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Luis Fernando de Orleans, el primo incómodo al que Alfonso XIII despojó de títulos y dignidades

Nació infante de España, pero murió despojado de todo título honores por decisión de su primo. Luis Fernando de Orleans y Borbón, hijo de la infanta Eulalia y nieto de la reina Isabel II, vivió una vida rodeada de escándalos, tantos que el entonces rey Alfonso XIII no tuvo otra opción que retirarle la condición de infante de España y otros honores. El primo del monarca fue una de las personalidades más llamativas y excéntricas de principios del siglo XX y se convirtió en un rostro popular en el París de la Belle Époque. Sin embargo, su desenfrenada vida fue objeto de escándalos y rumores que provocaron más de un quebradero de cabeza en la corte española.

Portada del libro sobre Luis Fernando /La Esfera de los libros

Ahora, el escritor Eduardo Álvarez (Vitoria-Gasteiz, 1976) nos sumerge en la historia de este royal desconocido para la mayoría. El hijo de Eulalia recoge la historia completa de Luis Fernando quien, a pesar de su condición homosexual, no dudaría en contraer matrimonio con la princesa de Broglie, anciana entonces, cuya fortuna despilfarraría en apenas unos años de matrimonio.

Sin embargo, tal como explica el autor, no es fácil seguirle la pista al segundo hijo de la infanta Eulalia: “el ex infante es alguien esquivo. Creo que, en su obsesión por encontrar la felicidad, no llegó a saborearla nunca y que siempre vivió con frustración la pulsión entre la decepción que causó a los suyos no ser lo que se esperaba de él y la desilusión por no poder ser lo que a él realmente le habría gustado, que era ser actor”, asegura. Lo que tiene claro es que Luis Fernando de Orleans fue un personaje excesivo en todos los sentidos:  “un auténtico bon vivant, un tipo con enorme sensibilidad, aunque con los años, sobre todo en su etapa adulta, también desarrollara un carácter hedonista y caprichoso que se tornó incluso en algo cruel. No fue una mala persona, aunque siempre se supo una rara avis y, cuando lo asumió, no dudó en dejarse arrastrar por sus pasiones, aunque con ello hiciera daño a terceros”.

Un infante maldito que, según el autor, pagó el precio por sus excentricidades: “fue un miembro muy incómodo para la familia real, pero no más de lo que hoy lo son otros eslabones de la dinastía. Para mí, Luis Fernando es un símbolo del genuino ADN de nuestros Borbones, con lo bueno y con lo malo”, explica.

Luis Fernando con su madre, la infanta Eulalia (1904)

Antes de embarcarse en este proyecto, el escritor se autoimpuso una única condición: no escribir sobre ningún personaje histórico sobre el que ya hubiera publicada alguna novela. Es gracias a este motivo que Luis Fernando de Orleans y Borbón llamó su atención ya que, hasta la fecha solo existía una biografía sobre él:  “tiene una vida fascinante. Una vida que ya es, de por sí, una novela”, ha asegurado el periodista.

A pesar de que se trata de una novela, los datos que recoge el texto son fieles a la documentación que está disponible sobre esta peculiar figura: “he intentado no incurrir en excesos de ficción que deformen la realidad. Es muy fácil dejarse llevar por la caricatura, porque él es muy excesivo, pero mi obsesión era intentar reflejar lo más fidedignamente posible lo que yo percibía de él a través de las huellas que han quedado”, asegura el autor.

Luis Fernando fue, en su época, un personaje muy incómodo y conflictivo para su propia familia, que acabó despojándolo de su título de infante y condenándolo al ostracismo: “nunca se le ha rehabilitado, hasta el punto de que es uno de los pocos miembros de la familia real por el que nadie se ha vuelto a preocupar. Sus restos ni siquiera están en España”, sentencia. Sin embargo, mientras que a principios del siglo XX la figura de un personaje como Luis Fernando era incómoda para la prensa, probablemente a día de hoy, se habría convertido en un gran reclamo para el público: “hoy sería un personaje muy popular en los medios, pero molesto para la monarquía. A la prensa y al gran público les habría caído seguramente en gracia, pero no a la institución”, recalca el autor.