Inicio Cosas que pasan Los «voladores» de Papantla: los dioses que bajaron del cielo

Los «voladores» de Papantla: los dioses que bajaron del cielo

La interpretación oficial de la tradición mesoamericana dice que se trata de un simple rito simbólico de fertilidad, empero, la hipótesis del antiguo astronauta ofrece otra perspectiva de lo que podrían representar realmente unos «hombres-pájaro que de los cielos a la tierra descienden».

Papantla es una pequeña y pintoresca localidad en el estado de Veracruz, México. Y en ella, según los relatos orales desde tiempos prehispánicos, se celebra este «ritual», donde cuatro hombres, atados con largas cuerdas a distintas partes del cuerpo —la cintura, las piernas, el torso— se arrojan al vacío desde el extremo superior de un poste cuya altura, según el lugar donde se presente (pues, declarado patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO, hoy se presenta en distintas regiones de ese país), oscila entre veinte y treinta metros de altura.

Una vez lanzados al vacío y mediante un torno o malacate fijado en el extremo, comenzarán a girar alrededor del poste descendiendo a tierra, mientras un quinto hombre, llamado «el caporal», sentado en la parte superior, acompaña con música de flauta y tambor el mal llamado «espectáculo». En ese descenso, los «voladores» realizan trece vueltas en torno al poste, y terminan suavemente posando sus pies en tierra.

La inevitable pregunta es: ¿qué representa esta tradición? Y como punto de partida tomemos la «historia oficial», de la que nos hablan los academicistas, la Wikipedia o las guías de turismo. Según esa versión, hubo un tiempo de prolongadas sequías, y en las proximidades de Papantla los ancianos decidieron pedirle a Tlaloc, dios de la lluvia, la bendición de su razón de ser e idearon este ritual para propiciarla…

Parece que fue efectivo, pues llovió copiosamente. Y eso perpetuó la práctica. Práctica que tiene todo un protocolo ritual, pues no se trata de un poste cualquiera, sino de un árbol elegido cuidadosamente en plena selva, talado y cepillado, transportado ritualmente (no debe volver a tocar el suelo, no debe ser tocado por ninguna mujer, pues eso se considera de «mal augurio») y «sembrado» en un punto específico, en un hoyo profundo donde previamente se ha arrojado, según el lugar, maíz, flores, mescal y eventualmente sangre de algún ave sacrificada.

Representación del dios Tlaloc (de aspecto reptiliano, cabe destacar).

Representación del dios Tlaloc (de aspecto reptiliano, cabe destacar).

Antes de avanzar, permítaseme establecer una conexión —que parece haber sido obviada— con otra práctica ceremonial que conozco en persona «desde adentro»: las Danzas del Sol. Esta práctica, que se supone también ancestral, consiste en cuatro días de completo ayuno (de bebida y comida) donde los Danzantes, luego de extenuantes jornadas —realizando al amanecer una ceremonia de Temazcal, danzando sin detenerse hasta la puesta del sol y Temazcal nuevamente— son «colgados» con ganchos de fuertes espinas de la piel de la espalda y de un llamado «Árbol de Rezos», que antes del comienzo de las ceremonias ha sido plantado con tanta meticulosidad como el de los «voladores». Así colgados giran, se bambolean, hasta que su propio peso desgarra la piel y caen al suelo, considerándose esa ofrenda de sangre como un tributo al Sol.

Lo que parece, decía, habérsele escapado a muchos, es que esta escena de las Danzas del Sol es el complemento de los «voladores» de Papantla. En efecto: éstos descienden. Los Danzantes del Sol, ascienden. Y aquí quiero, antes de la previsible conclusión de este artículo, señalar un hecho fundamental.

Danzantes del Sol.

Danzantes del Sol.

Y es éste: la versión oficial carece de fundamentos metodológicamente correctos, pues se basan en unos casos aislados de transmisión oral. Se me podrá decir que no debo despreciar la tradición oral aunque el academicismo antropológico, etnológico y arqueológico lo haga a diario pero que nosotros, deudores conscientes de la Sabiduría Ancestral, solemos revalorizar.

El punto es que en este caso, esta «tradición oral» es de vida breve: debemos recordar que todas las ceremonias ancestrales en el México prehispánico fueron sistemáticamente prohibidas, perseguidas y castigadas durante un período mínimo de trescientos años. En efecto, el simple Temazcal fue, en el México conquistado de los siglos XVI y XVII castigado con la muerte por la Inquisición, penado con prisión e incautación de bienes en el siglo XVIII, tolerado pero muy mal mirado oficialmente —y en forma «paralegal» sus cultores en ocasiones asesinados, torturados o exiliados— en el siglo XIX y sólo vuelta a aceptarse en el siglo XX y aún así, de manera muy recelosa hasta los años 60.

Tlakaélel junto al Árbol de Rezos.

Tlakaélel junto al Árbol de Rezos.

La pregunta inevitable es: ¿cuánto de estas «reconstrucciones» son puristas en el detalle?

Lo que quiero significar aquí es que si éstas ceremonias no existieron al menos durante tres y posible, cuatro siglos y medio, la «tradición oral» también se tiene que haber interrumpido durante largos períodos de tiempo. Significa esto que lo que llamamos entonces «transmisión oral» tendrá, a lo sumo, un siglo o siglo y medio de antigüedad. Entonces, suponer que es fiel al original es una petición de principios, no una certeza histórica.

Lo que digo es: recuperada, reconstruida, re-dramatizada la ceremonia, esos cultores, que con el tiempo pasaron a ser los «abuelos» de los que se nutrieron académicos, historiadores, literatos, no sostenían la versión auténticamente original: sólo expresaban su propio parecer. Respetable, sí. Pero eso no es «transmisión oral».

Voladores.

Voladores.

De manera que tenemos un solo hecho cierto: que como muestran murales y «códices», esta ceremonia —aquí me limito a los «voladores», pero la apreciación es extensiva a las otras mencionadas— existía. Qué representaba, sigue siendo materia opinable.

Podemos hacer dos lecturas, una simbólica y otra literal. La simbólica es que, exactamente, remite a la Naturaleza prodigando sus dones. En el terreno de lo simbólico, entonces, su opuesto complementario, los Danzantes del Sol, con su ofrenda de sangre «simbolizan» que su sacrificio los une en común-unión con el astro solar, al que ascienden metafísicamente.

Pero la literal es igualmente sustentable: que es lo que se ve. Hombres que bajan de los cielos.

Visitantes extraterrestres

¿Especulación? Tal vez. O semi plena prueba, en todo caso. Porque sí es parte de la «tradición oral», por ejemplo, que el Conocimiento —de la agricultura, la medicina, la matemática, la astronomía— «fue traída de las estrellas por las serpientes».

Serpientes voladoras. Quetzalcoatl. Reptiles portador del saber. Como los dragones celestes de la China milenaria. O esa serpiente bíblica que da al ser humano la opción del conocimiento, pues le ofrece discernimiento.

Sin duda, la riqueza ornamental y simbólica de la ceremonia tiene explicaciones antropológicas. Que sean trece las vueltas, por caso, remite a la trecena del Tonalamatl (el calendario mexica tolteca). La «pureza» a conservar del árbol destinado, también (acotemos aquí que el Árbol de Rezos de donde se cuelgan los Danzantes del Sol tiene la misma meticulosidad en su selección, transporte y «sembrado», es decir, instalación en su destino final. Pero la idea matriz, generatriz, tanto en uno como en otro caso, remite a lo mismo: hombres que bajan del cielo. Hombres que ascienden al cielo. Y si aplicamos la «navaja de Occam», el principio de economía de hipótesis: ¿qué resulta más lógico? ¿Perdernos en umbrosas asociaciones simbólicas o interpretar los hechos, simplemente, como se ven?

Yo elijo pensar que estas ceremonias se realizaban, simple y llanamente, para conmemorar los tiempos en que hombres y «dioses» bajados de las estrellas eran parte de la cotidianidad.

Por Gustavo Fernández.