Inicio Chiiist! Seminci 61: Conflictos familiares, represión y rebelión

Seminci 61: Conflictos familiares, represión y rebelión

Un gesto de rebeldía en Irán

Una de las pequeñas sorpresas del festival ha sido la película ‘Dokhtar (Hija)‘,del iraní Reza Mirkarimi. Una joven quiere despedirse de su amiga de la universidad y pedirá a su padre ir en avión a Teherán para asistir a una reunión de compañeras. Esta simple demanda causará un cisma familiar ante la negativa de su progenitor a dejarla viajar sola.

El director explora en la primera parte de la película, a través de los ojos de la muchacha, el ambiente represivo en el que se encuentra instalada bajo los designios dictatoriales de un padre sobreprotector que no hace sino representar los valores de una sociedad en la que la mujer debe someterse a la voluntad del heteropatriarcado, y la contrapone a la libertad que se respira en esa reunión de amigas en la que las jóvenes mujeres hablan sin tapujos de sus problemas y sus necesidades. Por esa razón, el gesto de desobediencia de la hija, es también algo así como un acto de rebeldía dentro del cine iraní, que suele recurrir a la metáfora para soslayar la censura, y que en este caso se atreve a exponer de forma nítida y casi expositiva los conflictos de los personajes. Sin subterfugios. Alto y claro.

La película nos introduce en la tensa relación entre padre e hija hasta alcanzar unas cuotas de incomodidad y desasosiego realmente angustiosas. Puede que la narración pierda fuerza a lo largo de su segunda parte, cuando el punto de vista recae en la figura de ese padre que termina por descubrir que su comportamiento castrador solo ha terminado por generar sufrimiento a su alrededor. Pero lo cierto es que la fuerza de su mensaje es simbólicamente demoledora: “Yo lo único que quería, por una vez, era decidir por mí misma”.  

Después de la revolución tunecina

Es curioso que la película ‘Hedi‘ hable de los mismos temas que ‘Hija’solo que cambiando la sociedad iraní por la tunecina y el punto de vista femenino por el masculino. Hedi es un joven al que su madre le ha organizado la vida. Está a punto de casarse con una chica a la que ni siquiera todavía ha besado, tiene un trabajo prometedor que detesta y en general, se ha dejado dirigir por su entorno más cercano. En uno de sus viajes de trabajo, conocerá a una de las animadoras del hotel en el que se hospeda. Comenzarán a mantener relaciones sexuales y Hedi, al principio hermético y meditativo, irá progresivamente abriendo su corazón y a esbozar una sonrisa.

El director Mohamed Ben Attia radiografía este progreso de cambio de una forma tan absorbente como delicada, introspectiva y silenciosa. Además, con este personaje parece querer simbolizar la transformación acaecida dentro de la sociedad de su país después de la revolución. La obediencia y la sumisión frente a la necesidad de romper las ataduras tanto sociales como íntimas. De la pasividad a la acción, de la frustración a la liberación. Las diferencias sociales, la crisis económica, el sometimiento a las tradiciones, la inamovible adjudicación de roles… son algunas de las cuestiones que se ponen de manifiesto a través de leves apuntes que contribuyen a configurar un panorama hostil que paulatinamente irá volviéndose más sensitivo hasta culminar en una reveladora escena de baile en la que Hedi por fin perderá sus inhibiciones. Una estupenda alegoría en torno al pasado y al presente en Túnez auspiciada por los hermanos Dardenne.

El honor, la humillación y la ira

“Esta ciudad es un desastre”, dice el protagonista de ‘The Salesman’, la nueva película de Asghar Farhadi. Y no es casual que el director sitúe la primera escena en un edificio a punto de desmoronarse desde sus cimientos mientras que los inquilinos comienzan a desalojarlo al mismo tiempo que se resquebrajan los cristales. Hay estructuras muy sólidas, a prueba de bombas, como parece ser el matrimonio formado por Emad y Rana, que sin embargo pueden desintegrarse en un abrir y cerrar de ojos.

The Salesmantoma su título de la obra de Arthur Miller, “Muerte de un viajante”, que la pareja se encuentra representando en el teatro. A lo largo de la narración se irán insertando algunos pasajes, primero de los ensayos y más tarde de las funciones, no para establecer un simple paralelismo entre un texto que versa al fin y al cabo sobre el fracaso, sino para ir observando las pulsiones de los protagonistas encima y detrás del escenario, donde reflejarán sus propios desasosiegos internos.

En realidad, se trata de una película de venganza pura. Pero en ella no hay sangre, y la violencia nunca es explícita, flota en el ambiente de manera profundamente incómoda y exasperante. Porque es una violencia llena de rabia y de ira. Farhadi es un cineasta muy calculador, también muy sibilino a la hora de dosificar el suspense y de ir generando tensión subrepticia. Va poco a poco introduciendo la semilla del rencor hasta que nos conduce a un tercer acto demoledor en el que no solo se representa (la escena tiene también un carácter teatral), sino que se siente la verdadera esencia de la humillación y la furia de una manera realmente perturbadora y asfixiante.The Salesmanvuelve a revelar al director como un maestro a la hora de mostrar las heridas internas y las debilidades humanas. Una pieza soberbia.

Cambio de piel

La directora brasileña Anna Mulaylaert vuelve a reflexionar, tras ‘Una segunda madre‘, alrededor de la maternidad y las diferencias sociales en su país a través de la historia real de un adolescente que descubre que fue robado de pequeño. La cámara se encargará de seguir la transformación de un personaje que, al fin y al cabo, se encuentra ya de por sí en proceso de cambio. Se trata de una historia en torno a la identidad. La sexual y también la biológica y social. Explora las diferencias generacionales y ofrece una mirada sensible e inquisitiva a ese salto simbólico que supone todo cambio, ya sea de piel o de entorno. La película se beneficia de la matizada interpretación del joven Daniel Botelho, pero no es capaz de sacar partido al conflicto que se genera con sus verdaderos progenitores, dibujados con trazos de brocha gorda.

La loca familia nipona

Yôji Yamada es un director que ha abrazado el clasicismo a lo largo de su filmografía, ha practicado el cine histórico de samuráis desde su vertiente más académica y humanista y, aunque nunca haya generado ninguna obra que podamos considerar cumbre, ha demostrado su talento en films hermosos y crepusculares comoEl ocaso del samurái.

Ahora recupera a los personajes de ‘Una familia en Tokyo’ (2013), su particular revisión del clásico de Ozu, Cuentos de Tokyo, para componer en ‘Kazoku Wa Tsuraiyo (Maravillosa familia de Tokyo)‘ una comedia bufa a modo de esperpéntico vodevil, en la que nunca deja de tener en cuenta que, a pesar de introducir efectos cómicos, debe seguir rindiendo tributo al maestro a través de la composición de sus planos, en los que la serenidad y armonía se ven truncadas por los continuos estallidos de un humor, por decirlo de alguna manera, poco sofisticados. Un choque curioso.  

El director intenta reflexionar en torno a la descomposición de la familia tradicional sin profundizar de verdad en las claves de la ruptura generacional y en los cambios acaecidos en la sociedad en los últimos tiempos. Eso sí, relega definitivamente la figura del patriarca a un segundo plano dentro de una estructura doméstica en la que ha perdido todo su poder. Se trata de una película bienintencionada, retozona y bastante anticuada que se queda como un mero entretenimiento de sobremesa.