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La decisión del Príncipe Guillermo y Kate Middleton para proteger su intimidad en Kensington Palace

Mientras la mayor parte de las Familias Reales viven en residencias alejadas del centro de la ciudad, que es donde suelen estar los Palacios Reales. Así pasa por ejemplo en España, donde los Reyes residen en La Zarzuela, que se ubica en el Monte de El Pardo, donde se garantiza plenamente su seguridad e intimidad.

La Familia Real Británica reside en el centro de Londres. La Reina tiene su residencia oficial en Buckingham Palace, si bien es cierto que pasa los fines de semana en Windsor, mientras el Príncipe de Gales vive en la cercana Clarence House, y los Duques de Cambridge y otros miembros de la dinastía se alojan en Kensington Palace.

Kensington Palace es un bonito lugar para vivir, pero tiene ciertas incomodidades. Cada día es visitado por numerosos turistas, y además, los paparazzi andan al acecho para captar imágenes de la Familia Real Británica, principalmente de los Duques de Cambridge y sus tres hijos. Además, la marcha de los Duques de Sussex a Frogmore House, en Windsor, les convierte en el blanco más deseado por los fotógrafos.

Es habitual que se les pueda hacer fotos sobre todo en el helipuerto, ya que para acudir a sus compromisos oficiales tienen que tomar un helicóptero en numerosas ocasiones, por lo que entre esta circunstancia y el deseo de poder vivir con mayor privacidad, la Familia Real Británica ha tomado una decisión.

El parque secreto de Kensington Palace

Kensington Palace cuenta ahora con 600 laureles que se han plantado a lo largo del muro para proteger al Príncipe Guillermo y Kate Middleton de las miradas de los curiosos, algo que ha costado en torno a 17.000 euros. Sin embargo, por el momento es pronto para que haga efecto, ya que los árboles son todavía pequeños.

Previamente, concretamente en el año 2017, Vanity Fair recuerda los Duques de Cambridge ordenaron plantar unos 200 árboles para crear un parque ‘secreto’ en los jardines de Kensington Palace para que sus hijos pudieran jugar y divertirse sin miedo a ser fotografiados por los paparazzi. La idea costó unos 23.000 euros.