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Ataques en La Habana: entre el suspense y la ciencia ficción

Embajada de EEUU en La Habana (foto de Internet)

LA HABANA, Cuba.- Como dicta el sentido común, no hay efecto sin causa, sin embargo, el origen de la múltiple afectación neurológica sufrida hace dos años por diplomáticos canadienses y norteamericanos, en La Habana, aún sigue envuelto en un manto de sombras

Y es que el cruce de teorías sobre el incidente, elaboradas por prestigiosos centros de investigación de los respectivos países, no acaba de cuajar. Son no más que hipótesis que, lejos de aclarar el problema, contribuyen a ampliar el margen de las suposiciones y las interrogantes.

Nadie se atribuye la autoría de lo que presupone un ataque, para algunos sónico, para otros con microondas. Lo cierto es que no existe información plausible sobre las características del arma con la cual se perpetró la agresión.

En fin, que salvo los detalles de las enfermedades que afectan a los funcionarios, la situación apunta a un refuerzo del enigma a lo Alfred Hitchcock combinado esta vez con los misterios extra planetarios recreados por George Lucas en Star Wars.

No se trata de ironizar gratuitamente sobre un asunto tan complejo y donde se documentan secuelas para un grupo de personas que cumplían con sus funciones en Cuba, sino que resulta inconcebible que se haya tardado tanto tiempo en descubrir a los culpables o el tipo de artefacto empleado, a pesar del significativo gasto de recursos financieros y tecnológicos.

Si realmente la implicación del gobierno cubano está descartada, según confirman una y otra vez sus voceros, entonces, ¿qué pasó?, ¿hay otro país que uso el territorio nacional como plataforma para revivir los aires de la guerra fría?, ¿fue una conspiración ejecutada con la idea de debilitar las fuerzas que apuestan por el acercamiento de ambas naciones, fundamentalmente desde Estados Unidos?

Conjeturas aparte, la realidad es que no se vislumbran soluciones a corto plazo.

Un colega, hace unos días, me comunicaba su percepción de que el esclarecimiento del suceso llegaría en un futuro lejano cuando se desclasificaran los archivos.

Para justificar su tesis, alegaba que la sofisticación del ataque, a todas luces con un artilugio no convencional, impedía una evaluación, con pelos y señales, de lo que asombrosamente no derivó en el cierre de embajadas y en el caso estadounidense de un reforzamiento del embargo, más allá de la habitual retórica.

En vistas de la prolongación del impase y atentos a nuevas rondas de opiniones vacilantes de políticos, médicos e investigadores, es obvio pensar que las fuerzas que apuestan por mantener en alto el nivel de conflictividad tanto en Washington como en La Habana, han sacado un tramo de ventaja.

Con tal escollo y con un presidente republicano que ha subido el límite de la beligerancia, aunque nunca como lo prometió en campaña o lo expresa periódicamente en las tribunas, las relaciones bilaterales continuarán bajo mínimos por un buen tiempo.

No faltarán los reclamos y los deseos de radicalización a causa de la afrenta, pero ni pensar en, por ejemplo, la implementación del controversial capítulo 3 de la Helms-Burton o en la improbabilísima orden de poner frente a las costas de la Isla los buques de la séptima flota.

Los tejemanejes de la política suelen ser tan misteriosos como los hechos ocurridos en la zona residencial donde se encuentran las casas donde vivían los diplomáticos afectados.

Basta echar una ojeada por la historia para comprender que los intereses pesan más que los desenlaces como los acontecidos en la capital cubana en los que, por fortuna, no hubo muertes.

Como se ha visto, el gobierno canadiense ha tomado las cosas con aplomo y sin asomos de atizar una escalada.

Trump, por su parte, ha mantenido cierto nivel de ecuanimidad en comparación con sus acostumbradas posturas incendiarias.

¿Estará operativa alguna variante de la diplomacia encubierta para atenuar los pormenores de una crisis que apunta a no ser la última en el largo y extenuante diferendo?

No es descartable la autenticidad de ese escenario. A fin de cuentas, en mayor o menor medida, todas las administraciones estadounidenses, desde Eisenhower hasta Obama, han utilizado estos mecanismos para tratar temas álgidos surgidos al calor de la confrontación.

Es oportuno recordar que el magnate neoyorquino es solo una pieza dentro de un gran engranaje, y sin temor a equivocaciones, no es la más importante.

La última palabra la tiene el establishment.