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‘Yo fui un narco’, el documental sobre Laureano Oubiña que fulmina el personaje y trae a la persona

«El padrino«, «Kill Bill«, «Uno de los nuestros«… Cuántas producciones hollywoodenses han logrado conquistar al mundo con historias sobre la mafia. Ahora, parece que los narcos también se abren paso en la fascinación del público y, de hecho, la serie homónima ha vuelto a despertar el interés por la figura de un hombre que tuvo atemorizado a todo un país, Pablo Escobar. España sigue la antesala de esas producciones, y es que muchas veces olvidamos que el suelo patrio esconde historias igual o más sobrecogedoras. Así lo hemos comprobado con el fenómeno «Fariña«, la serie sobre el narcotráfico en Galicia, basada en la obra del periodista Nacho Carretero, que ha devuelto a la memoria uno de los periodos más convulsos de la historia moderna, el de la generación perdida, aquellos que cayeron imbatibles ante una de las armas más mortíferas, la droga.

Laureano Oubiña

Laureano Oubiña

No obstante, todas estas historias ficticias tienen su base de realidad, aunque exagerada, tergiversada y convertida en un relato cinematográfico que, al final, lo que busca es atraer al público. Así pues, a los verdaderos curiosos se les presenta un problema: Para qué ver a un Sito Miñanco en la piel de un actor del momento, enrevesado con historias que sólo buscan gustar, si puedo puedo tener algo mucho más interesante, la verdad o, al menos, su verdad. Eso es, precisamente, lo que trae ‘Yo fui un narco‘, la nueva producción de DMAX y Unicorn Content, que llega a nuestras pantallas para dar voz a la realidad sin filtros, a la historia del narco, no más peligroso, pero si más mediático de la historia de España, Laureano Oubiña.

Contra las cuerdas morales

Cuando alguien se planta delante de una producción de true crime, lo primero que le viene a la cabeza son los dilemas morales. Qué hago viendo a una persona que ha cumplido condena por hacer tanto daño a la sociedad. Una vez, escuché unas palabras de Arturo Pérez-Reverte que daban respuesta a esta pregunta. Lo hizo en relación a la protesta estudiantil que pretendía impedir la entrada a la Universidad Autónoma de Madrid a Felipe González, por aquello de la guerra sucia del estado contra ETA. El escritor, sentenció: «Hay que ser muy tonto o muy ignorante para no sentarse a hablar con tu peor enemigo«. Y eso es el true crime. ‘Mindhunter‘ da unas pinceladas sobre ello. Charles Manson hizo algo terrorífico, pero el saber, comprender, es muchas veces más poderoso que la condena moral. Entender cómo algo llega a ese punto, innegablemente, reporta beneficios. Es la cara positiva, de algo muy negativo. Comprender cómo menos de diez personas españolas se encargaron de distribuir droga por toda Europa también tiene su encanto intelectual. También lo tiene, por supuesto, el saber cómo el país se levantó contra ellos y cómo, afortunadamente, se logró aplacar parte de todo este reino del terror.

Baltasar Garzón en 'Yo fui un narco'

Baltasar Garzón en ‘Yo fui un narco’

El problema de sentarse a escuchar a una sola persona es que corremos el peligro de dejarnos llevar por su discurso. Laurenao casi lo consigue. ¿Es Oubiña una víctima de las circunstancias? En el documental, él es lo que quiere dejarte entender. Su niñez no fue fácil, pero ser pobre o sufrir abusos no te lleva a ser un criminal. Lo siento, pero no. Aquí nadie es víctima de las circunstancias. Sino ¿qué discurso pretendemos llevar a los que atraviesan una situación simular? Siempre hay elección. También deja entender que es una víctima de la sociedad, que lo condenó sin haber matado a nadie, pero para ser verdugo, no hace falta mancharse siempre las manos.

Oubiña es un malo vencido, pero no arrepentido. Se lamenta de cosas, sí. En el documental podemos verle mostrando su pena por su primera mujer, con la que se casó a los 17 años y con la que tuvo 8 hijos. El matrimonio fue un tormento, él mismo lo sabe. «Si hubiera querido estar con ella y con mis hijos no habría escogido esta profesión», confiesa. Es la doble cara de Laureano Oubiña. Altanero, chulo, prepotente e, incluso, peligroso. Esa es la faz que muestra durante casi todo el documental y eso cabrea. Cabrea porque, después de pasar 20 años en prisión, parece que no entiende que haya hecho nada malo.

El bueno, el feo y el malo, todo en uno

No obstante, gente que le conoce dice de él que es «duro por fuera y blando por dentro» y esto es algo que poco a poco el documental te deja intuir. Él no lo dirá, claro que no. Es Laureano Oubiña, un tipo duro, es el bueno, el feo y el malo, todo en uno. Pero esa es la magia de ‘Yo fui un narco’, en poco tiempo, logras conectar con él y ahí te das cuenta de la continua lucha moral en la que vive: «Me aproveché de la gente que tenía necesidad», confiesa, en referencia a sus trabajadores, que vieron en el contrabando un plato de comida en la mesa. Asume, de verdad, parte de la responsabilidad de sus actos. El documental logra separar a la persona del personaje y eso es algo que nunca podremos encontrar en la ficción.

Carmen Avendaño en 'Yo fui un narco'

Carmen Avendaño en ‘Yo fui un narco’

También es cierto, que para desdibujar la historia del narco y empezar a vislumbrar a Oubiña hacen falta el testimonio de mucha gente. ‘Yo fui un narco’ no es sólo una introspección a la figura del narco, es también la presentación subjetiva de todos los implicados, con la que el espectador podrá construir su propia realidad. Benito Leiro, periodista; Manuel Jorge Parada, el primer gobernador civil en tomar medidas contra los contrabandistas; Baltasar Garzón, juez encargado de instruir la primera gran operación contra el narcotráfico, (Operación Nécora); José Antonio Vázquez Taín, magistrado gallego conocido por su incesante trabajo contra la droga o Carmen Avendaño, cabeza visible de «Las madres gallegas contra la droga, son algunas de las otras caras de la realidad y, porque no, las otras caras de Oubiña.

Alejar a los villanos admirables

Esta última, permítase lo sentimental, estruja el corazón. Si en esta historia hay una víctima, son ellas, las madres, y, si hay una heroína, también, con perdón de todos los que se han dejado el pellejo -algunos, casi literalmente- en luchar contra el narcotráfico. Ver las imágenes de esas mujeres, amas de casa, la mayoría, trepando por el Pazo de Baión -la que fuera la mansión de Oubiña- paraliza el tiempo. Se agradece que esa lucha, ese coraje que tanto recuerda a las madres de la plaza de mayo, se recuerde en este documental, porque, cuando todo el mundo callaba, fueron las mujeres, en aquella época -la mayoría- invisibles, las primeras en luchar contra el atentado que se estaba cometiendo en nuestro país.

Las distintas aristas, la contraposición del narco y de los «justicieros», se agradece porque con ficciones como ‘Fariña’ caemos en el riesgo de algo que me preocupa especialmente, hacer villanos admirables. Con Pablo Escobar es algo que me chirrió, con Fariña también, por no hablar del villano más admirado de todo los tiempo Don Vito. Eso es lo bueno del true crime, aquí el malo es malo y no tiene aspectos que admirar. Y si, Oubiña es humano y, de verdad, cuando habla de Esther Lago, el amor de su vida, o de las palizas de su padre empatizas y comprendes que hay pocos peldaños para llegar al infierno y que cualquiera en su situación puede acabar así. Por eso, retomando el principio, hay que ser muy tonto para no escuchar a Oubiña, porque el que olvida su propia historia está condenado a repetirla.