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Ignacio Camacho le da un repaso a Iglesias, Sánchez y Rivera: "Son unos perdedores contumaces"

Reza el dicho popular que no se puede soplar y sorber al tiempo y éste es perfectamente aplicable a la situación que vive la España política actual. Este 31 de julio de 2016 los columnistas de la prensa de papel ponen el acento en unos políticos, los que perdieron las elecciones generales, que se empeñan en querer completar dos acciones contradictorias: no quieren terceras elecciones, pero al mismo tiempo bloquean al único líder que puede gobernar, Mariano Rajoy.

Arrancamos en La Razón y lo hacemos con Alfonso Rojo que critica, aunque justifica en parte, la actitud pueril, a la par que pérfida, de Pedro Sánchez con Mariano Rajoy y la de Albert Rivera, que parece no haberse dado cuenta de que con sólo 32 escaños está perdiendo una oportunidad única de sentarse en la mesa y negociar de tú a tú con el político que tiene el encargo de formar Gobierno:

Lo de Sánchez lo entiendo. Se trata de forzar a Rajoy a chapotear con los nacionalistas, por si salta la liebre y allá por septiembre cuaja la desquiciada tesis de que hay una «opción de izquierdas». Cuando desde el PSOE se repite como una letanía que las elecciones del 26-J arrojaron una mayoría de derechas y que el líder del PP debe moverse para cerrar acuerdos con sus «afines ideológicos», lo único que busca el equipo de Ferraz son coartadas. En la práctica, como queda patente en ayuntamientos y comunidades autónomas, están mucho más cerca políticamente los socialistas de los independentistas catalanes y vascos, incluyendo a PNV o CDC, de lo que están los populares.

Recalca que:

Exigir a Rajoy que se manche en una negociación con ellos sólo esconde el propósito de tener un subterfugio mediático por si llega el improbable momento en que Sánchez necesite de ellos para llegar con Podemos a los 176 escaños. No caerá esa amarga breva, pero ya les puedo decir cuál sería el argumento: «Si Rajoy intentó pactar con ellos, no hay razón por la que nosotros no lo hagamos». Además, en la feroz negativa del PSOE a cualquier apaño con Rajoy, juegan la necesidad de posicionarse para ser oposición, fobias y el antojo de verle fracasar en la investidura, para que Sánchez no pase a la historia como el único que se la pegó tratando de alcanzar la presidencia.

Todo esto es incompatible con el rechazo, aparentemente firme, a ir a unas terceras elecciones, pero la realidad es que la pérfida y a la vez pueril actitud del PSOE hasta tiene cierta lógica. Lo que no hay cristiano que entienda es lo de Ciudadanos. O Rivera es un genio y esconde en la manga una baza mágica, que le permitirá pegarle un vuelco al tablero en el último segundo, o conduce a su partido al abismo.

Y añade:

Aunque tengan sólo 32 diputados, es difícil imaginar otras circunstancias tan favorables como estas para que Ciudadanos pueda jugar el papel para el que nació y al que teóricamente aspira. Tiene en su mano convertirse de facto en ese partido bisagra que libre a España del pringoso chantaje de los nacionalistas y a la vez regenerar la vida política, aportar aire fresco, impulsar reformas y salpicar el Gobierno de caras nuevas. Para todo eso, Rivera no necesita esperar a que Rajoy le haga ofertas: basta dar un paso adelante, sentarse en la mesa y exigir.

En ABC, Ignacio Camacho asegura que los tres partidos que han quedado por debajo de Mariano Rajoy en las pasadas elecciones generales del 26 de junio de 2016 se dedican al arte del bloqueo para disimular que son unos perdedores contumaces:

Una de las paradojas más extravagantes del bloqueo político español es la extendida convicción, compartida incluso por algunos sectores de la derecha, de que el colapso se solucionaría con inmediata fluidez si Rajoy se retirase o diera, como está de moda decir, un paso al costado. Una idea que contiene cierta dosis de desprecio a la democracia, habida cuenta de que se trata del único candidato que ha ganado tres elecciones consecutivas, la segunda de ellas tras un mandato abrasivo que ninguno de sus rivales logró aprovechar para derrocarlo. El presidente es un líder poco comunicativo, chapado a la antigua y de carisma cero; ha gobernado con nula empatía social y la cúpula de su partido está atufada de corrupción. El hecho de que en esas circunstancias siga siendo de largo el dirigente más votado constituye un fenómeno de resistencia que como mínimo debería mover al resto de las fuerzas políticas, a sus militantes y a sus electores, a una reflexión sobre la idoneidad y competencia de sus respectivos liderazgos.

Resalta que:

En vez de eso, los corresponsables del atasco estigmatizan al ganador para disimular la frustración por su propio fracaso. Si Rajoy debe marcharse para despejar una solución, ¿qué tendría que hacer un Pedro Sánchez que en cada elección descuelga un poco más al partido de mayor relevancia histórica de este régimen? ¿Qué un Albert Rivera capaz de echarle al empedrado de la ley D´Hondt la culpa de su rápido estancamiento? ¿Qué un Pablo Iglesias cuyos flagrantes errores de sobreactuación han frenado la progresión de un proyecto rupturista que se iba a comer por las patas al viejo orden? ¿En virtud de qué principio de autocrítica o de asunción de responsabilidades ha de renunciar el vencedor en las urnas para permitir que los tribunos derrotados se premien con el reparto de su túnica?

Es probable que si el presidente se apartase no hubiera muchas lágrimas entre sus sectores próximos. Más bien se escucharían aliviados suspiros porque el centro-derecha español tiene interiorizado un claro complejo de inferioridad política. Pero si hay una purga pendiente en la escena pública debería afectar a todo el elenco de la función malograda y no, o no sólo, al protagonista que mal que bien cosecha los mayores aplausos. Porque este atolladero institucional no es el producto singular de un Gobierno exánime, sino de una alarmante obstrucción colectiva. De una clamorosa exhibición de cicatería mental y de dogmatismo partidista.

Sentencia que:

Sucede que el marasmo ha llegado a un punto crítico en que gran parte de la opinión pública puede empezar a demandar una catarsis. Uno de esos momentos inflamables especialmente inadecuados para lecciones sin autoridad moral o para ejercicios de hipocresía. El peligroso grito a la argentina de «Que se vayan todos» es una tentación desestabilizadora que se está asomando al balcón de una sociedad de creciente inclinación antipolítica.

José María Carrascal dice bien claro que Mariano Rajoy debe presentarse a la investidura, logre o no la mayoría necesaria para ser investido presidente del Gobierno, por una cuestión de lealtad, pero no al Rey Felipe VI, sino a los ocho millones de españoles que le han votado:

Si «la naturaleza imita al arte», según Oscar Wilde, la política española imita las series de televisión. Estamos en una versión cutre del «Juego de Tronos» que Pablo Iglesias regaló al Rey, sin imaginar que iba a quedar excluido del mismo. Los jugadores son Rajoy, Sánchez y Rivera, que se reunirán la próxima semana para ver si pactan la formación de un gobierno. Posibilidades, pocas, porque los tres aspiran al sillón y sólo hay uno. Todos se guardan cartas en la manga: Rajoy, no presentarse a la investidura si no cuenta con el apoyo para lograrla; Sánchez, la posibilidad de encabezar un gobierno de izquierdas si Rajoy fracasa; Rivera, que, ante el lío, le elijan como candidato de consenso.

Asegura que:

Los tres pueden equivocarse. Rivera, porque no hay consenso ni para consensuar. El gobierno de izquierdas fracasaría por falta de escaños. Rajoy, porque su táctica favorita, dejar que los problemas se pudran, puede terminar pudriéndole a él. Lo que hubiera tenido que hacer el 27J, aprovechando el shock que su victoria produjo en sus rivales, que perdían votos mientras él los ganaba, era ponerse a negociar un programa de gobierno con Ciudadanos y cerrar el pacto cuanto antes. ¿Quién sería el guapo que se les opondría con 170 escaños?, como preguntó Fernández Vara. Es lo que intenta hacer ahora, un mes después, cuando sus rivales comprueban que su victoria no fue tanta ni su derrota tan decisiva. Tratan de liquidarlo en el debate de investidura y vuelve a quedar en evidencia que, si Ciudadanos está política y económicamente más cerca del PP que del PSOE, estratégica y personalmente es a la inversa. Lo que dificulta el acuerdo hasta hacerlo casi inviable. Le recomiendan «seducir» a Rivera. No, tiene que convencerle de que, por su propio bien, le conviene apoyar al PP, porque la alianza con el PSOE le llevará a un nuevo fracaso y, a la postre, a servir de muleta a Podemos, que sería el vencedor en un pacto de izquierdas. Su papel es remozar al centro-derecha desde dentro, no hundirlo.

Rajoy intenta defenderse con una argucia legal: él aceptó el encargo del Rey de intentar formar gobierno y va a hacer todo lo posible para lograrlo. Pero si no lo logra, no está obligado a presentarse a la investidura, que se convertiría en tiro de pichón de los que intentan sustituirle. Tiene lógica, pero no sé si fundamento legal. El artículo 99 de la Constitución dice que, una vez propuesto, el candidato a la Presidencia «expondrá ante el Congreso el programa político del Gobierno que pretende formar y solicitará la confianza de la Cámara». La cosa parece clara: «Expondrá» y «solicitará», en indicativo, no en condicional ni subjuntivo. Pero, aunque no fuera así, Mariano Rajoy está obligado a presentarse por lealtad, no al Rey, sino a los ocho millones de españoles que le consideran el mejor candidato a gobernar España en estos difíciles tiempos. Y el resto tendrá que explicar las razones de impedírselo. En otras elecciones.

Salvador Sostres recuerda en su tribuna lo que es la antigua CiU y saca a colación una estrecha colaboración con Ciudadanos cuando le interesó que ese partido le pisara parte de la parcela al PSC en Cataluña:

Hace unos meses me llegó una querella de David Fernández -excandidato de la CUP- por haberle llamado «el chófer de ETA», en tanto que organizaba las visitas de Arnaldo Otegi a Cataluña. La querella apelaba a distintos artículos de la Constitución, la misma que su partido quiere abolir por considerarla una cárcel. Perdió, pero ¡qué gente!

La negociación de Convergència para conseguir su propio grupo parlamentario, y el recurso de la Generalitat al Tribunal Constitucional para no devolver las obras de arte de Sijena, subrayan la hipocresía del independentismo político, y su afán por continuar viviendo del conflicto en lugar de resolverlo. Homs, que tanto asocia la independencia a la dignidad de los catalanes, ha congelado igualmente la querella contra el director de la Oficina Antifraude y el ministro del Interior por lo que se supo de aquellas escuchas ilegales. ¿Dignidad? ¿Qué dignidad, Quico? ¡Cobra y calla!

Explica que:

Para entender a Convergència hay que seguir siempre la pista del dinero. Despreciar a los Pujol -y a su trama de familiares y secuaces, de la que Homs forma parte- es un dramático error de España, en tanto que siempre puedes comprarles. En la relación entre Cataluña y el Estado siempre funcionó mucho mejor la transacción que la revolución, y aunque sea sucio, y molesto, conviene no olvidarlo.

Y es que lo que por una parte resulta cínico por la otra puede ser interesante, y eso lo sabe mejor que nadie Ciudadanos, que ahora se queja de las negociaciones entre el Partido Popular y Francesc Homs para la Mesa del Congreso de los Diputados, pero que nada dice de lo que, entre 2006 y 2010, les apoquinó la antigua CiU, cediéndoles espacio mediático y todo tipo de recursos -algunos inconfesables- para que laminaran al PSC. Sin el patrocinio de la tan insultada CiU, nunca Albert Rivera habría alcanzado su protagonismo, o sea que lecciones de transparencia, las justas.

Concluye que:

Asistimos cada día a un incesante baile de disfraces, en el que la coherencia política pesa mucho menos que el interés personal. Mariano Rajoy no es perfecto, pero al ser un hombre de provecho tiene resueltas sus cuestiones previas mucho más que sus adversarios, y aunque es como todos víctima de sus vicios, puede defenderse de ellos con una cierta naturalidad. Los independentistas, los socialistas y Ciudadanos viven en cambio tan a la intemperie, con candidatos tan insignificantes, pobres y desesperados, que todo en ellos acaba subyugado al oportunismo, y por eso Rivera le debe la vida a Convergència, Pedro Sánchez está dispuesto a acabar con lo poco que queda del Partido Socialista para salvarse, y Homs usa la independencia como cebo para que España le apague los incendios y le pague las cuentas.

Es cuestión de tiempo -y hasta de unas terceras elecciones, si conviene- que la buena gente recuerde lo fácil y refrescante que es votar a la derecha.

En El Mundo, Fernando Sánchez Dragó le dedica una columna bastante divertida a ese justiciero venido a menos, prácticamente a la irrelevancia, llamado Baltasar Garzón:

Tenemos dos Garzones… ¡Ya es mala pata! A Garzón junior, con su carita de niño que acaba de hacer la primera comunión y nunca ha metido el dedo en el tarro de la mermelada, pronto lo devorará el silencio del que nunca debería haber salido. Gajes de haberse sumado, traición mediante, a una merendola populista de la que en las próximas elecciones no quedarán ni los platos sucios. Sería ése motivo más que suficiente para que Sus Señorías volviesen a hacer novillos. Formo parte de la inmensa minoría juanramoniana de españoles encantados con la falta de gobierno. Así, por lo menos, nadie legisla y todos somos más libres. ¡Si la interinidad se prolongase! Pero eso es sólo un sueño de estas noches de verano.

Ya se centra en el Garzón de la toga:

En cuanto a Garzón senior… ¡Qué cruz! Es como una de esas moscas testarudas que, por mucho que las espantes, siguen dando la tabarra. Fue juez y dejó de serlo, pero su verdadera vocación es la de prestidigitador del circo de Manolita Chen que saca de su birrete palomas comunistas de la paz de los cementerios y la de pokémon de los tribunales que una y otra vez extrae de sus raídas puñetas naipes marcados. Su última ocurrencia ha sido la de pedir al Supremo que se exhumen e identifiquen las treinta y tres mil personas yacentes en el Valle de los Caídos para reconvertir éste en un Espacio de Memoria (sic) y rendir inútil e imposible homenaje «a quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura».

¿No es un delito profanar tumbas? Huelga aclarar que los monstruosos gastos de tamaña ceremonia de vudú correrían a cargo de los contribuyentes, nacidos casi todos con posterioridad al 18 de julio del 36 y, por ello, libres de culpas en lo que atañe a las consecuencias de un alzamiento reclamado y jaleado entonces por media España. Pide, además, el demandante que se muevan a otra tumba los restos del César Visionario (el mote es de Umbral) y los del fundador de la Falange.

Y remacha:

Sea usted congruente, picapleitos. ¿Acaso no padeció José Antonio persecución y violencia durante la guerra civil? Hay que ser muy cínico para negar eso. Quousque tandem abutere, Garzo, patientia nostra? Ande, váyase a Egipto, presente allí demanda de destrucción de la Gran Pirámide para honrar la memoria de quienes la construyeron a golpe de látigo esgrimido por los capataces de Keops y déjenos aquí descansar en paz -comienza agosto- a los vivos y a los muertos.