los corruptos extranjeros que vienen a llenar sus bolsillos encareciéndonos los servicios de luz y agua.

Negociamos el voto con los acaudalados teniendo ante nuestros ojos, en la televisión, en las redes, en el tarjetón otras opciones de dirigentes mujeres que, genuinamente, se conduelen del hambre de la gente, que no tranzan el paseo por el malecón mirando el río a cambio de la miseria económica, sino que lo consideran el justo complemento del bienestar que proporciona un buen sueldo; o candidatos hombres que los impulsa un cambio en la cultura ciudadana, participantes activos en la política alarmados por el crecimiento del trabajo informal que es un día a día sin futuro.

Aspirantes sencillos de verdad, con apellidos alejados de las dinastías que han saqueado la ciudad con el propósito indecente de enriquecerse más de lo que ya están.

Lo inadmisible en los políticos deshonestos está oculto tras un leve barniz de simpatía; sin embargo, si nos tomamos un poco de tiempo en averiguar, en raspar esa delgadita capa podremos descubrirles sus negocios para, de esta manera, elegir a los honestos desde el pensar libre de manipulaciones sobre nuestras crisis y deseos.

LUCERO MARTINEZ KASAB
(*) Escritora y analista invitada.
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Especial para EL TIEMPO
BARRANQUILLA