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A quince años de la Primavera Negra Cubanet

Una monja deposita flores frente a las fotos de los presos de la Primavera Negra (cubanexilequarter.blogspot.com/Archivo)

MIAMI, Estados Unidos.- No puedo evitar entristecerme los 18 de marzo. Ese día, en el año 2003, comenzó la ola represiva conocida como la Primavera Negra.

El primer blanco que golpeó la policía política fue la casa del periodista independiente Ricardo González Alfonso, que fungía como sede de la Sociedad de Periodistas “Márquez Sterling” y sala de redacción de la revista De Cuba, el primer medio independiente que existió bajo el régimen castrista.

La revista, donde colaboraban algunos de los más importantes periodistas independientes, entre ellos Raúl Rivero, que era nuestro muy especial mentor, iba por el segundo número.

Ricardo González Alfonso era el director y yo el redactor de la revista. Ambos fuimos arrestados, además de Álida Viso Bello, la compañera sentimental de Ricardo.

Luego de un minucioso registro de más de seis horas, llevado a cabo por una decena de agentes de caras más que hoscas, cargaron con todo lo que había en la redacción: libros, papeles, más de una veintena de ejemplares del segundo número de la revista que no habíamos tenido tiempo de repartir, la computadora —la primera que habíamos tocado alguna vez—, la impresora, todos nuestros equipos de trabajo. No dejaron ni las presillas.

A González Alfonso se lo llevaron esposado a Villa Marista. Álida y yo fuimos puestos en libertad. Parece que no les importamos, les parecimos insignificantes. Y créanme que no me alegró. No es que tenga vocación de martirio, pero tenía complejo de que alguien pudiera pensar que yo era un chivato. Cuando se vive bajo una dictadura, uno sufre esas paranoias.

Fui a casa de Raúl Rivero a avisarle, pero ya estaba enterado. La TV había informado de la detención de “un grupo de mercenarios a sueldo del Gobierno norteamericano”. Llevaban días machucando con esas infamias en el Noticiero y la Mesa Redonda. Especialmente luego de un taller de ética periodística, organizado por Manuel David Orrio, que se celebró en la residencia del embajador norteamericano James Cason, y que fue calificado por las autoridades como “una provocación anticubana”.

Muchos pensábamos que aquel taller para periodistas independientes sería una ratonera. Y no nos equivocamos. Orrio resultó ser un infiltrado de la Seguridad del Estado. No nos sorprendió demasiado. Lo veíamos venir. Era demasiado su odio contra Raúl Rivero y la Sociedad “Márquez Sterling”.

Por Rivero supimos que la razzia no había sido solo contra la revista De Cuba. Ya había decenas de detenidos, periodistas y opositores, especialmente activistas del Proyecto Varela. Y en todos los casos los represores siguieron el mismo método de los registros y la confiscación de documentos y equipos de trabajo.

Las redadas duraron hasta el 20 de marzo. Poco a poco nos enterábamos de los que iban arrestando. No se sabía en qué momento los esbirros llegarían a tu puerta.

Raúl Rivero fue de los últimos arrestados. Ya pensábamos que no se atreverían con él, porque era conocido internacionalmente. Pero se atrevieron. También encarcelaron a Manuel Vázquez Portal. Es proverbial la animadversión de siempre del régimen castrista hacia los poetas —recordemos los casos, por solo citar los más sonados, de Heberto Padilla y Tania Díaz Castro—.

Finalmente los encarcelados fueron 75. Nunca he entendido la lógica que emplearon los represores para confeccionar la lista de sus víctimas. Tal vez muchos fueron escogidos al azar, para completar una cifra. Lo que está claro es que querían aterrorizar. Y que estaban muy asustados por el auge que iba tomando la oposición. Todos Unidos, la concertación opositora más efectiva que ha tenido que enfrentar el régimen, había conseguido reunir más de 10 000 firmas en apoyo del Proyecto Varela y Oswaldo Payá las había presentado como demanda ciudadana ante la Asamblea Nacional. Ante aquello el régimen, mediante un referendo circense, modificó la Constitución para anclarle la aberrada irrevocabilidad del socialismo.

El régimen pensó que la atención mundial estaría concentrada en el inicio de la guerra en Irak y que no habría mucha repercusión por la ola represiva en Cuba. Pero se equivocó. A la hora de condenar a 20 y 30 años de cárcel y hasta amagar con la pena de muerte a los acusados, debía haber reparado en que ya no estábamos en los años 60, cuando encarcelaban y fusilaban a trocha y mocha y el mundo permanecía indiferente, fascinado por aquella revolución de barbudos guerrilleros fotogénicos. Aun con las bombas cayendo sobre Bagdad, el escándalo por la ola represiva en Cuba fue mayúsculo, incluso hasta entre intelectuales y artistas de la izquierda que hasta ese momento apoyaban incondicionalmente al castrismo.

Y fue todavía peor el escándalo cuando para dar un escarmiento y parar en seco los desvíos de aviones y embarcaciones —lo dijo así el propio Fidel Castro— fusilaron a los tres jóvenes que intentaron secuestrar la lancha que cruza la bahía de La Habana.

Los resultados para el régimen fueron contraproducentes. Aquellos presos, reconocidos internacionalmente como presos de conciencia, se crecieron en valor y dignidad en las dantescas cárceles a las que fueron enviados. Los carceleros, por mucho derroche de crueldad que hicieron, no lograron aplastarlos. Llegó un momento en que no sabían cómo salir del problema que se buscaron con aquella razzia.

Una de las malas consecuencias para el régimen de aquel paroxismo represivo de la primavera de 2003 fue la creación de las Damas de Blanco. Quince años después, esas valientes mujeres aún se mantienen en su lucha pacífica, por mucho que se han esforzado los esbirros en hostigarlas, difamarlas y dividirlas.

A pesar de que de los 75 encarcelados más de una veintena eran periodistas, no lograron acabar con el periodismo independiente, que no solo continuó, sino que creció cualitativamente.

Eso, quince años después, compensa la angustia de aquellos días y nos da fuerzas para volver a tocar el tema, aunque duela recordar un tiempo triste, para que nunca se olvide aquel acto infame de una dictadura que, si en algo ha cambiado, ha sido de disfraz.

Luis Cino vive en La Habana y actualmente se encuentra de visita en EEUU

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