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Antoinette de Mónaco: la princesa que conspiró para arrebatar el trono a su sobrino Alberto II

«Antoinette Grimaldi resultaba menos cosmopolita que la Princesa Grace, pero tan desgraciada en amores como Carolina y tan casquivana como Estefanía«. Así fue como el periodista Juan Pedro Quiñonero describió a Su Alteza Serenísima la Princesa Antoinette de Mónaco el día de su muerte. Una mujer que vivió como quiso, sin el menor sentido de la lealtad y protagonizando algunos de los grandes escándalos del Principado de Mónaco mucho antes que sus sobrinas siguieran su testigo…

Una procedencia ilegítima y una infancia falta de cariño

Antoinette Louise Alberte Suzanne Grimaldi nació el 28 de diciembre de 1920, siendo la primera hija de la Princesa Carlota de Mónaco y el Conde Pedro de Polignac, así como primera nieta del por entonces soberano del principado, Luis II de Mónaco. Eso sí, su procedencia familiar estaba muy lejos de lo que se podría presuponer de una Familia Real en aquellos tiempos.

Y es que una de las razones por la que los Grimaldi son considerados todavía hoy como unos royals de segunda fila es precisamente porque la Princesa Carlota era una hija ilegítima nacida del romance del Príncipe Luis con una lavandera francesa llamada Marie Juliette Louvet. El soberano monegasco nunca llegó a casarse y debido a que las leyes dinásticas no contemplaban esta situación, en 1918 tuvieron que ser modificadas para aceptar la posibilidad de adoptar a un hijo en ausencia de uno legítimo. Lo curioso es que Luis II no adoptó a su hija hasta 1919, cuando ésta tenía ya tenía 21 años. En cualquier caso, tras la adopción se convirtió directamente en Heredera al Trono y Duquesa de Valentinois.

Si ya de por sí la situación era cuanto menos compleja, el nacimiento de Antoinette y el hecho de que fuese mujer no clarificaron mucho el futuro de la Dinastía Grimaldi, regida en lo que a sucesión se refiere por la Ley Sálica. Por suerte, el 31 de mayo de 1923 la Princesa Heredera dio a luz al ansiado varón destinado a garantizar la supervivencia de la familia: el Príncipe Rainiero. Su hermana mayor sería automáticamente desplazada a un segundo plano en el que nunca llegaría a mostrarse a gusto.

En lo que sí ambos estarían durante años igualados sería en la falta de cariño por parte de sus padres, quienes se divorciaron en 1933 y cuyo matrimonio había distado desde el primer momento de ser modélico en todos los sentidos. La principal consecuencia que esta decisión tuvo para sus hijos fue que tuvieron que trasladarse a vivir con su abuelo, quien por las responsabilidades de la Corona no podía dedicarles tanto tiempo como necesitaban.

La infancia de los dos hermanos sería de todo menos feliz y ninguno de ellos se recuperaría nunca de ese trauma. El Príncipe Rainiero declararía a este respecto años después: «Mi hermana y yo hemos sido educados por una niñera. A nuestros padres solo les veíamos a las cinco de la tarde y únicamente durante una hora. El resto del tiempo estábamos confinados en una habitación de juegos«. Antoinette, mucho menos comedida, no tendría reparo alguno en afirmar: «Mi madre parecía más interesada en sus perros que en sus hijos«.

El enemigo está en casa (o en palacio)

El 30 de mayo de 1944, la Princesa Carlota (que nunca había estado lo más mínimamente interesada en las responsabilidades de la realeza) decidió ceder sus derechos sucesorios a favor de su hijo menor, quien se convirtió automáticamente en Príncipe Heredero. La muerte de su abuelo unos años más tarde (1949) lo convertiría oficialmente en soberano de Mónaco con el nombre de Rainiero III. Hasta aquí todo iba según las normas de cualquier monarquía, pero desde el principio hubo una persona que se negó a aceptarlas.

La Princesa Antoinette ya había dado muestras desde niña de un carácter mucho más rebelde e inconformista que el de su hermano y en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, protagonizó su primera conspiración para conseguir lo que Rainiero le había arrebatado por el único hecho de ser hombre: el trono. Mónaco había sido ocupado por el ejército alemán y a la princesa no se le ocurrió nada mejor que enamorarse del Teniente Winter, perteneciente al bando enemigo. Era toda una irresponsabilidad por su parte y muchos vieron en su romance una forma de convertirse en reina gracias a la supuesta aprobación de Adolf Hitler, que gracias a esta unión conseguiría hacerse con el control total del principado teniendo como soberano a uno de sus oficiales y de consorte a una Grimaldi. Eso sí, afortunadamente los planes fueron desbaratados por el Príncipe Luis II, quien prohibió cualquier enlace de alguien de la Familia Real mientras durase la guerra. Para cuando ésta concluyó, el Teniente Winter ya había sido destinado al Frente Oriental y su amada ya había ocupado su corazón con otro hombre.

El nuevo amante de la princesa era el tenista Alexandre Athenase Noghès, con quien mantuvo un largo romance durante la década de los 40 y del que nacieron tres hijos: Isabel Ana (1947), Christian Luis (1949) y Cristina Alicia (1951). Todos ellos fueron considerados ilegítimos por haber nacido fuera del matrimonio, pero a pesar de eso dieron a su madre una posición ventajosa sobre su hermano, quien por aquel entonces seguía soltero y sin hijos. Antoinette no dudó en utilizar a su hijo varón para, de nuevo, intentar convertirse en reina.

Intentó convencer a los políticos monegascos de que el Príncipe Rainiero no estaba preparado para las responsabilidades de la Corona y que ante la perspectiva de una soltería que se prolongaba demasiado, resultaría más conveniente apostar por ella y por su hijo varón. Su plan pasaba por destronar a Rainiero y asumir ella la regencia hasta la mayoría de edad de Christian Luis Grimaldi. No obstante, el sonoro romance y la fastuosa boda protagonizadas por el soberano y la actriz Grace Kelly en 1956 supusieron su segunda derrota (que no la última).

Entre el tiempo que transcurrió desde la Boda Real y el nacimiento de la Princesa Carolina en 1957, Antoinette seguiría esgrimiendo sus argumentos con cada vez menor convicción. El nacimiento del Príncipe Alberto en 1958 acabaría por frustrar definitivamente sus planes, puesto que al fin Rainiero tenía un heredero varón y se libraba de la prolongada sombra de su hermana. Todo ello no hizo más que enfriar las relaciones entre los dos y, sobre todo, crear una enemistad de por vida entre la Princesa Grace y su cuñada.

La última conspiración de la Princesa Antoinette tendría lugar en 1962, durante la grave crisis diplomática entre Francia y Mónaco. El dirigente francés Charles de Gaulle exigía a su homólogo monegasco que endureciese sus políticas fiscales para evitar la desviación de capitales y con la amenaza de anexionar el principado a Francia en caso de que Rainiero no accediese. Unas arduas y tensas negociaciones en las que Antoinette y su marido por aquel entonces – Jean Charles Rey – se postularon como posible opción afín a los intereses franceses. La pareja llegó a un acuerdo con De Gaulle según el cual ellos asumirían el Trono a cambio de entregar Mónaco a su país vecino.

La Princesa Grace tuvo conocimiento de la conspiración de su cuñada a tiempo y pudo evitar que el acuerdo se consumase. La crisis se resolvió y Rainiero pudo conservar su puesto, pero tuvo que enfrentarse a la peor decisión de su vida: desterrar a su hermana. Siguiendo a regañadientes el mandato del príncipe, Antoinette y su familia fueron obligados a abandonar Mónaco e instalarse en la región de Èze (en la Riviera Francesa). La enemistad manifiesta entre la esposa de Rainiero y su cuñada jugaría en contra de esta última y al fin la estadounidense pudo consolidar su puesto como consorte.

Una trayectoria amorosa con dignas herederas

Durante los años siguientes Antoinette se dedicaría a criticar desde su exilio forzoso a su cuñada por su procedencia plebeya y muy especialmente por la manera – según ella errónea – en la que estaba educando a sus hijas, las princesas Carlota y Estefanía. Las dos jóvenes, de manera paradójica e inconsciente, acabarían convirtiéndose en las dignas herederas de su tía debido a su infructuosa búsqueda del amor: las tres mujeres se han casado y divorciado varias veces. Todas ellas han perecido ante la famosa maldición que pesa sobre los Grimaldi y que condena a sus miembros a la eterna infelicidad conyugal.

Como ya se ha dicho, la Princesa Antoinette mantuvo durante años un romance con el tenista Alexandre Athenase Noghès, padre de sus tres hijos. No oficializaron su unión hasta la boda que tuvo lugar el 4 de diciembre de 1951 en Génova (Italia), el mismo año en que nació su última hija. Debido a esto, la hermana del Príncipe Rainiero se ganó el poco honroso título de primera princesa europea en tener hijos fuera del matrimonio. Eso sí, parece que la decisión pudo ser en cierto modo acertada teniendo en cuenta que la pareja se divorció en 1954, solo tres años después de haberse casado.

Su siguiente marido fue el político Jean Charles Rey, presidente del Parlamento de Mónaco y manifiestamente declarado opositor al Príncipe Rainiero. Desde su boda en La Haya (Países Bajos) el 2 de diciembre de 1961, ambos unieron sus fuerzas y su odio común hacia el soberano monegasco para protagonizar las sonadas e infructuosas conspiraciones con las que intentaron arrebatarle el trono. Probablemente estos fracasos hicieron mella en su relación y acabaron divorciándose en 1974.

Su tercer y último marido sería John Brian Gilpin, un bailarín del Royal Ballet británico 10 años menor que ella. En el momento de su boda, ella tenía 62 años y él 53. La ceremonia tuvo lugar en el Palacio Principesco de Mónaco el 28 de julio de 1983, un año después del fallecimiento de Grace Kelly y en pleno proceso de rehabilitación pública de la Princesa Antoinette. Desgraciadamente, Gilpin falleció de manera inesperada seis semanas más tarde y convirtió a su esposa en una viuda con tres matrimonios y dos divorcios a sus espaldas.

Rehabilitación pública y últimos años

El fallecimiento de la Princesa Grace el 14 de septiembre de 1982 sería determinante para forzar el fin del exilio de su cuñada. Hasta entonces habían sido contadas las ocasiones en que había vuelto a protagonizar algún acto en Mónaco, pero a partir de ese momento el Príncipe Rainiero decidió olvidar los problemas del pasado y encontró en ella a la mejor candidata posible para ocupar el puesto de acompañante que había dejado su fallecida esposa. Eso sí, con dos condiciones: mantenerse alejada de las esferas de poder y dedicarse únicamente a las obras benéficas.

Con quien Antoinette había mantenido una relación afectiva prácticamente intacta era con sus sobrinos. Los príncipes Alberto, Carolina y Estefanía adoraban a su tía y sus visitas a la Riviera Francesa habían sido frecuentes durante el exilio. Además, la relación con sus primos también era (y sigue siendo todavía) muy buena y cercana.

De este modo la hermana del Príncipe Rainiero se convirtió en su acompañante oficial en los principales actos públicos del principado y comenzó a desarrollar una notable labor social: fue nombrada Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y de la Asociación de Mujeres de Mónaco, así como Vicepresidenta de la Cruz Roja de Mónaco. Año tras año se dedicaría también a presidir los Seminarios Internacionales sobre Medicina Alternativa que tenían lugar en Montecarlo.

Tras la muerte Rainiero III y debido a la prolongada soltería del Príncipe Alberto, ella se convirtió en su acompañante en el anual Baile de la Rosa. No obstante, la subida al trono de su sobrino en 2005 supuso un considerable revés para las eternas pretensiones al trono que todavía mantenían la Princesa Antoinette y sus hijos. Y es que tras la reforma de la Constitución en 2002 se restringió la posibilidad de suceder a los descendientes directos y, de manera alternativa, a los hermanos de príncipes reinantes y sus descendientes. Antoinette ya no era hermana de príncipe reinante, por lo que ella y sus hijos perdieron sus derechos sucesorios de manera definitiva.

Sus últimos años de vida estarían condicionados por la osteoporosis y un cáncer de páncreas nunca confirmados. Su avanzada edad y estos factores llevaron a que la Princesa Antoinette falleciese el 18 de marzo de 2011 a los 90 años, curiosamente en el centro médico que lleva el nombre de su cuñada y enemiga: el Hospital Princesa Grace. En señal de respeto hacia su querida tía, el Príncipe Alberto declaró dos semanas de luto en Mónaco y se celebró en su memoria un Funeral de Estado. La muerte consiguió así darle los honores que en vida no tuvo.