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A 18 años de la muerte de Heberto Padilla: Su poesía no pudo ser borrada

Heberto Padilla fue uno más de los proscritos (foto tomada de encaribe.org)

LA HABANA, Cuba.- Hace 18 años, el 25 de septiembre de 2000, encontraron muerto a Heberto Padilla, en Auburn, Alabama, donde ejercía como profesor universitario.

A la poesía de Padilla no consiguieron borrarla los comisarios culturales del castrismo. Tampoco pudieron, por mucho que se esforzaron, destruir al poeta, minar su prestigio, convertirlo en un monigote, como hubiesen querido.

En noviembre de 1968, los comisarios no pudieron impedir —pese a lo mucho y fuerte que presionaron— que un jurado, en el que estaban José Lezama Lima y Manuel Díaz Martínez, concediera el Premio de Poesía Julián del Casal de la UNEAC al poemario de Padilla Fuera del juego.

El libro lo publicaron a regañadientes, pero con el añadido de una coletilla donde advertían del “carácter contrarrevolucionario” de los poemas de Padilla, y escalaban el pico de la paranoia al referirse a una conspiración de intelectuales que hacían el juego al imperialismo yanqui. Y luego, recogieron el poemario de las librerías y lo convirtieron en pulpa. Como mismo hicieron paralelamente con Los siete contra Tebas de Antón Arrufat —el otro premiado maldito de aquel concurso— y habían hecho poco más de un año antes con Paradiso, de Lezama Lima, solo por aquel capítulo VIII que escandalizó a los homofóbicos decisores culturales.

Después de aquello, cuando un comisario que  firmaba como Leopoldo Ávila —nunca se supo si era el teniente Luis Pavón o José Antonio Portuondo, o ambos— los panfletos que publicaba en Verde Olivo, la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en contra de los artistas e intelectuales que no acababan de someterse, Padilla fue uno de sus principales blancos.

El fuego de la artillería de Leopoldo Ávila preludió el encarcelamiento de Padilla y de su esposa, la también escritora Belkis Cuza Malé, en 1971.

Cuando la Seguridad del Estado sacó al poeta del calabozo, consideró que ya lo había machucado bastante como para hacerlo retractarse públicamente ante sus colegas de la UNEAC y que eso sirviera de escarmiento. Pero el poeta, con su confesión, su retractación y sus acusaciones a sus colegas, a los que no les quedó más remedio que autoinculparse y deshacerse en pedidos de disculpas, aprovechó para vengarse.  Todo era tan ridículo, tan tenebroso, que al mundo no se le escapó el tufo estalinista de aquella purga antiintelectual. Muchos destacados intelectuales extranjeros, hasta entonces solidarios, rompieron con el castrismo, espantados por el caso Padilla.

El régimen creyó que condenando a Padilla al ostracismo se libraría de él: que se alcoholizaría, que enfermaría,  que su corazón no aguantaría tanta soledad, que moriría de tristeza por tanto amigo que le daba la espalda.

En 1980, gracias a las gestiones de varios gobiernos extranjeros, el régimen permitió que Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé partieran al exilio. En Estados Unidos rehízo su vida y su carrera, que los mandamases daban por terminada. Como si fuera tan fácil borrar libros como El justo tiempo humano, Fuera del juego y En mi jardín pastan los héroes.

Tal vez la sobrevida del poeta les molestó tanto que después de su muerte, los comisarios quisieron regar un chisme que nadie les creyó: que en sus últimos tiempos Padilla estaba arrepentido de haberse ido, y estaba dispuesto a todo con tal de que lo perdonaran y le permitieran regresar a prestar sus servicios al castrismo.

Fue la última jugarreta que intentaron, póstumamente, los comisarios contra Heberto Padilla, y también les salió mal.

Profético, como en cierto modo son todos los poetas, ya Padilla había advertido lo que ocurriría, por decir su verdad, y dejar luego que cualquier cosa ocurriera: “que te rompan tu página querida/ que te tumben a pedradas la puerta/ que la gente se amontone delante de tu cuerpo/ como si fueras un prodigio o un muerto”.

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