Inicio Chiiist! Por favor, que alguien pinche la burbuja egoblogger e instagrammer

Por favor, que alguien pinche la burbuja egoblogger e instagrammer

“Son imágenes artificiales. Un sistema basado en la aprobación social, los gustos, la validación de las visitas y el éxito en número de seguidores”. Así de tajante se mostraba hace unas semanas ante sus más de 687.000 seguidores la joven australiana Essena O’Neil. Esta adolescente ha experimentado en tiempo récord el auge y la caída de un fenómeno que, aún hoy, se cree imparable: la burbuja ‘instagrammer’. La ¿última escisión? de un negocio surgido en el marco de la crisis económica y que ha resultado ser muy rentable: el mundo ‘egoblogger’.

Gracias a él, hemos asistido a “la democratización de la moda”. De esta forma han definido infinidad de revistas y publicaciones relacionadas con el sector ‘fashion’ este fenómeno inicial. El mismo que catapultó las carreras de jóvenes anónimas como Chiara Ferragni. A través de su archiconocida bitácora ‘The Blonde Salad’ vino a decirle al mundo que con el ajustado presupuesto de una estudiante de Derecho era posible vestir a la moda sin arruinarse.

Gracias a eso, y a un (ex)novio que fotografiaba todos sus estilismos, su fama creció de forma exponencial. A partir de ahí surgieron colaboraciones con firmas de moda, la contratación de un equipo capaz de gestionar todos sus compromisos, así como su asistencia a presentaciones, fiestas y desfiles de postín. De esta forma, llegó a tener el estatus propio de una ‘celebrity’ bajo el sobrenombre de ‘it girl’. La definición número uno en el manual que rige las vidas de todas ellas: detestan que las llamen ‘egobloggers’ o, ahora, ‘instagrammers’. Aunque, en el fondo, lo sean.

El de Ferragni es solo un caso paradigmático. Aunque serio, elegante y refinado. Propio del innato ‘stile’ italiano que posee la joven. Una entre un millón de chicas que aspiran a convertirse en faros de las tendencias a través de sus blogs y redes sociales. Como en su día hizo ella hasta que dejó de posar con ropa ‘low cost’ para hacerlo bien pertrechada de bolsos o maletas de lujo. En España también las hay. Aunque, como con casi todos los fenómenos vinculados al mundo ‘fashion’, no dejan de ser casos alienados. Algunas, incluso, con menos ‘stile’ y más aires cañís.

En el país que ha sido cuna de modistos como Balenciaga o Pertegaz, las ‘egobloggers’ e ‘instagrammers’ patrias, además de ser amantes de las tendencias, se han convertido en prescriptoras del ‘canapeo’ y el ‘cohecho’ gratuito. Es habitual verlas en presentaciones e inauguraciones –móvil en mano– comiendo medianoches a dos carrillos y aún así gozando de siluetas con tallas ‘XXXXS’. 

En este tipo de eventos, todo es (incluido ellas mismas) susceptible de ser fotografiado y publicado en sus blogs o cuentas de Instagram. Y lo hacen previo pago. Porque, a grandes rasgos, su fuente de ingresos –comestible y económica– se basa en dos grandes hitos: en promocionar a la marcas durante estos actos y en ‘vender’ su imagen y la de las firmas a través de las fotografías que publican en las redes sociales. Eso sí, en todas estas imágenes nunca falta el típico ‘product placement’: el bolso o la prenda de turno cedido o regalado por las firmas para que ellas mismas lo publiciten. 

‘Escaparates’ virales

Casi sin quererlo, se han convertido en estudios de mercado andantes. Todo lo que tocan o fotografían se convierte en viral. Verlas posar o producir fotografías donde, irremediablemente, aparece una o varias marcas en cuestión se ha convertido en el mejor filón para un sinfín de firmas relacionadas con la moda, la belleza o el estilo de vida. Sus rutinas diarias, donde todo exuda color y ‘buenrollismo’, están sometidas al escrutinio público porque su universo personal, además de laboral, es pura fachada. Y si no que se lo pregunten a Essena O’Neill.

Patrocinios, acciones especiales o colaboraciones son tres de las grandes tartas que se reparten las ‘egoblogger’. Tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El triunfo y el rédito económico de todas estas plataformas supone, a día de hoy, uno de los mayores reclamos para muchas jóvenes que quieren entrar a formar parte de este ‘negocio’. O ¿acaso no resulta goloso publicar un ‘post’ por valor de, por ejemplo, 3.000 euros por posar con una camiseta de una determinada marca? ¿Y acudir como VIP a un desfile en la Semana de la Moda de París?

El objetivo de ‘andar por casa’ con que surgieron este tipo de bitácoras ha derivado en un escaparate fundamental para las firmas. Lo que antes se consideraba ‘low cost’ con gusto, la superexposición de ‘modelitos’ combinados con acierto en chicas de a pie, es ahora una pantalla donde las marcas de alta gama se publicitan. Por tanto, para todas aquellas nuevas hornadas de blogueras que aspiran a ser como ellas, han descubierto que la burbuja ha explotado: solo unas cuantas manejan el cotarro y guardan en sus preciados armarios ropa y complementos de lujo.

Las ‘egobloggeras’ son ya una suerte de neandertales de la Red. Publicar un ‘post’ con infinidad de imágenes donde hay variedad de poses con un pequeño texto al final ya no interesa tanto. Y eso que algunas se esmeran en escribirlos en dos idiomas. Muchas de ellas han optado por reinventarse. Aunque no con todo el éxito que esperaban. Sus espacios patrocinados dentro de sus bitácoras o los espacios publicitarios por los que también reciben dinero se consumen menos porque su público reclama contenidos (aún) más básicos. Y ha sido Instagram la última plataforma encargada de pinchar esa burbuja que surgió después de que se explotara la inmobiliaria. Su auge llegó con el ‘boom’ de la crisis económica mundial. 

La hora de las ‘instagrammers’

Es en este punto donde surge un nuevo fenómeno: el de las ‘instagrammers’. Si las ‘egoblogger’ nos han demostrado que todo se torna muy básico –menos textos en sus ‘post’ y algunos de una dudosa calidad gramatical– esta nueva tribu ‘iFashion’ lo es aún más. Hace unos días me acerqué, no sin ciertas reservas iniciales, a un libro recientemente publicado por la que está considerada como uno de los máximos exponentes de esta ‘corriente’ en nuestro país. En ‘Andrea Belver, el outfit perfecto para cada ocasión’ (editorial Espasa), esta joven catalana de 17 años glosa –con un lenguaje adolescente– cómo lucir perfecta en cualquier situación. Amén de haber hecho de este libro un bonito álbum de fotos similares a las que publica en su cuenta de Instagram, Belver narra viajes, recomienda música o sugiere ciertos trucos –ellas los llaman ‘tips’– para parecer, entre otras muchas cosas, más alta.

Y cómo no, la máxima se repite. Si las ‘egoblogueras’ preferían ser llamadas ‘it girls’, las ‘instagrammers’ también rehúsan que se las encasille. “Me empezaron a considerar una ‘blogger’ (…) Nunca me he llegado a sentir identificada con esa categoría, al contrario, me hace sentir algo incómoda y no me gusta que me llamen así”, asegura esta joven en su libro.

Probablemente no lo sienta como tal. Pero es el precio a pagar cuando existe una sobrexposición exponencial de las rutinas diarias de estas jóvenes en las redes sociales. Cuando la vida se convierte en una pantalla donde todo parece funcionar a golpe de luz y color. Porque, al final, Belver también tiene la respuesta a este fenómeno: “Recuerdo el día que llegó el primer collarcito a casa… ¡mi madre y yo alucinábamos!”. El público propio de las ‘egobloggers’ había emigrado. Y con ellas las marcas. ¿Serán las ‘instagrammers’ las nuevas ‘egoblogueras’? ¿Explotará su burbuja o se desinflará a medida que surja otra red social? Que se lo pregunten a Essena O’Neill. Hasta para prever su ‘caída’ ha sido toda una prescriptora de tendencias. 

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