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Insultos y amenazas: La verdad que esconde la mala relación de Rocío Flores y Rocío Carrasco

El principio del fin

> 27 de julio de 2012. Son las ocho de la mañana de un viernes de verano. Rocío Carrasco y su hija desayunan en la cocina de su chalet de Valdelagua, una exclusiva urbanización sita en las afueras de Madrid. Ninguna de ellas podía presagiar que una nectarina desataría el caos en sus vidas. Este cítrico colorado se convirtió en protagonista de una fuerte discusión que terminó con la primogénita de la Jurado tendida en el suelo, mientras Rocío Flores la emprendía a patadas con ella, según los documentos judiciales a los que Vanitatis ha tenido acceso. Este viernes negro para toda la familia constituye el principio del fin de su relación maternofilial, y a día de hoy todavía están inmersas en una desagradable guerra que parece no tener fin.

Pocas horas después de aquella fatídica pelea, Rocío Flores se personó en un cuartel de la Guardia Civil, acompañada de su padre Antonio David Flores, para denunciar a su madre por malos tratos. Paradójicamente, fue ella quien acabó siendo declarada culpable, un año después, “de un delito de maltrato habitual, de un delito de maltrato, de una falta continuada de amenazas y de una falta continuada de injurias”. Pero, ¿a que se debe ese cambio de tercio en la historia que ocupamos? El testimonio del psiquiatra de Rocío Carrasco fue clave para demostrar el infierno por el que pasó la heredera universal de la más grande.

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