Inicio Colombia ‘Yo era niña y hacía parte de los victimarios, pero era su...

‘Yo era niña y hacía parte de los victimarios, pero era su víctima’

“Dos semanas antes de la toma me enteré de que estaba embarazada. Para ese momento ya habíamos empezado la marcha hacia Mitú (Vaupés); de por sí llevábamos un mes moviéndonos por entre la selva.

Había partes que eran totalmente nuevas para nosotros, selva virgen que no habíamos patrullado y caños por los que no cruzamos antes, pero era necesario tomar otras rutas porque los paracos ya nos habían cortado el paso por Mapiripán, más abajo de Charras (entre Meta y Guaviare). Había un campamento de ellos, apoyado por los militares, que nos cortaba el paso.

Entonces tuvimos que rodearlo para no chocar, porque nuestro objetivo era la estación de Policía de Mitú, no los paras.

Yo había entrado a las Farc en junio de 1997, un mes después de la masacre en Mapiripán. Me fui porque mis dos hermanos ya estaban ahí, en la guerrilla, y cuando los paramilitares llegaron a la región, sentí que mi única opción era irme a las filas para no correr la misma suerte de otras personas.

La gente de Carlos Castaño entró no solo al pueblo; buscaban a las familias y a los posibles milicianos en fincas y veredas y se los llevaban. Yo decidí irme. Primero me recibieron en San José del Guaviare para hacer inteligencia en el pueblo, que ya se estaba llenando de militares y paracos.

Me quedaba fácil porque solo tenía 13 años y no levantaba sospechas. Siempre he sido así, menudita, entonces me veía más sardina de lo que era.

Pero la cosa ahí estaba muy caliente y duramos con otros pelados solo un mes, luego nos recogieron. Nos tocó coger río arriba y presentarnos en Puerto Cachicamo (Guaviare), donde recibimos instrucción por tres meses. En diciembre de ese año me mandaron con una comisión para Calamar, al frente 7 y nos dejaron dos meses más con Gentil Duarte (hoy jefe disidente de las Farc). Pero la orden del secretariado era tomarse todos los puestos de Policía, atacar a todas las patrullas del Ejército que se pudiera y dar los golpes que más impactaran frente a la opinión pública.

Cuando los paramilitares llegaron a la región, sentí que mi única opción era irme a las filas para no correr la misma suerte de otras personas

Recuerdo que nos prometían premios por la “gallardía” que tuviéramos para tener positivos en las acciones. A nosotros también nos premiaban por muerto puesto, como lo hicieron años después en el Ejército con los falsos positivos. Con la diferencia que nunca recibimos condecoraciones o viajes, solo más monte.

Eso me pasó a mí. Dimos un positivo con una información para una emboscada y en mayo del 98 me ascendieron a la columna móvil Juan José Rondón. Esa era la unidad élite del bloque Oriental de las Farc, las llamadas fuerzas especiales. Todos los que estaban ahí eran guerreros, y yo una afortunada de estar en la rosca con tan solo 14 años cumplidos.

Claro que de entrada Urías Cuéllar, uno de los comandantes, me mandó a ranchar. Mi élite era con el arroz y la pasta. El menú más fácil de cargar y preparar. Nos tenían con la moral arriba porque en las reuniones de la tarde nos contaban los avances de los frentes; la guerrilla aún se regodeaba con el ataque en El Billar (Caquetá), donde el bloque sur se bajó a un batallón entero de las brigadas móviles.

Estábamos moviéndonos cuando nos enteramos de la masacre de Caño Jabón (Puerto Alvira). Los paramilitares arrasaron con dos corregimientos y se tomaron el pueblo. Unas semanas después se encontraron con la guerrilla; en ese combate murió mi hermano Alberto, era el mayor. Me vine a enterar casi ocho meses después y fue el motivo que completó mi rabia por la vida que había elegido.

***

La estación de Policía de Uribe (Meta) fue destruida en el ataque del bloque Oriental, en agosto de 1998.

Foto:

Archivo EL TIEMPO

No quedaba mucho tiempo para entrenarse en medio de la ofensiva que las Farc habían lanzado. Sin embargo, en la relación de la tarde, todos los días nos recordaban que “éramos los llamados a hacer historia”, y uno sentía que era cierto, que en verdad haríamos historia… de la buena, porque estando ahí sentíamos que los buenos éramos nosotros y nuestros actos eran de heroísmo y no de barbarie como dicen los académicos.

Pasamos por Mocuare y luego nos tuvieron varias semanas en Tomachipán. Desde allí nos movimos para Mitú cuando nos confirmaron que ese era nuestro objetivo. Desde otros puntos ya se estaba moviendo más gente. Dieron la orden de recoger la mayor cantidad de cilindros de gas.

Los estaban almacenando en un punto en la selva, cerca a Mitú. Los llevaron por río y también llevaron a los mejores explosivistas del bloque para que los armaran. Se movieron muchas armas y munición y creo que esa es una de las cosas que me ha costado en tantos años: quitarme el olor a pólvora de la nariz. Porque la pólvora termina oliendo a muerte, por eso no me gusta la Navidad porque odio la pólvora…

En ese trayecto entre nuestra base en Tomachipán y la marcha a Mitú, me enamoré.
Era un muchacho mucho mayor que yo, tenía 26 años y llevaba siete en la guerrilla. Era uno de los duros. Me gustaba su sabiduría para tomar decisiones y cómo defendía lo que pensaba.

Lo vi en un consejo de guerra que hizo Urías poco antes de salir para la toma, porque tres peladas se robaron un papel higiénico, una crema dental y otras cosas de aseo de los abastecimientos que teníamos. Fueron declaradas culpables y les tocó ranchar, cargar los suministros y ayudar a preparar cilindros.

La pólvora termina oliendo a muerte, por eso no me gusta la Navidad

Prepararlos era llenarlos del explosivo, meterles los tornillos, metales y toda la tripa de por dentro. A nosotras no nos gustaba esa tarea. Por eso era castigo. Rubén, como se llamaba él, era muy cercano a Urías, yo diría que uno de los hombres en los que más confiaba el comandante. Por eso lo designaron para dirigir a uno de los grupos que entró primero a Mitú.

Yo me quedaba en su cambuche, a escondidas, porque todavía no teníamos permiso de estar juntos; estábamos en plena misión y se prohibían las relaciones sexuales, o cualquier tipo de relación que nos desconcentrara del objetivo. Él se las ingeniaba y nos quedábamos juntos. Pero llegó el 20 de octubre del 98 y nos separaron.

Los otros comandantes del bloque ya estaban en la zona, listos para dar el golpe. Nos dieron funciones a cada uno. A mi me dejaron en el grupo de retaguardia con los enfermeros, como a unos 10 kilómetros del pueblo. Éramos el apoyo para los heridos, porque la orden fue que si había muchas bajas y llegaba el apoyo de los policías, teníamos que recoger a los muertos, abrirlos y echarlos al río. Si era alguien muy importante, teníamos que cargarlo hasta donde se pudiera y luego enterrarlo teniendo presente el lugar.

Pero, la verdad, los comandantes no creían que fueran a tener bajas por lo que ya habían visto de Miraflores, el ataque que, con éxito, las Farc hicieron en agosto, tres meses antes.

Esa noche del 20 de octubre, Rubén pasó por los cambuches, yo estaba de guardia. Me dijo que seguro nos veíamos a mediados de noviembre, cuando la Juan José Rondón se reagrupara. Él se iba en la avanzada, y fue cuando sentí que estaba donde no debía; volví a sentirme niña, lo que era en realidad, y le solté de una que llevaba más de un mes de retraso en mi periodo. Que una de las compañeras me había olido la boca y que, efectivamente, estaba embarazada. En medio de la selva, esa era una de nuestras rústicas pruebas de embarazo.

Pero yo no necesitaba una prueba. Sabía que dentro de mi estaba mi bebé.

***

Un familiar sostiene la foto de Erasmo Romero, secuestrado.

Foto:

Archivo EL TIEMPO

Todavía tenía viva la rabia de la falta de emoción de Rubén al enterarse que seríamos papás. Quise creer que era por la situación, pero, la verdad, él no quería hijos conmigo. La única enamorada ahí era yo.

El 31 de octubre, a eso de las 4:00 de la tarde quedamos alertados de la hora cero. A la madrugada del primero de noviembre empezó todo… Ese todo que uno a veces quisiera borrar de la cabeza y de la vida.

Solo después de 14 horas de combate empezaron a llegar los heridos a nuestro puesto. Siempre rogué que nunca tuviera que atender a Rubén. Unos estaban muy mal heridos, destrozados por las granadas. Luego la cosa se complicó porque llegaron los apoyos del Ejército y los aviones. Ahí murieron la mayor cantidad de guerrilleros y, como lo ordenaron, algunos terminaron en el río.

Vienen los recuerdos de esos tres días y se me arma un remolino en la mente. Nunca vi tanta sangre y muertos. Al tercer día nos ordenaron la retirada, recogimos todo y nos fuimos por donde habíamos llegado. Ese fue el día que vi a los prisioneros. Iban en fila, eran muy jóvenes, como yo. Después supe que eran los auxiliares bachilleres. También estaba el comandante de ellos… el coronel.

Siempre pensé que todos iban a terminar fusilados porque las condiciones en la selva eran dramáticas.

Quise creer que era por la situación, pero la verdad él no quería hijos conmigo. La única enamorada ahí era yo

A nosotros nos separaron del grupo que llevaba a los policías y nos mandaron otra vez para Tomachipán. Pasamos ahí fin de año y empezaron a prepararnos para la otra toma, en Guaviare. Pero yo ya no podía ocultar más el embarazo. Tuve que afrontar consejo de guerra. Tenía cargos por haber roto las reglas previas a la acción en Mitú y no haber hablado del retraso menstrual.

Rubén no fue capaz de decir nada en mi defensa. Prácticamente fui la puta que se metió a su cambuche. Él salió bien, y yo culpable y llevada a abortar por orden de Urías. Tenía más de tres meses de gestación.

Desde ese día empecé a calcular cómo volarme. Lo pude hacer dos años después, en agosto del 2001, cuando nos llevaban hacia la zona de distensión. Me entregué a una patrulla del Ejército con el fusil.

***

¿Que si me enorgullece haber hecho historia como nos lo dijo Urías?, ¡Claro que no! ¡Me avergüenza! Y en una fecha como hoy me avergüenza más. Yo no maté, pero hacía parte de ellos. Yo no secuestré, pero los vi salir rumbo al fondo de la selva, amarrados y en silencio, casi muertos. Yo no ultrajé y robé, pero tuve que comer y vivir con las cosas que llegaban a nuestros campamentos con la plata que se recolectaba con esas cosas. Yo estaba con los victimarios, hacía parte de ellos, pero era su víctima”.

JINETH BEDOYA LIMA
SUBEDITORA DE EL EL TIEMPO@jbedoyalima