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Ignacio Camacho da por hecho que Rajoy tendrá una legislatura complicada: "Su banco azul será un sillón de faquir o una silla eléctrica"

Este 19 de julio de 2016 todas las miradas se centran en el primer pleno, el constituyente del Congreso, de la presente legislatura. Salvo sorpresas de última hora, en política todo es posible, será la popular Ana Pastor la que ocupe la presidencia de la Cámara Baja. Las tribunas de opinión de la prensa de papel van en su mayoría en esa línea, la de destacar qué puede esperarle a Mariano Rajoy, de ser investido en las próximas semanas presidente, a lo largo de su segundo mandato:

Arrancamos en ABC, donde Ignacio Camacho plantea que a Mariano Rajoy, tampoco es una sorpresa, le espera una legislatura complicada y en la que tendrá que estar muy pendiente de que le puedan hacer la pirula, especialmente por la izquierda:

El reparto de la Mesa del Congreso -los «sillones» que decían despectivamente los nuevos partidos antes de precipitarse a ocuparlos- es un juego de equilibrio de fuerzas que queda más o menos lejano de los grandes intereses de la opinión pública. Un encaje de pactos y contrapactos que viene a ser como la apertura de una partida de ajedrez política. Pero en cámaras de composición compleja ese ejercicio de ajuste fino proporciona indicadores fiables sobre los rasgos de la legislatura. Y la que comienza hoy apunta una característica esencial que tiene que ver con la flexibilidad negociadora a la que Rajoy deberá recurrir para ampliar los límites de su tan clara como insuficiente victoria. Más que de geometría variable, esta va a ser una etapa de trigonometría parlamentaria.

Afirma que el acuerdo de la Mesa del Congreso beneficia a Ciudadanos que, entre otras razones, no sufre el más mínimo desgaste;

Salvo una improbable pirula de la izquierda en bloque con el soberanismo catalán, el saludable acuerdo natural entre Rajoy y Rivera es el primer ejercicio de esa larga sucesión de exámenes de cálculo que, si consigue la reelección, espera al presidente en este mandato. Colegir de esta alianza puntual una proyección de largo alcance parece prematuro. Más bien la maniobra se perfila como un ventajoso gambito -de dama, en este caso- para el líder de Ciudadanos, que presta su apoyo al marianismo en el terreno que más le conviene y menos le compromete. Ana Pastor es una candidata incontestable por rigor y honestidad. Al respaldarla, Rivera no sólo obtiene unos puestos que por sus resultados no le correspondían, sino que complace sin mayor desgaste a la parte de sus votantes partidaria del entendimiento de centro-derecha. Ha mostrado sus condiciones en forma de sacrificios humanos, vetos nominales que tal vez vuelva a exigir a cambio de permitir un Gobierno. Y sobre todo se procura una coartada: un sí low cost al PP que esgrimirá como prueba de buena voluntad y falta de sectarismo si finalmente decide preservar su abstención en la investidura.

La votación de hoy en la Cámara Baja va a definir el tono de este mandato, en el que aunque Rajoy gane la reelección sufrirá toda clase de agobios, una agonía. C’s le va a administrar ayudas y castigos con el ritmo alternativo de una ducha escocesa. Su mayoría relativa se convertirá en minoría absoluta cuando la oposición se agrupe para infligirle humillaciones derogatorias. Y se enfrentará, sin consensos de duración tasada, a una legislatura breve, sufrida y azarosa.

Y recuerda que:

Cuando el PP ganó en 2011 y se encontró telarañas en la caja fuerte, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría se lamentaba de que con todo el trabajo que les costó llegar al poder tenían que usarlo para la ingrata tarea de gobernar sin dinero. Luego han tenido que gobernar sin atribuciones y ahora, que tampoco es que haya mucho cashflow, se ven abocados en el mejor de los casos a hacerlo sin mayoría. El banco azul será un sillón de faquir. O una silla eléctrica.

Hermann Tertsch critica con dureza la manera en la que se ha retorcido de manera torticera el relato sobre la Guerra Civil Española:

El 18 de julio, 80 aniversario de la sublevación contra el Gobierno de la República, detonante de 32 meses de guerra civil, aquella tragedia con tantísimos culpables, es siempre buena fecha para reflexionar sobre los españoles. No ya sobre los de entonces, sobre los de ahora. Que se definen mucho por lo que saben, creen o piensan de los de entonces. Y hay que decir con tanta claridad como preocupación que España ha sufrido una grave regresión en la madurez, honradez y sofisticación de su criterio sobre la guerra de los abuelos. Hasta hace veinte años, una mayoría amplia considerábamos la guerra como una tragedia común, y a sus muertos de ambos bandos, como caídos españoles que merecían respeto y luto. Millones de españoles hemos vivido con razonable orgullo ese respeto, por los esfuerzos de comprensión mutua, gestos de generosidad entre enemigos de antaño, actos colectivos con grandeza, que los hubo, y nos redimían de años de encono y vilezas y del inmenso fracaso colectivo de tres años de muerte por la incapacidad de convivir. Nunca habían vuelto a tener las diferencias políticas esa carga de odio que hace imposibles las relaciones humanas. Hasta ahora. Hoy una frase que habría pasado hace décadas por aséptica, como que la guerra fue culpa de ambos bandos, actúa en las redes sociales como una descarga sobre cerebros que reaccionan con una andanada de odio. Y más alusiones a matar al fascista que en pleno asalto al Cuartel de la Montaña.

Las posiciones más radicales de la extrema izquierda que los comunistas descalificaban y ridiculizaban hace 35 años son hoy defendidas por socialistas. La visión de la II República y de la guerra que domina en las redes y los medios es una caricatura grotesca de buenos y malos, propia de una arenga de trinchera. Idealizan una democracia donde no había rastro de ella y se inventan un régimen franquista cuasinazi hasta 1975 que no existió ni en la posguerra. No saben que en España chocaron dos ideologías redentoras, dictatoriales, que no dejaban espacio a nadie más. Es difícil entender cómo generaciones con tantos medios han sufrido un proceso de embrutecimiento político que las despoja del matiz, de la duda, de la curiosidad y el afán de conocimiento. Aunque sabemos que desde hace mucho trabajan en esta dirección el sistema educativo y medios periodísticos y culturales. Sabemos de la anomalía que suponen dos televisiones de propaganda de extrema izquierda, propiedad de sendos grupos con la concesión de un duopolio que, con complicidad del Gobierno, monopoliza el mercado publicitario. También en sus otras cadenas supuestamente más inocentes es permanente el goteo ideológico en series, documentales, concursos e informativos. Algunos no saben que el siniestro concejal de Madrid Guillermo Zapata escribía guiones para series, entre otras para «Hospital Central». Y que talleres para esta orfebrería ideológica del adoctrinamiento están en Cuba.

Y cree posible que se acabe tergiversando por completo el desarrollo de lo que fue esa innombrable guerra para el pueblo español:

No es casualidad ni moda, por tanto, sino fruto de un largo trabajo que culminó en razón de Estado con el principal responsable del revanchismo y la nueva era del odio que es Rodríguez Zapatero. Javier Pradera solía decirme, aludiendo a nuestra común, remota y breve militancia comunista: «Qué suerte, Hermann, que no ganaran los nuestros». Él se refería a la Transición. Pero es aplicable al final de la gran tragedia. Trágico es que los orfebres de la mentira sobre el pasado no tengan en España a nadie enfrente. No hay nadie que desenmascare este nuevo secuestro de jóvenes generaciones para la misma aventura criminal que precipitó aquella tragedia. Como nadie les hace frente, en este mundo tan líquido e inseguro, tan proclive hoy a la trágica sorpresa, nadie se sorprenda si van y ganan de repente.

En El Mundo, Carlos Cuesta asegura que el pacto para que Ana Pastor (PP) sea la presidenta del Congreso de los Diputados supone el inicio de una cascada de acuerdos que acabarán cristalizando en una nueva legislatura.

Con Ana Pastor empiezan los pactos. Y, a partir de ahora, es posible que veamos bastantes más. Porque el PP retocará su reforma laboral, rebajará sus expectativas de reducción de impuestos y enviará más fondos a Cataluña. Ciudadanos entregará parte de sus exigencias a cambio de sillas, como acabamos de ver en la mesa del Congreso. El PSOE tendrá que renunciar a su «ni con Bildu, ni con el PP» para albergar una abstención en la investidura popular. E incluso el PNV deberá practicar un doble lenguaje y respaldar leyes concretas para conseguir apoyos en las próximas elecciones vascas sin perder dinero: el privilegio económico que les otorga el actual cálculo del cupo -pendiente aún de aprobación-. Y todo ello tendría que ocurrir porque, en caso contrario, se irá a nuevas elecciones, punto de ventaja con el que juega Rajoy y no el resto: porque, vista la evolución desde el 20-D al 26-J, a ninguno se le escapa que lo lógico sería que, llegados a esas terceras elecciones, la distancia del PP fuese aún mayor, especialmente frente al PSOE y Ciudadanos.

Apunta que:

Ése es el trasfondo conocido por todos los partidos y al que ayer aludía Rajoy. Pero una realidad que sólo permitirá una legislatura de cesiones. De escaso ámbito reformista y de moderada eficacia frente a riesgos notables: el debilitamiento económico-financiero internacional que avanza desde Italia, el hiperendeudamiento de las grandes economías, la reestructuración europea tras el Brexit o los problemas de seguridad que ha vuelto a desvelar el atentado de Niza y la purga iniciada por Erdogan en Turquía tras el golpe.

Una legislatura en la que ni siquiera la materia económica será competencia exclusiva de España. Porque, tras nuestra entrada en un proceso sancionador por el exceso de déficit en 2015, volvemos a estar bajo tutela económica de la UE: con capacidad de Bruselas para marcar recortes, negarse a aceptar rebajas fiscales, exámenes trimestrales y con la posibilidad de determinar el carácter concreto de los recortes a realizar.

Y considera que los partidos temen más que los electores les castiguen en unos terceros comicios:

Habrá quien, ante esta tesitura, prefiera unas nuevas elecciones. Pero el riesgo y el hastío mayoritario de los votantes pesa demasiado sobre la espalda de todos los candidatos. Y, aunque nada es descartable a estas alturas, ese argumento debería ser suficiente para permitir una gobernabilidad. Muy limitada, de baja eficacia. Casi low cost. Pero legislatura. Algo que, en el fondo, preocupará a la población, pero no demasiado a la oposición que, a fin de cuentas, busca el desgaste del PP.

En La Razón, Alfonso Rojo considera que el líder de Ciudadanos tiene que seguir dando pasos al frente e implicarse de lleno en el próximo Gobierno:

Recuerdo muy bien, cuando empecé en esto tan divertido que es el periodismo y me eché por primera vez las cámaras de fotos a la espalda para ir a la guerra, que me sentía eufórico. Era libre, creía tener el destino en mis manos y me sentía impulsado por las mismas fuerzas que durante siglos han empujado a millones de jóvenes. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza que otros aspirantes a reportero habían recorrido esa senda antes que yo. Mi lema del momento era «no me aconseje, déjeme equivocarme solo» y, parapetado en esa actitud tan juvenil e iconoclasta, fui durante cierto tiempo impenetrable a toda orientación, guía o asesoramiento.

No voy a decir que me arrepienta, pero quizá me hubiera ido mejor en algunos aspectos de la vida de haber escuchado con mayor atención las opiniones ajenas.

Abunda en la idea de que las formaciones políticas cada día se parecen más a las empresas, pero con menos cintura que éstas:

Los partidos políticos se parecen más a las empresas que a las personas, pero incurren a menudo en los errores y defectos de éstas. Estoy pensando en Ciudadanos, un partido adolescente aquejado de esa especie de fiebre que le hace inmune a los consejos. Si uno aplica la lógica y piensa qué sería lo mejor para Albert Rivera y los suyos y de paso para España, creo que casi todos coincidiremos en que lo ideal es que se dejaran de zarandajas y entraran en el próximo Gobierno.

Negociando a fondo y exigiendo,además de un calendario de reformas concretas, la vicepresidencia y un par de ministerios de lucimiento, así como de una cuota de representación en esos 4.000 puestos clave que llegan con el poder y entre los que está desde RTVE a la SEPI. La operación entraña sus riesgos, pero bastantes menos que quedarse fuera del reparto, intentando patéticamente competir en demagogia desde los bancos de la oposición con Podemos y el PSOE. Después de haber pintado tantas veces a Rajoy con «línea roja», no es un trago dulce votar a su favor en la investidura y anunciar que te vas a sentar a su lado en los Consejos de Ministros, pero esas cosas pasan rápido. Máxime si eres capaz de vender a la gente que tu eres el catalizador del cambio, el factor que regenera la vida política española, el partido que ha logrado jubilar a unos cuantos dinosaurios y poblar de caras nuevas La Moncloa y sus aledaños.

Y sentencia:

A Rivera le ha ido tan bien en los últimos tiempos, que se ha hecho impermeable a los consejos, pero quizá, como nos pasa a todos, debería escuchar alguno.

Alfonso Ussía detalla que para el presidente del Congreso (en este caso presidenta, Ana Pastor) va a ser una legislatura complicada dado el bajo nivel intelectual existente en el hemiciclo:

Iglesias no se ha enterado todavía del resultado de las elecciones. Negocia, amaña y enreda para que su ardiente Doménech sea el presidente del Congreso de los Diputados. Me pongo en Kenya inmediatamente para los olvidadizos. Doménech es el del morreo. Compartió con Iglesias, ante todos los diputados, un largo y sentido beso en los labios. Algo tuvo que sentir Pablo Iglesias para que hoy centre sus esfuerzos en sentarlo en el sillón presidencial de la Cámara Baja. Quizá, lo que escribió el poeta: «La tórrida quemazón del ósculo en los dulces labios de la gente llana». Porque el morreo fue extraordinario. Para mí, ahora que recupero la imagen del hociqueo, que Doménech besa mejor que Iglesias. Hay menos tirantez en Doménech que en nuestro líder universal, más naturalidad, mayor donosura. Y se entiende. Iglesias tenía a dos metros hemiciclo arriba a Irene Montero, y a tres metros, a Tania Sánchez. Doménech se mostró más desinhibido, y sus labios habitaron los de Iglesias con una calidez superior. Pero es necesario algo más que besar bien para ocupar la presidencia del Congreso. Más escaños, más votos y más apoyo ciudadano. Si por besar bien se puede alcanzar tan alta representación institucional, por ahí tienen en Los Ángeles de California -no confundir con los Ángeles de San Rafael-, a Penélope Cruz, que besa aún mejor que Doménech desde que abandonó Alcobendas en beneficio de Hollywood. No hay color entre uno y otra. Lo malo es que no es diputada, y que no podremos oír su preciosa voz de grajilla advirtiéndole a Rajoy: «En nombre de mi marido, de mis hijos, de mi servicio doméstico y de mi suegra, le retiro la palabra. ¡Pedrooo!».

Añade que:

Y Ciudadanos que tiene aún menos escaños que Podemos, pretende despistar. A cambio de la abstención favorable a Rajoy desea que Pachi López repita presidencia. Estimo que ya ha demostrado en la brevísima Legislatura anterior, que no está preparado para ello. Pachi López es un caso aparte. Aborrece al PP y lo ha sido todo gracias al PP, incluyendo en el todo la presidencia del Gobierno vasco. Todo lo que Revilla le debe al PSOE, Pachi López se lo adeuda al PP, y ha vestido su ingratitud de vistoso desafecto. Es muy español sentir gato por quienes te ayudan. Y no debe ser mala compañía para tomar unos chacolís -o chacolíes-, y contar chistes de vascos buscadores de setas. Pero tampoco es suficiente. Ni Doménech por sus besos y pocos escaños, ni López por sus chistes e ingratitudes, merecen tan deseado sillón de acariciantes torturas. Porque aquel que sufre en su trasero la desazón que el sillón presidencial procura, no desea otra cosa que seguir padeciendo la desazón.

Doménech aventaja a López en la calidad de sus besos, y López a Doménech en su amplia experiencia. Tres meses son muchos meses. En el aspecto protocolario, Doménech sería más adecuado que López. Besaría a los visitantes oficiales, y éstos se llevarían a sus países «la tórrida quemazón del ósculo en los dulces labios de la gente llana», que como ya escribí previamente, lo dijo el poeta.

En el mercado de los mejunjes políticos, quizá el próximo presidente del Congreso sea de Ciudadanos. En ese caso, imploro desde aquí a Rivera que no designe a Girauta, que es persona respetable pero que últimamente, está rarísimo. No se centra. Formación le sobra, pero le falta claridad y carácter. Y con las nuevas manadas que se disponen a ocupar los escaños que antaño fueron más civilizados, el presidente del Congreso se verá obligado a actuar, siempre desde la pulcritud reglamentada, con severa contundencia. Entre otras cosas, para impedir que en los escaños de Podemos, las pasiones se extralimiten, y se pase de las mamancias de la millonaria Bescansa -con la «nurse» preparada para sacar los aires al bebé-, y de los besos de Doménech e Iglesias, a la culminación del acto durante una sesión aburrida. Girauta permitiría el fornicio parlamentario por timidez.

Y remacha que:

Creo que el presidente del Congreso de los Diputados debe serlo el que proponga el partido más votado, aunque ese partido sea el PP. Y que la primera actuación de la Mesa del Congreso sea la de hacer públicos los gastos y sueldos de los asesores de cada diputado. Porque esa es otra. Si son diputados se da por descontado que no precisan de asesores privados a cargo de los españoles. Y si los necesitan, no sirven para nada y carecen de toda condición que justifique su sueldo libre de la banda de Montoro. El presidente del Congreso tendrá muy presente que presidirá el hemiciclo menos dotado intelectualmente de la breve historia de nuestra democracia.