Inicio Cuba A 40 años de los sucesos de la embajada de Perú

A 40 años de los sucesos de la embajada de Perú

Suceso de la embajada de Perú, abril de 1980. Foto internet

LA HABANA, Cuba.- Hace 40 años, el 4 de abril de 1980, cuando Radamés y Héctor, dos jóvenes inadaptados de Lawton, lograron convencer al Títere para penetrar en la embajada de Perú a bordo de la guagua que manejaba y pedir asilo político allí, no imaginaron la crisis que iban a generar y que cambiaría no solo la vida de ellos tres, sino la de todos los cubanos.

Cuando el ómnibus de la 79 que cubría la ruta Lawton-Playa se estrelló contra la verja de la embajada, en medio de los balazos de los guardias, Radamés iba con los ojos bien abiertos, detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse en el piso como los demás. Quería ver cómo entraba, a 65 kilómetros por hora, en la libertad. Fue el primero que resultó herido. Una bala le rozó la cabeza, y otra le entró por la espalda. Faltaron unos centímetros para que le destrozara el espinazo.

A Héctor también lo hirieron, pero ya estaban en territorio peruano y según las leyes internacionales, no los podían arrestar.

En el tiroteo resultó muerto un guardia. Lo mató el fuego cruzado de sus colegas. Los tripulantes de la guagua iban desarmados. Pero Fidel Castro, enfurecido porque los diplomáticos peruanos se negaron a entregar al gobierno cubano a los transgresores, los culpó de la muerte del guardia.

Lo que no previó el dictador, cuando rabioso ordenó retirar la custodia de la embajada, fue que en menos de dos días más de 10 000 personas entrarían a la embajada pidiendo asilo. Entonces ordenó que cercaran la sede diplomática y apalearan y arrestaran a todo el que intentara acercarse a ella. De no haber hecho eso, muchos miles más se hubieran sumado a los que abarrotaban la institución diplomática, incluso la azotea y subidos a los árboles.

Su próxima jugada para convertir ese revés en victoria fue tratar de convencer al mundo de que la inmensa mayoría de los que intentaban escapar del paraíso revolucionario eran delincuentes, rufianes, antisociales… La escoria, como los bautizó.

Para demostrar la “baja catadura moral” de los asilados en la embajada, luego de tenerlos varios días sin agua ni comida, las autoridades repartieron unas insuficientes cajitas de cartón con arroz y huevo que lanzaban por encima de la cerca. Del otro lado, los cámaras de la prensa oficial se deleitaban filmando las rebatiñas por la comida, en que las mujeres y los niños llevaban la peor parte.

Hoy resultan asombrosas las infamias de aquellos días del periódico Granma y el NTV sobre los hechos que acaecían en la embajada de Perú. Cuesta concebir tanta canallada.

Unas semanas después el régimen autorizó a que los cubanos residentes en Estados Unidos pudiesen venir en embarcaciones al puerto del Mariel a buscar a los familiares que quisieran irse del país. Pero les impuso la condición de que tenían que llevarse también a “antisociales”.

Y estos fueron, no solo los que iban saliendo de la embajada con salvoconductos, sino también presos comunes, muchos de ellos con problemas mentales, y los que, para poder llegar a Cuatro Ruedas, tenían que aceptar la humillación de presentarse a la policía y declararse delincuentes u homosexuales (que, en aquella época, para los mandamases, era casi lo mismo).

En septiembre de 1980, cuando cerraron Mariel, unos 125 000 cubanos habían arribado al sur de la Florida. Antes, tuvieron que soportar golpizas y todo tipo de vejámenes por parte de las turbas alentadas por el régimen a realizar los llamados “actos de repudio”.

Aún así, y de las dificultades que enfrentaron en sus primeros tiempos en los Estados Unidos, debido principalmente a los prejuicios contra los “marielitos”, no se arrepienten de haber escapado del castrismo.

Tengo muchos amigos que afirman que su llegada a Miami en 1980 fue como si hubiesen vuelto a nacer. Y no les falta razón. No se reconoce ya en ellos a aquellos seres angustiados y sin ilusiones que conocimos y que se fueron apedreados, pateados y escupidos por las turbas.

Muchos, que en Cuba eran marginados, considerados como “lacras sociales” por el régimen, lograron cumplir sus sueños y convertirse en profesionales o artistas. Los escritores de la llamada Generación del Mariel son una prueba de ello. ¿Pueden imaginar, por ejemplo, solo por citar el caso más conocido, qué hubiese sido de Reinaldo Arenas de haber seguido en Cuba?

Los que no lograron realizar exactamente lo que soñaron al menos pudieron vivir libres y con dignidad, sin la tiranía velándole los pasos y reglamentándoles los actos.

Pero no solo por eso les decía al principio de esta crónica que aquel 4 de abril de 1980 cambió la vida de todos los cubanos.

El régimen castrista nunca pudo recuperarse del golpe que significaron la embajada de Perú y el éxodo de Mariel para su prestigio internacional, con aquellos millares de cubanos desesperados por escapar del comunismo castrista. Y quedó al desnudo, con los actos de repudio, la vileza y la barbarie de que es capaz este régimen.

Aquellos viles programas todavía son una herida sin sanar, que abochorna no solo a muchos de los que participaron en ellos, sino también a los que por miedo los presenciaron sin chistar. Máxime los que hoy, para no morirse literalmente de hambre, dependen de las remesas y los paquetes de los parientes y amigos a los que ayer, para no señalarse, ni siquiera se atrevieron a despedir y desearles suerte.

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