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Luis Ventoso exige al Gobierno que se espabile: ¿Qué hacían Soraya y Montoro de café-risitas con un paladín del separatismo como Junqueras?

Cataluña, como no podía ser de otra manera, es el tema esencial este 28 de julio de 2016 en las tribunas de opinión de la prensa de papel. El nuevo estropicio contra la legalidad de Puigdemont y los sandalios de la CUP, señalana los columnistas, debe tener consecuencias y hay quien no entiende, por ejemplo, los masajes y jaboneos dados a golpistas caviar como Oriol Junqueras por parte del actual Ejecutivo.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que dedica su tribuna al enésimo desafío de los separatistas catalanes, quienes no han tenido empacho alguno en pasarse por el arco del triunfo el Estado de Derecho y pisotear las normas más elementales:

Ellos y su matraca. Su obsesión, su mapa, su calendario. La gran ventaja del nacionalismo es que nunca desfallece en su pesadez ni se concede tregua a sí mismo en su cargante monomanía. Vive de eso, de dar la tabarra, de profesionalizar el incordio, de convertir la provocación en una estrategia. De huir siempre hacia delante para hacer de cada conflicto propio un problema ajeno.

A ese cansino afán de la secesión le viene de perlas el bloqueo de las instituciones españolas. Los separatistas son expertos en aprovechar las fisuras del Estado; no en vano el gran impulso de su proyecto surgió en plena crisis nacional, cuando la recesión destruía la confianza en el sistema y provocaba el desencanto ciudadano. Entonces activaron el plan de fuga, que era lo más parecido que tenían a una idea política: marcharse, romper con un país colapsado. Han fracasado, pero no pueden dejar de insistir porque carecen de modelo alternativo. No saben gobernar y después de prometer la independencia, el destino manifiesto y todo eso, resulta complicado conformar a la gente con la administración de una autonomía en quiebra. Las mitologías no admiten apaños resignados.

Señala que:

Así que ayer decidieron insuflarse ánimos por el procedimiento de pasarse por el forro una resolución del Tribunal Constitucional. La desobediencia es un buen combustible para inflamar el espíritu: el pueblo cautivo no acepta la justicia de la nación opresora y tal. Puigdemont, que era un alcalde de provincias al que le han complicado su plácida existencia, no da el tipo épico de un William Wallace, pero tiene que conservar el poder que le han prestado los sandalios de las CUP y aparentar brío amotinado, energía insurgente. Es la tragedia de una clase media cuyo delirio de emancipación le ha llevado a entregarse a un manojo de revolucionarios estrambóticos. Una burguesía secuestrada.

El enésimo desafío independentista ha generado algún efecto anecdótico como el de sacar de su escondrijo a Pedro Sánchez para hacerlo comparecer con el disfraz de estadista responsable y circunspecto. El líder socialista va a tener difícil urdir, si lo pretendía, una alianza de gobierno con gente de tan flagrante vocación sediciosa. Pero esta insubordinación ha de tener más consecuencias porque no se trata de una fanfarronada política, sino de un acto de indisciplina legal, de rebeldía al ordenamiento jurídico. Y en un país donde rige el Derecho, al ciudadano que desacata con premeditación y chulería una providencia judicial le tienen que pasar cosas.

Y subraya que:

Cosas severas y ejemplares. Cosas que dejen claro, con tanta serenidad como firmeza, que en una democracia no se puede promover con impunidad un golpe rupturista. Cosas que demuestren que España es una nación, no un simulacro. Cosas que prueben que por mucha inoperancia política que comprometa la estabilidad institucional, podrá no haber Gobierno, pero hay Estado.

Luis Ventoso recuerda en su columna que hace sólo unos días, sobre el 20 de julio de 2016, Soraya Sáenz de Santamaría se echaba poco menos que unas risas con Oriol Junqueras, uno de los padres de esta intentona golpista:

España es un país de notable calidad de vida, que ha prosperado desde finales de los años cincuenta de modo asombroso. De ser una nación pobre ha pasado al privilegiado club de las más prósperas. Un éxito extraordinario del pueblo español y sus instituciones. Pero en paralelo, se trata de un país ensombrecido por problemas agudos, que empañan su futuro:

-Una pirámide demográfica pavorosa, que compromete a corto plazo las prestaciones sociales y a largo, la propia perpetuación del país.

-Una salida de la crisis que aun siendo exitosa (crecimiento del 3%) continúa dejando fuera a demasiada gente, con el paro en cifras lacerantes y salarios muy bajos.

-Un cuestionamiento constante de sus propios pilares institucionales, insólito en cualquier gran democracia. Ni siquiera a un demagogo del calibre de Trump se le ocurriría criticar su Constitución, que data de 1787. En España la ponen en solfa desde el líder de la oposición hasta jueces, pasando por el periódico prosocialista madrileño.

-Una demagogia populista que no ha traído soluciones concretas, pero sí inestabilidad y un riesgo que se creía superado: la posible llegada al poder del anacrónico totalitarismo marxista.

-Un modelo televisivo que espolea la desunión, el derrotismo y el sectarismo. Por un error histórico del Gobierno del PP, han cuajado cadenas consagradas a jalear a la izquierda antisistema y que erosionan el patriotismo y la lealtad institucional.

Resalta que:

Todo lo anterior es serio. Pero hay un problema más acuciante, el primero de España: el desafío golpista del Gobierno separatista catalán. Ayer, el Parlamento catalán desobedeció los apremios del Tribunal Constitucional para que respeten la ley. Han iniciado una sublevación en toda regla y proclaman que ignorarán la legalidad española. The Guardian lo hacía asunto destacado, en una crónica donde solo aparecía la versión de los separatistas y ni una coma de la del Gobierno (un día se podría meditar sobre la diplomacia-relax del gran Trillo en Londres). Romeva, al que presentan como «el ministro de Exteriores» catalán, explica que «la legalidad es solo un instrumento, que necesita adaptarse al deseo democrático» y que las constituciones solo sirven «para un determinado momento».

Y recuerda:

Mientras se produce la sedición, Rajoy y Sánchez, líderes de los partidos que vertebran la nación, son incapaces de unirse para acordar una defensa cerrada de España y unas medidas inmediatas contra los golpistas que intentan destruir su país. La semana pasada, Santamaría y Montoro celebraban un café-risitas con Junqueras, uno de los paladines del golpe. Como insignificante español de a pie, me angustia esta pasividad. Pero sin duda soy un friki. Lo importante es Bárcenas, el ombligo de Rivera, el infantilismo ególatra de Sánchez y la última pose de Iglesias para epatar. Porque España, la nación más antigua de Europa, es también la única donde un simple patriota es, por supuesto, «un facha». Confiemos -¡todavía!- en que Rajoy y Sánchez den un paso y no queden como dos felones en una hora difícil para España.

Isabel San Sebastián se apunta a la teoría de que es mejor tener ya Gobierno, aunque sea a costa de que Rajoy dé un paso al costado y que de paso, eso sí, se lleve consigo a Pedro Sánchez. Vamos, que ya han comenzado las rebajas políticas de verano:

¿Es más importante que los españoles tengamos un Gobierno o que Rajoy sea presidente? ¿Que la cabeza de ese Ejecutivo negocie con la ventaja que han otorgado los electores a la formación de la gaviota una agenda basada en el programa del Partido Popular o que Rajoy sea presidente? ¿Que el consejo de ministros llamado a aplicar esas políticas tenga tras de sí una mayoría parlamentaria sólida, capaz de aprobar las reformas inaplazables que pide a gritos el país, o que Rajoy sea presidente? ¿Que un Gobierno fresco, con renovado vigor y legitimidad, frene en seco la enésima ofensiva secesionista lanzada desde Cataluña o que Rajoy sea presidente? ¿Que Bruselas perciba de manera inequívoca nuestra voluntad de cumplir con los compromisos asumidos ante los restantes socios de la Unión o que Rajoy sea presidente?

Insiste en que:

Podría seguir hasta el infinito con este rosario de preguntas retóricas y llegaría a la misma conclusión. Es evidente que el actual candidato del PP se ha convertido en un lastre no solo para la nación, sino para su propio partido. Cualquiera que anteponga el patriotismo al sectarismo y el pragmatismo al personalismo de banderías se da cuenta de que Rajoy constituye hoy por hoy un obstáculo para la gobernabilidad de esta España que reclama con urgencia un líder fuerte. Y esto es así por razones múltiples que se resumen en una: tras dos llamamientos sucesivos a las urnas, el candidato del PP, Mariano Rajoy Brey, ha sido incapaz de sumar los apoyos necesarios para formar gobierno. ¿No debería tirar la toalla antes de obligarnos a elegir de nuevo?

No entro en si es justa o injusta la situación en la que estamos; tanto da. Habrá quien considere a Rajoy un dirigente excepcional, víctima de adversarios inicuos, y quien, por el contrario, estime merecido el castigo en razón de su actuación durante sus años en La Moncloa. Pero lo cierto es que dos veces en el último año ha apelado al electorado y las dos ha recibido un respaldo insuficiente, en realidad inútil, dada su nula capacidad de interlocución con los demás. ¿Culpable él? ¿Culpables los otros? ¿Culpables todos? De nuevo, tanto da. La cuestión es que España necesita cuanto antes un Ejecutivo plenamente operativo y nada en absoluto garantiza que otro llamamiento a votar vaya a despejar el panorama. Si tras una feroz campaña del miedo como la que precedió a los comicios de junio, con todos los sondeos augurando el apocalipsis podemita, las cartas se repartieron del modo en que lo hicieron, no hay elementos para pensar que una tercera ronda de propaganda, con su correspondiente coste para el bolsillo del contribuyente, condujese a un escrutinio concluyente. Seguiríamos perdiendo el tiempo, además de la poca fe que nos inspira ya esta democracia acobardada y corrupta.

Exige altura de miras al presidente del Gobierno en funciones:

Los paseos victoriosos por la mayoría absoluta quedaron definitivamente atrás. Hacen falta dirigentes distintos, dotados de cintura política, susceptibles de rectificar sin por ello renunciar a defender sus principios, hábiles en la negociación, decentes, limpios, sin basura bajo las alfombras y con la generosidad necesaria para renunciar a sus ambiciones en beneficio del conjunto. Mariano Rajoy dispone de una oportunidad magnífica para dar un paso atrás, poniendo a los españoles por delante de la poltrona. Una retirada a tiempo, honorable y voluntaria, sería una gran victoria, sobre todo si con él se llevase a Pedro Sánchez.

En El Mundo, Arcadi Espada califica de buena noticia política el disparate perpetrado en el Parlamento catalán tratando de independizarse unilateralmente de las leyes que rigen para todo el Estado:

La decisión de las fuerzas políticas mayoritarias de poner fuera de la ley al parlamento catalán es una gravísima noticia democrática, pero una buena noticia política. La deslealtad manifiesta del gobierno de la Generalidad solo entrará en vías de solución cuando se toque fondo y aunque ese instante aún no ha llegado el movimiento nacionalista actúa ya en la dirección correcta y final. Un parlamento fuera de la ley es un fraude a los ciudadanos que ninguna legalidad democrática puede consentir. Por lo tanto, y del modo que sea, la obligación del gobierno que encabeza el presidente Mariano Rajoy es que ese parlamento secuestrado vuelva con urgencia a la democracia. Es indiferente que la vía sea la de artículo 155 o adyacentes: se trata de que sea eficaz, rápida y terminante. Esa vía no supondría en ningún caso la ilegalización del parlamento que ayer se declaró ilegal, sino lógicamente lo contrario. La indolencia a que tan acostumbrado está el presidente, supongo que por carácter e incluso por buen carácter, no supondría en este caso más que complicidad. Y quizá obligase a los ciudadanos a extender contra él una denuncia que, además de política, sería también jurídica.

Dice que:

La ilegalización del parlamento decretada por la mayoría sediciosa debe tener consecuencias en la coyuntura política española. Rajoy y pedro sánchez han de anunciar de inmediato un acuerdo de investidura y la formación de un gobierno que tuviera al primero de presidente y al otro de vicepresidente. Daña los ojos la evidencia de que solo un presidente con todas sus funciones puede encarar la situación de excepcionalidad creada por el nacionalismo.

La tarea principal del nuevo gobierno no sería dar una solución política al conflicto planteado por el gobierno de Cataluña. La Generalidad ha cruzado la línea que separa la negociación del chantaje y un gobierno democrático no debe aceptar chantajes, los practiquen terroristas o políticos. Por el contrario el nuevo gobierno debería centrar sus esfuerzos en gestionar el vacío creado por unas instituciones que han renunciado al ejercicio de la legalidad: los ciudadanos catalanes no pueden seguir delegando en delincuentes confesos el negocio de lo público.

Y remata:

Agosto, como tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, y también de la historia local, será un mes decisivo. Los ciudadanos van a participar en un proceso donde estarán en juego dos asuntos importantes. El primero es si la política democrática cede ante la política de identidad. El segundo, si la destrucción de la democracia regional de Cataluña comporta la destrucción de la democracia española.

Y en La Razón, Alfonso Ussía critica con su habitual fina ironía el ‘olvido’ de Pablo Echenique (Podemos) a la hora de pagar a su cuidador:

Por mayo era, era por mayo, cuando Pablo Echenique nos abrió los ojos y las conciencias con una declaración apabullante: «Es una vergüenza no pagar la Seguridad Social a las cuidadoras». Me dije a mí mismo: «Este chico ha acertado y de seguir así puede cambiar nuestro cruel sistema». Me extrañó, eso sí, que se refiriera tan sólo a los cuidadores. Creo sinceramente que no pagar la Seguridad Social de cualquier trabajador es más que una vergüenza. Es una estafa y una canallada, por cuanto las pensiones de mañana y los cuidados sanitarios de hoy dependen del dinero ingresado en la Seguridad Social. No pagar la Seguridad Social de un bombero, un jardinero o un alto ejecutivo de una empresa, es igual de vergonzoso que no hacerlo de los cuidadores.

Prosigue:

Por julio era, era por julio, cuando supimos que Pablo Echenique ha tenido a su servicio durante más de un año a un cuidador sin contrato de trabajo y por el que no ha cotizado ni un euro a la Seguridad Social. Estoy seguro de que todo se ha debido a un despiste, a un olvido amparado en la buena intención. Echenique no es tan tonto como para denunciar una irregularidad laboral sistemática y continuada de la que es sujeto activo. Se trata de un hombre del cambio. Es gente. Es mirada de amor y sonrisa clara. Por otra parte, Echenique no puede comportarse como un desagradecido. Gracias a la Seguridad Social, este afanoso argentino tiene a su disposición todo cuanto necesita para moverse y desplazarse. A primera vista, el dispositivo móvil del que disfruta no parece barato, y mucho dudo de que, habiéndolo solicitado en su país de origen, se lo hubieran proporcionado como ha hecho la Seguridad Social española. Por ello, y aunque sólo sea por gratitud, Echenique está moralmente obligado a ser un poquito más ordenado y cumplidor con sus cuidadores y la Seguridad Social.

Echenique ha señalado al culpable de su grave irregularidad. El sistema. La culpa la tiene el sistema, cruel y despiadado, que obliga a las familias sin recursos a sobrevivir con la economía sumergida. El problema es que Echenique no forma parte de una familia sin recursos. Echenique tiene sobrada bolsa para contratar a un cuidador y que éste no se sienta desplazado de los derechos que todo trabajador tiene en España. El de su futura pensión, entre otros. El de la atención médica si la precisa en cualquier momento. Ahí, hay que reconocer que Echenique no se ha portado bien. Sin contar con otros ingresos, su remuneración parlamentaria le permite ese pequeño esfuerzo. El Congreso de los Diputados le abona su Seguridad Social . El dinero depositado a su nombre proviene de los bolsillos de los españoles, del dinero público. No se entiende esa falta de interés en una persona tan abrazada al progresismo leninista. Lenin lo habría encarcelado, porque no era cruel como nuestro sistema.

Y recuerda que:

No me recreo en la decepción, pero algo no funciona en Podemos. Monedero olvidó declarar más de 400.000 euros; Errejón olvidó cumplir con su beca de la Universidad de Málaga. Cobraba pero no trabajaba. Ahora Echenique se olvida de su cuidador y de la Seguridad Social de éste. En lo único que ha mejorado «Podemos» es en las actividades de Rita Maestre. Hace años asaltaba capillas católicas y amenazaba con quemarlas con sacerdotes y fieles en su interior -¡Arderéis como en el 36!-, y ahora cena en casa de los Segrelles. Lo segundo es grave, pero no tanto como lo primero. Prueba de ello es que su condena, recurrida, es por lo primero y no por lo segundo. En ese aspecto hay que reconocer un camino de suavidad y dulzura en su actitud. Pero lo de Echenique, del que se afirma que es el más inteligente de los dirigentes de Podemos, es la monda. Se le olvidan detalles fundamentales. No cumple con las personas que trabajan a su servicio, y se pasa por los dídimos los contratos y la Seguridad Social. Por supuesto que la irregularidad ha sido involuntaria, pero quizá, para acercarnos más al cambio y a las miradas de amor, sería conveniente que presentara su dimisión. Porque la conclusión no tiene vuelta de hoja. Ha incumplido, y lo que es peor, ha abusado de un trabajador y ha defraudado a una Seguridad Social que se ha portado con su persona con una generosidad estallante. Pero insisto, lo ha hecho sin querer.