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A 30 años de Berlín el comunismo cada vez disimula menos su perversidad

A 30 años del Muro de Berlín el comunismo cada vez disimula menos su perversidad. Foto tomada de Internet

LA HABANA, Cuba.- Aún no está claro si fue un error de Gunter Schabowsky, si fue una palabra dicha por el apparatchik o mal interpretada en la turbación reinante, la que el 9 de noviembre de 1989 provocó que cayera el Muro de Berlín.

El miembro del Buró Político del Partido Socialista Unificado Alemán (PSUA) y Secretario General del Partido en Berlín Este no tuvo tiempo –y probablemente tampoco ganas– de verificar las órdenes de sus jefes para comprobar si la derogación de la prohibición de salir del país entraba en vigor inmediatamente, como había anunciado en la TV, o al siguiente día, como concedieron, a regañadientes ante las masivas protestas, los jerarcas comunistas.

Los alemanes, que no aguantaban más tanta opresión, no esperaron a que se dilucidara el asunto. Decenas de miles de berlineses acudieron esa misma noche al Muro y sobrepasaron a los guardias fronterizos.

Aquel ignominioso muro de 200 000 toneladas de hormigón, de 43 kilómetros de largo y coronado por alambradas de púas, que se irguió como cancerbero y divisor de la ciudad y las vidas de sus habitantes durante 28 años, cayó entre mandarriazos, gritos de libertad y lágrimas de alegría. Los esbirros de la Stassi y las divisiones de tanques del Pacto de Varsovia no pudieron impedirlo. Los adoquines de aquel muro que costó la vida de cientos de alemanes que quisieron escapar de la tiranía se convirtieron en souvenirs del pasado comunista de Alemania Oriental. Lápidas, pequeñas de tamaño, pero inmensas por su simbolismo, de otro fracaso totalitario.

En Cuba, en aquel momento, los medios oficiales evitaron abundar sobre el tema. Más bien lamentaron la caída del Muro de Berlín, que según explicaban, “había servido para contener la agresividad imperialista”.

Mayor aún fue la desinformación en los meses posteriores, cuando los gobiernos satélites de la Unión Soviética fueron cayendo uno a uno, como fichas de dominó.

Recuerdo que, en diciembre de 1989, para no informar mucho del final de Nicolae Ceausescu, el tirano rumano, Granma y el NTV se esmeraron en exagerar el número de civiles muertos durante la operación militar norteamericana en Panamá para capturar al dictador Noriega.

Luego, cuando informaban de los países ex-comunistas, incluidas las ex repúblicas soviéticas –porque hasta la Unión Soviética se derrumbó, o se desmerengó, como le gustaba decir a Fidel Castro– era para referir las duras condiciones en que vivía la población tras el regreso del capitalismo, y como añoraban el pasado socialista.

La nada oculta moraleja era que los cubanos tenían que resistir, porque “eso” o peor era lo que nos esperaba si “la revolución” se venía abajo y se producía una restauración capitalista.

Hasta poco antes los cubanos, ajenos a las pesadillas que nos esperaban, nos hacíamos ilusiones con la Perestroika, leíamos con asombro las revelaciones sobre el estalinismo de las revistas Sputnik y Novedades de Moscú, y para refrescar, escuchábamos a toda hora, en la radio y las grabadoras de cassettes, a Juan Luis Guerra pedir “ojalá que llueva café”.

Pero el Máximo Líder fue a contracorriente de Gorbachov y la Perestroika, decretó la Política de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, anunció que ahora sí iba a construir el socialismo y prohibió por subversivas a Sputnik y Novedades de Moscú. Y   ante el desplome soviético, se puso en sus trece, y apocalíptico, proclamó que solo había una opción: “Socialismo o muerte”.

No teman: no voy a volver sobre el Periodo Especial y sus consecuencias, que todavía estamos pagando. Solo quiero que no pase por alto el aniversario número 30 del fin del Muro de Berlín, un hecho que por su significación histórica, puede compararse a la Revolución Francesa, y aunque representó todo lo contrario y fue su desenlace, a la Revolución Bolchevique de 1917.

No sería “el fin de la historia”, como decía Fukuyama, pero la cambió definitivamente, y en muchas cosas para mejor. A pesar de que la idea comunista, negada a reconocer su fracaso, aun alienta bajo otros disfraces y pretextos, que cada vez disimulan menos su perversidad. ¡Si lo sabremos los cubanos!

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