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El hombre llegó a Australia antes de lo que se creía y convivió con animales gigantes

Encuentran herramientas de hace 65.000 años que revelan que los seres humanos ya estaban en la gran isla antes de la desaparición de la megafauna.

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Cuando los primeros hombres salieron de África pudieron llegar hasta las esquinas más remotas del planeta. Un equipo internacional de investigadores ha encontrado una serie de artefactos, entre ellos ocres y antiquísimas hachas, en un yacimiento del norte de Australia, que indican que los seres humanos alcanzaron las tierras de «allá abajo», como se conoce coloquialmente a la gran isla, hace unos 65.000 años, más de 10.000 años antes de lo que se pensaba. Esta hipótesis no solo replantea un capítulo de la diáspora más importante de la humanidad, sino que cuestiona la teoría de que fue el hombre el responsable de la extinción de la megafauna única del lugar, como las versiones gigantes de los canguros, los wombats o las tortugas, hace más de 45.000 años.

Al situar la fecha del asentamiento australiano 65.000 años atrás, los investigadores confirman algunas de las teorías cambiantes sobre cuándo abandonaron África los primeros humanos.

Al situar la fecha del asentamiento australiano 65.000 años atrás, los investigadores confirman algunas de las teorías cambiantes sobre cuándo abandonaron África los primeros humanos.

Las excavaciones llevadas a cabo en el refugio rocoso de Madjedbebe han desenterrado más de 10.000 herramientas de piedra, ocres, restos vegetales y huesos. Entre los artefactos encontrados en los últimos años en varias capas de asentamiento se encuentran los «crayones» ocres y otros pigmentos, lo que se cree que son las hachas más antiguas del mundo y evidencias de que estos primeros seres humanos sembraron semillas y procesaron plantas. Los pigmentos indican el uso de la pintura para la expresión simbólica y artística, mientras que las herramientas pueden haber sido utilizadas para cortar la corteza o frutos de los árboles.

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Sitio arqueológico en Madjedbebe, Territorio del Norte, Australia.

Todas las actuaciones en el lugar involucraron a la comunidad aborigen local. La Corporación Aborigen Gundjeihmi, que representa al pueblo Mirarr, revisó los hallazgos gracias a un memorándum de entendimiento y un contrato con los científicos, que daba a la comunidad la oportunidad de supervisar la excavación. Los aborígenes estaban interesados en saber más sobre los primeros ocupantes humanos, particularmente tras las amenazas ambientales planteadas por las actividades mineras cercanas de hoy en día.

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La investigadora Elspeth Hayes con los aborígenes encargados de custodiar el yacimiento.

Tras recuperar los artefactos, el equipo de investigación, liderado por la Universidad de Queensland, utilizó una moderna técnica, la luminiscescencia ópticamente estimulada (OSL), para determinar su antigüedad. La datación por radiocarbono, que requiere un cierto nivel de carbono en una sustancia, puede analizar materiales orgánicos de hasta 45.000 o 50.000 años. Pero la OSL va más allá y puede datar la última vez que un grano de arena fue expuesto a la luz solar, lo que es útil para determinar cuándo un artefacto fue enterrado, hasta hace 100.000 años o más.

Esa y otras técnicas de vanguardia ayudaron a establecer el tiempo en el que vivieron los antiguos australianos y cómo era el entorno que los rodeaba. El equipo encontró que cuando estos antepasados humanos llegaron, el norte de Australia era más húmedo y frío. Además, la vegetación de Madjedbebe se mantuvo estable durante la ocupación humana, lo que sugiere que no hubo ningún cambio ambiental importante que pudiera haber llevado a los seres humanos a abandonar el área.

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(De izquierda a derecha) El líder del equipo Chris Clarkson junto a Richard Fullagar y Elspeth Hayes examinando una extraña piedra de amolar hallada en las capas más bajas de la excavación.

Otra consecuencia del estudio es que hasta ahora se pensaba que fueron los seres humanos quienes llevaron a la extinción a los grandes animales de la zona, debido a la caza o a la alteración de sus hábitos, «pero estas fechas confirman que la gente llegó antes y no fue la causa central de la muerte de la megafauna», explica Ben Marwick, antropólogo de la Universidad de Washington. «Cambia la idea de que los seres humanos destrozaron el paisaje y mataron a la megafauna por la coexistencia, lo cual es una visión completamente diferente de la evolución humana».