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Anexión: en busca de cartas perdidas

Foto Archivo

LA HABANA, Cuba.- Es mucha la información que ha desaparecido en más de medio siglo de dictadura castrista. Un fuego ideológico y diabólico ha hecho polvo valiosos libros, documentos, entrevistas periodísticas, fotos, cartas, historias.

Las cartas, por ejemplo, firmadas por Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Pedro Figueredo, Bartolomé Masó, Francisco Maceo Osorio, entre muchos otros, solicitando la anexión de Cuba a Estados Unidos durante la guerra de Independencia, no se encuentran ni en los centros espirituales.

Para la confección de esta crónica necesitaría tener el libro “Vida de Ignacio Agramonte –documentos”, publicado en La Habana en 1974 por el historiador Juan Jiménez Pastrana (1903-1987), donde por última vez aparecieron en Cuba las cartas mencionadas. Pero lograr un permiso especial del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista, autorizando el préstamo del libro de los fondos de la Biblioteca Nacional, es imposible para la prensa independiente: no pertenecemos a la manada de comprometidos de los Castro.

Pero como todo lo que se busca con afán se encuentra, aquí les dejo las cartas más ignoradas por un régimen que, aún así, hoy preferiría tener como país solidario al más rico del mundo, que apuntale una economía destruida gracias al bárbaro socialismo castrista.

Varios historiadores del exilio, como Ed Prida, Pedro Arencibia y Pedro Pablo Rodríguez, se propusieron sacar a la luz pública dichas cartas, de acuerdo a la importancia de las mismas para el momento actual de Cuba. Hoy hace lo mismo Cubanet, para mayor información de nuestros muchos lectores.

Algo bien conocido es que los historiadores de hoy, que cantan al son del castrismo, cuando se refieren a los anexionistas del siglo XIX, señalan que eran criollos acaudalados, acérrimos defensores de la esclavitud.

Con un simple vistazo a los nombres que firmaron aquellas cartas, vemos lo falso de este argumento. Ellos son Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria; Ignacio Agramonte, El Mayor; Perucho Figueredo, autor del Himno Nacional, prisionero de los españoles y fusilado en 1870; Bartolomé Masó, Mayor General del Ejército Mambí y luchador en las tres guerras, y Francisco Maceo Osorio, Secretario de la República en Armas en 1868, uno de los escritores más cultos de la época.

Son muchas las cartas. Una breve selección de las mismas da una idea de cómo aquel camino de la anexión nunca se ha dejado de andar, hoy por millones de cubanos, refugiados en Estados Unidos, también su Patria.

“A William Seward, Secretario de Estado de Estados Unidos, 24 de octubre de 1868.

Al acordarnos de que hay en América una nación grande y generosa, a la cual nos ligan importantísimas relaciones de comercio y grandes simpatías por sus sabias instituciones republicanas que nos han de servir de norma para formar las nuestras, no hemos dudado un solo momento en dirigirnos a ella, por conducto de su Ministro de Estado, a fin de que nos preste sus auxilios y nos ayude con su influencia para conquistar nuestra libertad, que no será dudoso ni extraño que después de habernos constituido en nación independiente, formemos más tarde o más temprano una parte integrante de tan poderosos Estados, porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación y a ser la admiración y el asombro del mundo entero”.

Le sigue otra misiva del 2 de enero de 1869: “Usted comprenderá que en la mente de la mayoría de los cubanos, de los que se precian de conocer nuestra situación social, está siempre fija la idea de esa anexión como último recurso para no caer en el abismo de males en que según ellos nos lanzaría una encarnizada guerra de razas”.

Más adelante, Céspedes y el resto de los firmantes expresan los deseos para que “…mañana podamos ser dignos de entrar a formar parte de la Gran República Americana que hemos tomado como modelo y a la cual hemos propuesto ya nuestra anexión”.

Esta proposición fue el acuerdo aprobado por Céspedes y por unanimidad por la Cámara de Representantes, donde se añade: “Hacer presente al Gobierno y al pueblo de Estados Unidos, que este es realmente, en su entender, el voto unánime de los cubanos y que si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificara, esta se realizaría sin demora”.

Un último fragmento nos habla de aquellos deseos que nunca escaparon de la mente del cubano: “…y según el deseo bien manifiesto de nuestro pueblo, que la estrella solitaria que hoy nos sirve de bandera, pueda colocarse entre las que resplandecen en la de Estados Unidos, y no fuera una estrella pálida y sin valor”.