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Antonio Castro va a Turquía cuando se trata de gozar

LA HABANA, Cuba. – No son pocos los amigos que me acusan de ser ofuscado y caprichoso. Dicen que insisto, una y otra vez, sobre un mismo asunto, aun cuando el tiempo pasara implacable. Y algo tiene de cierto eso que dicen; un pequeño detalle podría hacerme recordar un viejo suceso que pongo en la superficie más visible. Como sucediera a Proust, una petite madeleine puede hacer que vuelvan volver un sinfín de sucesos que se habían desinstalado de mi cabeza, y entonces “les pongo el dedo nuevamente”.

Y ahora, desde hace algunas semanas, le tengo puse el ojo, y también el dedo, a Antonio Castro, a ese hijo de Fidel que se hiciera médico, sabrá Dios cómo…, pero no voy a ponerme a desbrozar sus días de estudiante porque no tengo detalles de ese empeño ni creo que resulte fácil conseguirlos. Mucho menos me detendré en su “servicio social” o en la manera en que se convirtió en el médico de los peloteros del equipo nacional cubano.  

Creo que un empeño como ese tendría que acompañarse de mucho trabajo, de riesgos y de muchísimas terquedades. Aun así me empecino un poco y sigo terco, y hasta vuelvo, como hace años, a pensar en Antonio Castro, el hijo de Fidel, sobre todo tras el terremoto de Turquía. Resulta que una de mis primeras publicaciones en CubaNet tuvo a Antonio Castro en el mismísimo centro. “Él está en Bodrum y yo en el Cerro” fue el título que distinguió a ese texto con el que pretendí hacer visible las lujosas vacaciones de Antonio en Bodrum, ese punto de la geografía que yo desconocía por completo, y al que seguía llamando Halicarnaso.

Yo pensaba en Heródoto y en Los nueve libros de la historia, y también imaginaba lo que habría sucedido si ponía sus ojitos sobre las dimensiones del yate de Antonio, en sus esloras. Yo pensando en el precio de las varias habitaciones que alquilara el hijo de Fidel, y también en los médicos cubanos que no pueden hacer vacaciones, aunque sí “solidaridades” en Sudamérica por unos poquillos dólares que les da el Gobierno después de embolsarse la suma más grande.

Yo pensé y pensé, y olvidé luego al Antonio Castro que se nos hizo invisible, quizá por decisión de su padre tras el escándalo de Bodrum, ese escándalo que hiciera visible las cinco habitaciones carísimas que rentara el mediquillo. Yo olvidé a Antonio, por “una mera cuestión sanitaria”, y para no volverme más loco mirando las satrapías del poder y sus despilfarros, mientras los de “a pie” pasábamos hambre o se largaban del país, o vivían en las muchas cárceles que se levantan en la Isla. 

Y pasaron los días, y pasaron los años, unos tras otros, y nos llegó entonces el terremoto de Turquía, cuando ya ni siquiera le llamábamos Turquía, cuando comenzamos a llamarlo Türkiye, al menos en los noticiarios. Y Turquía, o Türkiye, se nos haría otra vez noticia tras un desastroso terremoto del que vimos un montón de imágenes en la televisión, pero en ninguna de ellas estaba Antonio, el hijo médico de Fidel Castro. 

Y entonces miramos muertos y más muertos, y atendimos angustiados a los testimonios de los rescatistas, y nos mostramos conmovidos con la heroicidad de un montón de perros, pero jamás nuestra atenta mirada descubrió al médico Antonio Castro en Türkiye, cerca de aquellos perros que rastreaban en el desastre para advertir el cuerpo sepultado, quizá vivo, probablemente muerto. 

No vimos allí a Antonio Castro salvando vidas ni rastreando muertos, porque los hijos de los jefes no cumplen esas misiones, porque los hijos de Fidel deben ser protegidos. Los hijos de Fidel solo sirven para disfrutar de los placeres, mientras que el epicentro de un terremoto, o un huracán no ofrece las mismas garantías y prevenciones que una tranquila playa del mar Egeo. 

Antonio no debe tener esas destrezas que tienen algunos médicos y rescatistas. Desde un hotel de muchas estrellas se hace difícil salvar vidas, a menos que el desastre ocurra en el propio hotel, y en ese caso Antonio sería rescatado de inmediato para llevarlo a “un punto seguro” y luego a “punto cero”. A Antonio no lo vimos en el desastre del Hotel Saratoga, ni en el incendio de la Base de Supertanqueros de Matanzas, y tampoco lo veremos en esos incendios forestales en Holguín para ofrecer auxilio médico, si fuera preciso.

Es muy probable que Antonio ni siquiera tenga destrezas para salvar a quien se atragante con un enorme trozo de carne en un hotel de muchísimas estrellas en el mar Egeo, o en La Habana. La solidaridad de esos que detentan el poder no va más allá del enaltecimiento que puedan conseguir con sus “solidaridades”. Sus solidaridades están primero en los discursos y luego se cobran. Y toda esa glorificación que hacen de ellos mismos, y en discursos, es realmente patética, es vergonzante, y sobre todo inútil, porque no es lo mismo una playa en el mar Egeo que el epicentro de un terremoto.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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