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Irene de Grecia: así es la hermana, mejor amiga y confidente de la Reina Sofía

Discreción. Esa es sin duda la palabra que mejor define a la hermana pequeña de la Reina Sofía. Una mujer que pese a descender de las grandes familias de la realeza europea nunca se ha caracterizado ni por un aprovechamiento de su rango ni mucho menos por presumir de él. Ella misma hablaría así de lo que implica ser Su Alteza Real la Princesa Irene de Grecia y Dinamarca en una de sus escasas entrevistas: «Ser de la realeza no es ser más alto o más bajo que nadie. Es una profesión, como la de músico o médico. Yo soy princesa, pero eso no me impide limpiar un baño«. Sin duda toda una declaración de intenciones por parte de la royal más inusual, curiosa y peculiar de la Familia Real Griega…

Una azarosa infancia marcada por el exilio

Corría el año 1942 cuando la embarazada Princesa Federica de Grecia y sus dos hijos se encontraban refugiados en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) tras tener que abandonar su país debido a la invasión nazi. El Príncipe Pablo no les acompañaba, ya que debía permanecer en Egipto para llevar a cabo su labor diplomática. No consiguió siquiera llegar a tiempo para presenciar el nacimiento de la que sería su tercera y última hija.

La Princesa Irene nació el 11 de mayo de 1942 y su madre la describió como «una niña encantadora, muy cariñosa y que casi nunca llora«. Fue bautizada teniendo como padrino al General Smuts, el líder de la por entonces Unión Sudafricana que dio cobijo a los Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y Hannover en los momentos más duros de su exilio y cuando no muchos se atrevieron a hacerlo. La elección del nombre de la benjamina tendrá desde entonces una doble interpretación todavía no resuelta: hay quien dice que fue un homenaje a su tía materna (también llamada Irene), pero la opción que más fuerza tiene es la del significado de «paz» que Irene tiene en la lengua griega.

Una anécdota protagonizada años después servirá de argumento para sostener esta última teoría. Y es que ya de vuelta en Grecia, el Príncipe Pablo se convirtió en Rey en 1947 y por lo tanto su hijo Constantino pasó a ser el Príncipe Heredero o ‘Diádocos’. Según reveló la que sería Reina Sofía a la periodista Pilar Urbano en su biografía, en aquellos años las dos hermanas disfrutaban metiéndose con el primogénito diciéndole que a ellas dos sí se las mencionaba durante la misa y que a él, por muy «Diádocos» que fuese, no. Constantino no hablaba griego y lloraba al no saber que Sofía significa ‘sabiduría’ e Irene ‘paz’ en ese idioma.

Este pasaje de su vida sirve también para ilustrar lo unidos que estarían desde siempre los tres hermanos, cuyo nexo se forjó en el marco de las dificultades vividas durante su exilio, primero en Sudáfrica y posteriormente en Egipto. Allí permaneció la Familia Real Griega hasta que pudieron volver a su país en 1946. Sería la primera vez que la Princesa Irene (la única de los tres hijos de los Reyes Pablo y Federica que no nació en Grecia) pisaría el país al que le debía su título.

Dos hermanas inseparables

La subida al trono del Rey Pablo en 1947 supuso un gran cambio para el núcleo familiar y muy especialmente para sus dos hijas, quienes se vieron relegadas por el protocolo a favor de su hermano solo por su condición de varón. Así lo contaba Doña Sofía: «A mí me fastidiaba bastante que de repente todos los regalos fuesen para él. A mí por ser la mayor aún me tocaba algo. Pero a Irene… ¡ni las raspas!» Y es que la pequeña siempre se caracterizaría por un carácter muy introvertido y poco dado a la notoriedad. «Por protocolo Irene siempre se quedaba atrás y había que volverse para rescatarla«, añadía la Reina.

Ambas durante sus años de infancia y adolescencia serían no solo hermanas, sino también mejores amigas e incluso compañeras de clase. Primero a cargo de Theofanos Arvanit -que inculcó a las dos princesas la pasión por la arqueología hasta el punto de que juntas escribieron los libros ‘Cerámicas en Decelia’ y ‘Miscelánea arqueológica’ como recopilatorio de sus hallazgos– y posteriormente en el internado de Salem, a donde Irene quiso ir tras la estancia allí de su hermana mayor. «Irene me traía frita porque quería hacer todo lo que yo hiciera: vestirse como yo, ir a Salem como yo… Hasta que ya a veces le decía: «Anda, rica, ¡déjame un ratito en paz!«, rememoraría la esposa del Rey Juan Carlos años después.

Precisamente en la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía en 1962, la Princesa Irene no solo ejerció de Dama de Honor, sino que también se encargó personalmente de elegir la música que sonaría a lo largo de ceremonia. Y es que la princesa griega tiene de manera casi innata un don para la música que la ha llevado a dar conciertos de piano a lo largo de Europa e incluso en los Estados Unidos.

Una ciudadana del mundo

La Familia Real Griega siempre se había caracterizado por la gran unión y el gran afecto que sentían los unos por los otros, pero con la partida de Sofía a España ese núcleo familiar se rompió y en pocos años quedaría desquebrajado por completo. El Rey Pablo I murió el 6 de marzo de 1964 a los 62 años, víctima de un cáncer de esófago. La noticia dejó devastada a su devota esposa pero también a sus hijos. Ya nada volvería a ser igual para ninguno de ellos.

El encargado de sucederle fue su hijo, quien sería coronado como Constantino II. Debido a que por aquel entonces todavía no había tenido descendencia, la Princesa Irene se convirtió de manera casi inesperada en Heredera al Trono (Sofía había renunciado a sus derechos dinásticos al casarse con Don Juan Carlos en 1962). Por suerte para ella, tan poco apegada al protocolo y a las responsabilidades regias, en 1965 nació su sobrina Alexia y a partir de entonces su estatus en la nueva Familia Real quedó difuminado a un segundo plano.

La felicidad duró poco, ya que en 1967 tuvo lugar un Golpe de Estado que puso fin a la Monarquía en Grecia y obligó a su Familia Real a exiliarse por quinta vez desde que la Dinastía Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg se instaló en el país heleno en el siglo XIX. En un primer momento se trasladaron a Roma pero, ante las múltiples dificultades que se avecinaban, la Reina Federica y la Princesa Irene decidieron emprender su vuelo por libre y entre 1966 y 1974 fijarían su nuevo hogar en las lejanas tierras de La India.

Allí ambas encontrarían la paz que tanto se había vinculado a la Princesa Irene desde su nacimiento pero que durante los últimos años les había sido esquiva. Fue una etapa en la que la hermana pequeña de Doña Sofía se descubrió a sí misma gracias al budismo y a la filosofía vedanta, preconizada por el maestro Mahadevan y basada en la idea de que la liberación espiritual no se alcanza mediante ninguna acción, sino a través del intelecto y la conexión con el universo.

A menudo viajaban a España para pasar largas temporadas en el Palacio de La Zarzuela con la Reina Sofía y su familia, pero tras el fallecimiento de la Reina Federica en 1981, las estancias de Irene se irían prolongando cada vez más. Así se lo contaba ella a Pilar Urbano en la biografía ‘La Reina’ (1996): «Vine a España para cinco días ¡y me quedé cinco años! Luego, poco a poco, cada vez iban siendo más largas mis ‘temporadas de paso’ en España. Y no sé si me he quedado para siempre, pero ¡aquí estoy!«

Lo cierto es que tras décadas de residencia en el país, la Princesa Irene no pudo gozar de la nacionalidad española hasta el 18 de marzo de 2018. Hasta entonces era una «ciudadana apátrida», ya que desde el Golpe de Estado de 1967 se le había arrebatado -tanto a ella como a su familia- la nacionalidad griega y únicamente gozaba del pasaporte danés en calidad de descendiente del Rey Christian IX de Dinamarca.

Tal condición nunca supuso un problema para ella, puesto que desde la muerte de su madre ha estado dividiendo su tiempo entre España, India y desde hace poco también Grecia. Allí se les permitió volver en 2013 tras años de exilio e Irene no puede estar más encantada: «Mi mayor ilusión ha sido poder regresar a Grecia, mi país natal, donde hemos pasado lo mejor de nuestras vidas y también los peores momentos. Somos muy felices de haber podido regresar después de tantos años sin poder poner el pie en nuestro país».

La curiosa personalidad de ‘Tía Pecu’

«Mis éxitos se los debo a mi familia, a mis hermanos, pero mis errores son solo míos«. Esta frase de la Princesa Irene resulta altamente ejemplificadora de lo que ha sido su discreta existencia y fue la elegida por ella misma para concluir la ronda de entrevistas con la periodista Eva Celada que concluyeron en la publicación de su única biografía oficial: ‘Irene de Grecia, la princesa rebelde’ (2007). Un libro hacia el que en un principio mostró su desinterés – «¿Qué tengo yo que decir?» – pero con el tiempo se ha convertido en una obra indispensable para comprender su compleja personalidad.

La autora describe a la princesa como una persona muy cercana, impaciente, cálida y con sentido del humor: «Me ha gustado de ella su franqueza, algo rústica y que a veces te desarma, la serenidad que emana de su pensamiento intelectual, su sincera humildad y su capacidad de adaptación a todos los ambientes. Tiene una alegría natural que la hace muy atractiva, porque hace sentir bien a los que la rodean, aunque a veces llega a comunicar una cierta preocupación por la responsabilidad de su rango».

Ese rango al que se refiere es el que hace de ella una persona de interés público, pero sin embargo nunca ha estado en el centro de atención. Ella prefiere mantenerse en un segundo plano y no llamar la atención. Aún así no ha podido evitar que trasciendan una serie de datos de ella que, lejos de perjudicarla, la retratan como una persona de lo más curiosa y poco común en los ambientes de la realeza: no fuma, no bebe, es vegetariana, ve poco la tele, le fascinan a partes iguales la cultura maya y los ovnis y se declara admiradora de la medicina alternativa.

Su única actividad oficial es, desde 1986, estar al frente de Mundo en Armonía: una organización benéfica que ella misma creó con el objetivo de prestar apoyo humanitaria y participar en proyectos de desarrollo para personas y organizaciones que necesiten ayuda, independientemente de consideraciones de raza, religión, nacionalidad o ideología.

Toda su vida ha permanecido soltera, aunque son varios los romances que se le adjudican. Entre los nombres con más peso están miembros de la realeza como el Príncipe Miguel de Orleans (con quien supuestamente mantuvo una relación antes de que éste conociese a Beatriz Pasquier) o Gonzalo de Borbón (primo del Rey Juan Carlos). Hay periodistas que sostienen además que Jesús Aguirre (segundo marido de la Duquesa de Alba) llegó a estar tan enamorado de la Princesa Irene que el propio Rey Juan Carlos tuvo que pararle los pies: «Jesús, Irene es un jardín prohibido para ti».

Todo ello ha hecho que sus sobrinos españoles la denominen cariñosamente ‘Tía Pecu’. Con todos ellos mantiene una fantástica relación casi maternal, puesto que su presencia en La Zarzuela ha sido una constante desde su nacimiento. Sin embargo, quienes la conocen afirman que de todos los hijos de los Reyes Juan Carlos y Sofía, por quien Irene siente auténtica devoción es por la Infanta Cristina. Un sentimiento que es recíproco por parte de la ex Duquesa de Palma, que puso a su única hija el mismo nombre que su tía.

La periodista Mábel Galaz sostiene que la presencia de la Princesa Irene en el seno de la Familia Real Española ha sido clave, sobre todo durante los últimos años, para evitar su desmembramiento: «En los tiempos convulsos que se han vivido en La Zarzuela tras la irrupción del Caso Nóos, Irene ha actuado como figura conciliadora«. Quien sin duda más le agradece este papel conciliador es su verdadera alma gemela: la Reina Sofía.

A falta de amigas en las que apoyarse, la Reina ha encontrado siempre en su hermana al mejor ‘paño de lágrimas’ ante las numerosas desgracias que le ha tocado vivir. Además, a diferencia del Rey Constantino, Irene nunca ha intervenido directamente en el matrimonio de su hermana posicionándose en contra de su cuñado (con el que mantiene una muy buena relación a pesar de todo). Las muestras de complicidad entre ambas son constantes en cada una de sus apariciones y pocas personas hay en el mundo de la realeza que se profesen un cariño tan sincero y desinteresado como estas dos hermanas. Gracias a ‘Tía Pecu’, Doña Sofía continúa teniendo motivos para sonreír.